La obra literaria de Ana Martínez
Castillo se bifurca entre la literatura infantil y juvenil (Cómo cocinar princesas, Nubeocho, 2017 y
traducido al inglés y al italiano; Gusarapo, 2014; Liliput. Hadas que muerden, 2013), la poesía (siempre
recomendables Bajo la sombra del árbol en llamas, 2016; La danza de la vieja, 2017 o Me vestirán con cenizas, 2019) y la
narrativa. También ha colaborado en prensa y se dedica a la crítica literaria.
Este, por lo tanto , es el primer libro de cuentos.
Los
relatos aquí reunidos se sitúan ya desde la inquietante fotografía de la
portada en el territorio de los miedos y temores, pulsando con sabiduría
aquellos terrores más internos del ser humano y de la sociedad concreta esta
que nos ha tocado vivir aunque los sitúe en marcos temporales y espaciales
alejados. En el primer relato, por ejemplo, se conjugan con sorprendente
encaje, el mundo de un futuro distópico con la nostalgia propia del
romanticismo. Son terrores eternos. El
miedo es el motor del relato y es el motor también de la acción de los
personajes. A veces sobrecogedor, en otras ocasiones, cargado de una tristeza
infinita y siempre inquietante.
Las atmósferas
y el desarrollo de la intriga recuerdan a los relatos de Wilkie Collins,
aunque, a diferencia de éste, el lenguaje, preciso, lúcido, evita cualquier
tipo de recargamiento ornamental. En otras ocasiones Ana Martínez Castillo nos
presenta situaciones kafkianas en las que el individuo se debe enfrentar al
absurdo de la existencia. Ese punto absurdo se condensa en el concepto de reliquia, aquello que es resto del
pasado, símbolo de aquel y que marca la resolución vital de un presente que no
puede despegarse. En el planteamiento de Los chinos hay un recuerdo al Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato.
El
volumen está dividido en tres secciones, agrupadas por algún tipo de leit motiv, pero con historias
independientes: Ecos, Reflejos y Descensos. Un rasgo interesante es la heterogeneidad de materiales
y atmósferas, una gran variedad de miedos, desde los típicos fantasmas a los zombies contemporáneos, los demonios y
la ciencia ficción (cómo no recordar entonces las Crónicas Marcianas de Bradbury). El tratamiento procura ser fresco,
recurriendo a la ironía y al humor si es necesario, pero siempre dotando de una
atmósfera de inquietud y peligro en cada una de las páginas. Hay alguno de los
relatos especialmente doloroso, al menos, personalmente, como El amor de una madre o Paciencia, al que no sé explicar muy
bien por qué asocio con los comics de los 80 de Josep María Beá. En el terreno
de lo contemporáneo, el Extraño episodio
en la vida de un opositor actualiza
el mito de Fausto en una realidad muy cotidiana. Los tiempos que corren
no dan para millonarios.
Reliquias
es una excelente forma de entrar en un año que amenaza el apocalipsis de la
mano de relatos ágiles y cuidados, en los que podemos sortear algunas prosas que podían llenar un
libro de pequeños poemas.
“Porque en el
bosque había cosas. Cosas antiguas.
Cosas muertas que esperaban. Y hacía mucho que había caído la noche”
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