A diferencia de otras recopilaciones actuales, quizás más “de autor, Javier Sánchez Menéndez intenta elaborar unas líneas definitorias del género, tanto en su forma como en su fondo. No sería de extrañar que el género gozara de cierta “efervescencia” por las condiciones actuales de prisa y textos escuetos pero larga es la tradición que nos lleva a Lao Tse, Confucio o Platón. Precisamente platónico es considerar que “el aforismo es un concepto” en el sentido de que el nombre indica esencia. Sánchez Menéndez insiste en distinguir el aforismo de otras formas breves, uno es sapiencial y es muy distinto de “simplemente malas ocurrencias, frases inconexas que el autor desea presentar al público sea o no lector”. Así, “Aforismo es misterio y es silencio”, por ejemplo, “Heráclito fue, sin saberlo, uno de los padres del aforismo”, “compendio de filosofía, de poesía, de religión, de sabiduría popular, de tradición, de meditación, de silencio” (p. 26). Mezcla de riente y occidente, como los evangelios gnósticos.
“La discontinuidad es, por tanto, ese ejercicio libre de la mente que precisa de pausas, de intervalos, de enigmas, de atención, las formas breves adquieren un carácter sugerente, un modo de conocimiento, un canal de comunicación, un diálogo entre maestro y discípulo” (p. 25-26)
En 2013, José Ramón González publicó Pensar lo breve. Aforística española de entre siglos. Antología (1890-2012) dando cuenta de la salud y la tradición de la que gozaba y goza este género. Javier Recas en Relámpagos de lucidez. El arte del aforismo incluye a Lao Tse, Marco Aurelio, Montaigne, Gracián, Rochefocault, Twain, Bierce, Antonio Machado, Cioran… Sánchez Menéndez recuerda en estas páginas listas de editoriales y autores de aforismos. De toda la evolución es consciente de que “el aforismo se ha desarrollado e incluso ha mutado en las diferentes condiciones culturales que la humanidad ha soportado” (p. 43). Y, en la actualidad, “el aforismo moderno debe escribirse sin una ruta fija, sin plan de vuelo perfecto, pero exige rigor, dedicación, lecturas, y un punto de ingenio que alimente la creación” (p. 45), aunque, insiste en depurar el concepto: “un error habitual del aforismo moderno es quedarse tan solo en la ocurrencia” (p. 47).
En una segunda parte, recopila definiciones realizadas por escritores, en ocasiones, una especie de meta-aforismo. Hiram Barrios, por ejemplo, resalta su cualidad de “hallazgo, un chispazo de lucidez”, J.A. Cilleruelo, la “levedad” o León Molina que sea “airoso”, mientras que Jordi Doce, el componente poético. Pelayo Fueyo resalta que es un género híbrido. Y si José Mateos, “pensamiento resonante”, Juan Manuel Uría, “El aforismo es una cápsula de pensamiento sintético”. Complementando estas definiciones, Sihara Nuño concluye que “El aforismo es un agujero negro indescifrable, una definición que se escapa en la física básica pero existe”.
La variada muestra que se ofrece en el cuerpo del volumen incluye a variados autores, pero “no indicamos la procedencia de los aforismos, ni citamos los libros de donde han sido seleccionados. Muchos de los aforismos que se incluyen en esta muestra, de algunos autores, son inéditos”. En algunos autores brilla más el ingenio y están más cercanos a la greguería: Miguel Agudo Orozco (“Ando pensando, es decir, reflexiono las piernas”, “Si te pones en jarras, te bebo”); Azahara Alonso (“Los días sin sol son domingos vestidos de diario”, “El lenguaje es el taxidermista del recuerdo”); Ramón Eder (“El fin justifica los miedos”, “La vida es una ficción basada en hechos reales”). Y, por supuesto, con el arma infalible del sentido del humor y la paradoja: Javier Puche (“La vida es un accidente a cámara lenta”, “Los nostálgicos tienen todo el pasado por delante”).
