Todos tenemos contradicciones,
tenemos que resignarnos a ello. Quizás eso nos haga más humanos, incluso puede
que esas contradicciones nos hagan reflexionar y cambiar de opinión, espero que
a mejor. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero hay que ser consciente de ello. No se puede
ir pidiendo una homogeneidad de pensamiento, una coherencia absoluta para todos
los demás excepto para uno mismo. Es lo menos que se puede pedir, algo ser
consecuente y respetuoso.
En
realidad quería hablar de las contradicciones que tienen otros. Por supuesto,
en este caso llevo pensando algunos días sobre los que han mancillado el nombre
de una marca de diccionarios. Llamémosles nostálgicos de antiguos regímenes.
Son bastante característicos. Tienen un odio cerval a la discusión de sus
argumentos mientras que provocan la ruptura del consenso de los demás. Llevan a
gala ser incorrectos a la vez que enarbolan la bandera del sentido común del
hombre de la calle.
El
neofascismo español, se llame como se llame, recupera la nostalgia del
franquismo. Lo hemos podido comprobar durante el proceso, el largo proceso de
exhumación del dictador. Entre los portavoces todo controlado, entre sus
voceros, o voxeros tanto da, se pone
de moda recordar que si tan malo fue Franco, cómo es que inventó la Seguridad
Social, daba pagas extraordinarias, el subsidio familiar, el de vejez, el de
accidentes de trabajo, las vacaciones pagadas, el sistema de pensiones, el INI,
etc. Vamos a dejar de lado las mentiras e inexactitudes de todas estas medidas.
Creo que hay quien ha insinuado que no le parecería mal un gobierno fascista,
así, directamente.
Por
otro lado, este neofascismo se cuelga la medalla de la bajada de impuestos y
conecta con el neoliberalismo que comenzaron en la Escuela de Chicago y que
pusieron en práctica Thatcher, Reagan o Pinochet. Es el mismo que viene de
Estados Unidos. Precisamente por esta tendencia reniegan de la Seguridad
Social, de las pagas y los subsidios, quieren privatizar las pensiones y, de
hablar de empresas públicas, como el INI, por supuesto ni hablar. Dicho
claramente, se enorgullecen de aquello del franquismo que no están dispuestos a
hacer.
Ese
es el matiz por el que no son fascistas, por lo que no son ni siquiera
fascistas. El componente social de las políticas populistas de las dictaduras
de los años 30 fue una respuesta de las clases altas a la amenaza del
movimiento obrero. Tuvieron que conceder algunas mejoras en una situación de
miseria para poder mantener el control económico y político. El paraguas del
nacionalismo como nexo de unión justificaba ideológicamente los sacrificios que
se iban a soportar. Tampoco debemos olvidar la inevitable guerra que ello
trajo.
El
neofascismo que ha llegado al parlamento español no solo viste siglas en verde.
Desde el Partido Popular siempre se han defendido este tipo de nostalgias y
contradicciones. Y tiene lógica, porque la fractura social tan inmensa que
provocan las políticas liberalizadoras solo pueden sostenerse recurriendo a una
unión muy fuerte. Antes, en los tiempos de Adam Smith se podía confiar en el
freno moral de los capitalistas y en la religión como re-ligio, como la
celebración de la comunidad. La Revolución Francesa, Rousseau mediante,
mistificó la Nación para que pudiera servir de esa comunión mística. (Así
lo entendió Durkheim y postuló que el
elemento fundamental de la religión, el totemismo, no era sino la celebración
de la comunidad como comunidad aún más que las creencias en dioses, en el más
allá o en un código moral.)
Sorprende
mucho que estas contradicciones no sean evidentes para los votantes. Porque
serán ellos los que sufran (bueno, sufriremos votantes y no votantes) las
desastrosas consecuencias de un mundo en el que rija la ley del económicamente
más fuerte. Estos neofascistas se vuelven puritanos en cuanto a la unidad de la
patria, reniegan de Europa cuando los tribunales de la Unión les quitan la
razón; reniegan del globalismo y satanizan a Soros, mientras que arreglan la
regulación para las multinacionales. Hacen
gala de un cristianismo que brilla por su ausencia cuando se trata de la
caridad con los que sufren más, pobres, inmigrantes, mujeres…
Todo
el día hablando de la Constitución, pero no
gustándoles la libertad de expresión de los otros, o de información de
según qué medios no afines. Todo dentro de la ley pero alentando golpes de mano
para apartar al candidato que más votos ha sacado en las últimas elecciones.
Mientras
tanto, alimentan la indignación ante las contradicciones de los comunistas,
porque ellos no reparten sus riquezas entre los pobres (frase perteneciente al
rabí Jesús de Nazaret, no a Karl Marx). Alertan y consiguen sublevar a muchos
frente a las reivindicaciones de una joven adolescente que quiere despertar las
conciencias ante la alerta climática. Dicen, y seguramente tendrán razón, que
Greta Thunberg está subvencionada por las empresas de energías alternativas. Y
ese mensaje cala. Cala muchísimo. Es la típica paja en el ojo ajeno porque está
más que probado el apoyo de las grandes industrias contaminantes, de las
petroleras y de las nucleares a toda investigación que desmienta, ponga en
duda, o varíe las tesis del casi consenso científico. ¿Te indigna que a Greta
la apoyen las solares y te tragas que a los demás les paguen las petroleras?
¿Cómo consigues vivir con esa contradicción?
La
gente suele saber lo que quiere, esa es la base de la democracia. A través del
voto se agrupan intereses y está bien, porque así se pueden llegar a acuerdos
de mínimos que contenten un poco a muchos frente a la derrota del contrincante
por pocos votos. Así, la derecha hablaba de gobiernos Frankenstein o de pacto de
perdedores hasta que les toca apoyarse en Ciudadanos o Vox. Y aun
habiéndose apoyado en nacionalistas catalanes y vascos en el pasado, acusan de vendepatrias a los que ahora intentan
hacerlo. Firmar acuerdos con Bildu en el país Vasco y escandalizarse de su
abstención en la investidura.
Ellos
han entendido la política como una guerra (por otros medios) y en la guerra
sólo puede haber un vencedor. El vencedor que se queda con todo, que no deja ni
los despojos. Son capaces de proponer una enmienda a la Constitución (esa que
no se puede cambiar) para cambiar el sistema electoral y así favorecer las
mayorías artificiales de quienes consigan más votos que el segundo. No lo han
realizado hasta ahora porque la división en provincias con el reparto por el
sistema D’Hont les beneficiaba. A ese tipo de contradicciones estamos
acostumbrados.
La
política es el arte de los acuerdos, de buscar consensos, aunque sean
parciales, para contentar a los votantes. Estos neofascistas que hablan en
nombre del pueblo son los que se llevan las manos a la cabeza cuando se intenta
escuchar al pueblo. Porque la patria son ellos, solo ellos. En contra de
Cataluña, País Vasco, Galicia, Valencia, Teruel… todos los que no se plieguen
ante su visión de España. Así pueden ser demócratas y liberales mientras que
son nostálgicos del franquismo. Bienvenidas las contradicciones porque de ellas
será el reino de Don Pelayo.
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