Aunque los mapas ha sido distinguido con el XXII Premio Loewe a la Creación Joven, consolidando más si cabe la trayectoria brillante de Raquel Vázquez. Esta es una propuesta que se inspira en la tesis de Alba Rozas, “Fragmentos de Apocalipsis como ficción espacial: la condición contrafactual de Villasanta de la Estrella. Un análisis desde la cartografía literaria”. Si Alba Rozas replanteaba la novela de Torrente Ballester como una cartografía alternativa, Raquel Vázquez va explorando diferentes tipos de espacios que traducen en el mapa del verso lo que deben ser posiciones espaciales vitales.
En la primera parte, Espacios desplazados, se encuentran las coordenadas básicas, si apostamos por leer el poemario como una ruta, o mejor, como un manojo de rutas-rizomas. La trasposición paisaje/intimidad puede ser el desierto. Una imagen que remite al uso que Žižek retoma de Matrix, el desierto de lo real, y que manifiesta de manera clara la aparición del deseo, la sed: “El desierto no agrede/ Es nuestro cuerpo ajeno / que busca redimirse con el agua. /…/ Y decir el desierto nada arregla /…/ Siempre la sed. Es siempre la maldita / sed y siempre llorándola” (Decir el desierto). Paisajes en cierta forma apocalípticos (“La bomba atómica sigue cayendo. / Solo vemos la luz, / no cómo nos quedamos”, Hiroshima), de resistencia vital mínima (“Quien dijo que podíamos vivir / a espaldas de la luz, como hiedras furtivas /…/ Somos herida. Un cristal hecho carne”, Fábulas de vidrio), plenos de miedo y angustia (“Mira la hora, tan inútilmente. / Como si no superas demasiado / bien cómo has de llevar cuenta del miedo”, Rutina). Raquel Vázquez, en esta cartografía alternativa nos dirige hacia Tokio, la metrópolis saturada, a la línea Yamanote, la línea circular que sufre la mayor densidad de viajeros: “persona que ya no recuerdan nunca / cómo era aquella canción de vivir. / El silencio imposible de volver a sí mismos” (Línea Yamanote). El desierto de la sed frente al desierto de la muchedumbre, habitar en no lugares: “Dakar es una celda, en cambio el norte. / Dirás que irás al norte, dime que escaparás /…/ Nunca ha escuchado la palabra jazz. / Y sin embargo es eso que sus pasos van soñando” (Todavía el swing).
No lugares son también los Espacios utópicos. Una utopía no necesariamente refiere un lugar imaginario inalcanzable, es, básicamente la expresión de un deseo, de un anhelo que parte de una realidad radical: “Tocarte es conocer, reconocer / dónde yacen mis alas” (Piel). Son poemas de intensidad emocional, de cercanía, incluso de esperanza: “Hablará por nosotros esta luz de diciembre / y dirá las preguntas que tienden a callarse. / Y yo hablaré después sin romper el silencio // con tu arpegio una vez más en mis ojos” (Contrapunto); “Que la tormenta fuera flor de jacarandas / y el dolor, nada más que dos sílabas inermes / Que la mayor herida la dijeran los pájaros” (En el pico). El aspecto más utópico se encuentra en poemas como Moon River (“Es posible ser luz. Algo en ti vuelve / la realidad posible”) o En caso de emergencia: “La eternidad se demostró pequeña, / manejable: cabía / dentro de una modesta habitación de hotel. // Y estábamos allí para tocarla”. La referencia a la luz es muy significativa en este contexto, igual que las múltiples referencias a la piel y al tacto: “Sucedió hace ya tiempo y sucede otra vez, sucede siempre. / Esa luz tuya que pronuncio a tientas / como una flor sin nombre y sin otoño” (Décadas); “Al menos desde aquí serás siempre posible / en el poema, en lo que pueda escribir / de ti hasta tocarte /…/ Y aunque el poema termine bastará una palabra / para empezar de nuevo” (Metapoética). Predomina, sin embargo, un aire de pesadumbre cuando, en un homenaje a Cortázar, confiesa, “Despertaré de todo, tal vez, salvo de ti” (Continuidad de los jardines).