En otros prima la sapiencia de la que el autor hablaba al principio: Miguel Ángel Arcas (“La verdad nunca es suficiente”, “Hay que estar a la altura de nuestros fracasos”); Rafael Argullol (“Hipocresía: la seguridad en el bien”, “Sabiduría: el maestro que quiere ser aprendiz”); Miguel Catalán (“No es lo mismo hablar solo que hablar consigo mismo. Pero tampoco conviene confiarse”, “La corona de espinas es una corona de rosas dejando pasar el tiempo”); Ricardo de la Fuente (“El aforismo apunto a la cabeza, pero acierta más cuando da en el corazón”, “Usamos la palabra gente autoexcluyéndonos”); Eliana Dukelsky (“Amamos como nos amaron, no como nos enseñaron a amar”, “Los adolescentes poseen mentes aristocráticas”); Jaime Fernández Martín (“No prometemos las cosas por lo que son, sino por lo que nos prometen”, “Mientras no hallamos ningún sentido a la vida vamos viviendo”); Pelayo Fueyo: “Las beatas saben menos de Dios que yo de su ausencia”, “La nada es una comodidad insoportable”); Sergio García Clemente (“La traición nos hace inolvidables”, “Es difícil comprenderse a uno mismo si no se cree en los fantasmas”, “Quien paga con la misma moneda suele salir perdiendo”); Karmelo C. Iribarren (“Hay esperanzas que te impiden vivir”, “La ignorancia: qué opiáceo”); José Mateos: “Para volver a ser el que solo una vez fuimos, qué lejos nos hemos ido”, “Desconfía de la verdad que carezca de misterio. Es falsa”); Manuel Neila (“Enseñanza del río: morir la vida; enseñanza del fuego: vivir la muerte”, “En el mundo del arte, los individuos normales son bastante raros”).
Las cualidades poéticas aportan, sin duda, el conocimiento perseguido: Hiram Barrios (“La naturaleza deja huellas; el hombre, heridas”, “La metáfora es un espejo roto”); Carmen Canet (“El desprecio, ese disfraz de la envidia”, “Me gusta la rima de cicatriz con olvido”); José Ángel Cilleruelo (“En el porche, al atardecer, se descalza las botas embarradas por los caminos invernales el silencio”, “La mañana de lluvia, oscuro funcionario, sella impresos, uno tras otro, sin que nada la inmute”); Jordi Doce (“Cruza las ciénagas de su sangre. Teme ahogarse antes de llegar al corazón”, “gente que solo se reconoce mutuamente en los sueños de los demás”); Sihara Nuño (“Evolución inquieta: la imaginación”, “Escribir la verdad como si la verdad fuera patrimonio del aforista”); Lorenzo Oliván (“El mar tiene el sonido que tendría el deseo si sonase”, “A mí los sentidos de este mundo no me dejan nunca de decirme cosas”); Tomás Rodríguez Reyes (“El ritmo en la poesía es una forma de hacer presente el tiempo”, “Hay quien escribe para extirpar el yo que le acompaña y quien escribe un carrusel para ese yo que lo domina”).
Encontramos posturas filosóficas conservadoras y más progresistas: Gregorio Luri (“Toda alma es un palimpsesto”, “La utopía es la corrupción de las causas justas”); León Molina (“El genio es inteligencia intensa, el talento, inteligencia extensa”, “Las ideologías son gafas para ver en blanco y negro los colores del mundo”); Mario Pérez Antolín (“Hemos pasado de condenar herejías a diagnosticar patologías. De la teopolítica a la biopolítica”, “Casi siempre el ornato oculta una falta alarmante de penetración”); Juan Manuel Uría (“Si las paredes hablaran, también dirían tonterías”, “Hemos pasado de antropocentrismo a centro comercial”). Aforistas como José Luis Morante (“La autobiografía convierte a otro en protagonista”, “El optimista define el caos como una narración abierta”) o Elías Moro parten de la autobiografía (“Si me digo que soy humilde ya no lo soy”, “Bajo su envoltura de certezas, el buen aforismo esconde un inagotable saco de dudas”).
En este ensayo de teoría del aforismo vamos a poder encontrar una reflexión teórica con cierta entidad que supera la obligada introducción para una recopilación de aforismos. En esta teoría, más que detenerse en la personalidad del aforista, se hace una propuesta exigente sobre lo que debe ser un aforismo, una reivindicación de pureza de ánimo por mucho que las formas y los enfoques puedan y deban ser diversos. Un disfrute en muchos sentidos.
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