La tercera parte de estos mapas la ocupan los Espacios probables, en los que el azar, con uno u otro disfraz, cobra protagonismo: “A veces el silencio / garra demasiado fuerte el lápiz” (Lo indeleble); “El viento no es demiurgo suficiente” (Bifurcación). La posibilidad de alcance, de pisar estos lugares, de habitarlos es un desafío al equilibrio, siempre precario de la intimidad compartida: “Mapeamos el dolor con palabras difusas. /…/ Nuestra cartografía más íntima: una caja / negra que nadie piensa registrar” (Plan de vuelo). Un equilibrio precario e inexperto (“Para sobrevivir, una esperanza torpe”, Calabozo), vagando dando vueltas (“Es que había salida / donde estaba el comienzo /…/ No existe otra certeza salvo el frío”, Tundra).
La ruta se expresa en una especie de necesidad de auxilio, no un grito, sino más bien un anuncio de periódico: “Pongo en venta mi alma // La ofrezco a la primera religión / que me lance su mano entre la niebla, / que me ayude a recobrar / la quietud / noqueada según iba asomándose. // Y suplico clemencia de los dioses / que caerán derrotados en / el cuadrilátero de la subasta. // Que no se alíen contra mí por ahora. / Que reserve su infierno para tempos mejores” (Mercenaria). La conciencia de incertidumbre es, a la postre, la única herramienta para orientarse entre los afectos, por muy inhóspitos que sean los paisajes, por muy fríos. Tiene sentido recordar el universo de Blade Runner, lluvia y oscuridad, niebla y humo, no-humanos que sienten y transmiten la emoción más real y profunda: “Nadie como la niebla / escribe de ese modo tan cierto sobre el amor” (Fog runner). Si al principio el no lugar es representado como un paisaje (desiertos, metrópolis, literatura), ahora la negación es la carne misma que se revuelve para sentir y vagar:“Bajo la piel del óxido alguien vuelve a aprender / que ningún otro abrazo / preserva más fuerte que el silencio” (Óxido). El juego peligroso de este lado del mapa es el de la esperanza, tan terrible y demoledora como la desesperación: “No siempre fue el futuro ese animal magullado /…/ Pesa la herida más que la esperanza. /…/ Por si la vida todavía fuera / ese árbol tuviste que luchar una flor” (Cárdeno).
Por último, Raquel Vázquez pretende habitar los Espacios posibles, que son aquellos en los que la herida y la conciencia se levantan y coexisten con la esperanza y la incertidumbre: “Y el dolor es un eclipse fallido. /…/ Y solo así me siento capaz de creer en todo, / capaz de creer en algo. / Hasta quizás, a veces, ligeramente en mí. // Nada de ti es bastante pero basta” (Sizigia). Los límites espaciales se tornan también temporales, el pasado como una alambrada, como una cerca que encamina los pasos en un mapa imprevisible: “El tiempo solo es una alambrada /…/ A no ser que aprendamos otro modo / de juzgarnos la falta, de llorarnos el vértigo. // Si nos quedara dentro de la memoria del ala. / Si nos quedara dentro algo de pájaro” (Reloj de pared). La poeta retoma el diálogo y constata que: “No figuras leyenda en los mapas / para señalizar las descargas eléctricas / que rompen en la piel / o la tormenta zarca / de la que nacen unos prismáticos del cielo” porque “No hay más desierto que lo que no se dice” (Inscripciones que faltan).
Ya pudimos advertir desde el principio que es el deseo quien se territorializa, que el mapa es sólo una sombra de lo que deseamos: “Cuando advertimos que el deseo / es el único mapa / que dibujan una ruta más o menos real” (Kumano Kodo). La cartografía que se promete confunde lo interno y lo externo, el interior y el exterior, lo íntimo y lo personal con los afectos y el Otro, el territorio desconocido: “Hay un lugar en mí / donde te levo siempre sin peguntas / donde hay cerezos en flor en diciembre /…/ y el tiempo es todavía un niño que sonríe / y nos cuenta al oído un modo de empezar” (Un lugar).
Muchos son los temas que no hemos tratado y que se van desgranando como flecos entre los poemas, pero, sobre todo, emociona desde la voz que ya admite que “El dolor es la brújula /…/ La ilusión de elegir, dentro, lo que nos sangra” (Lo que nos sangra) y, a pesar de todo, a pesar del desierto, helado o devastador, “con los ojos cerrados la nieve es nieve siempre. / Al menos ahí no puede mancharse. / Seguiremos nevando” (Gris).
No hay comentarios:
Publicar un comentario