Elisa Díaz Castelo nació en Ciudad de México (1986) y fue merecedora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, gozó de becas del FONCA, de la Fundación Para las Letras Mexicanas y de la Fulbright. Este volumen se articula sobre el eje de la física, como los Philosophiæ naturalis principia mathematica de Newton. Quizás no seamos conscientes de la actividad poética que lleva a cabo la ciencia. No solo en tanto a poiesis, a creación de teorías, sino literalmente al uso de metáforas para explicar el mundo. La ciencia solía considerarse el espejo de la naturaleza, ahora, sin embargo, parece cada vez más cierto que la ciencia sirve de metáfora para entender otras realidades. La física como trasunto de las relaciones humanas. En este volumen se entremezclan realidades provenientes de las ciencias naturales con otras pertenecientes a las sociales, como el título de la primera sección, Sobre el sistema del mundo: “En la búsqueda de la forma / se me distrajo el cuerpo. Es eso /…/ Mi columna esboza una pregunta blanca / que no se responden y en esta parábola de hueso /…/ A las doce años se me desdijo el cuerpo, / lo que era tronco quiso ser raíz”; “Creo en la geografía móvil de las sábanas / y en la piel que ocular /.../ Creo en lo que no puedo ver: creo en los exnovios, en los microbios y en los microondas /…/ Creo en la muerte a regañadientes, / solo porque no vuelven los perdidos /…/ Creo, porque hay pruebas / (que nunca llegaré a entender), / en cosas tan improbables e ilógicas / como la existencia de Dios”.
El planteamiento no deja de ser interesante, pero, sobre todo, esta obra de Elisa Díaz Castelo posee una fuerza poética muy densa. En ella no se necesita la excusa de lo novedoso del planteamiento, lo supuestamente original del juego ciencias/letras, para disfrutar de momentos líricos muy intensos: “De la fría excitación de las partículas, de orbitales y átomos, / conozco solo la intemperie en el cuerpo, el borde / del cañón a quemarropa, la batita ridícula / con la abertura delante, y la voz sin diámetro del hombre / que se ha puesto su sotana de plomo, no te muevas /…/ Para prevenir la muerte, para curarla, / habrá que distinguir las calaveras,/ la luz tendrá que nombrar nuestros huesos”. El conocimiento del lenguaje y la terminología científica, por ejemplo en Instrucciones para realizar un experimento otorga, eso sí, un plus en el extrañamiento, en la abrir la posibilidad expresiva del cambio de registro convencional: “Determinar los factores bloque, establece los subgrupos, / Visita el antiguo laboratorio. Determina los factores ruido [tu madre llorando en la regadera, la palabra dolor tiene de ojos, tu madre todo el día en la oscuridad]”.
Hay una innegable conciencia crítica (“No creo en el Apocalipsis, pero ya casi no veo pájaros”, Apocalipsis) como también hay una profunda reflexión filosófica, como en Esto otro que también me habita (y no en el alma o no necesariamente, a partir de un verso de Darío Jaramillo, y ecos de Pessoa y Juan Ramón “Somos ellos: son nosotros. No hay dualismo / ni monismo. Todo parasitario”. Junto a estos campos semánticos ajenos se sitúan poemas con una conmovedora vuelta a los elementos más primigenios de la experiencia sensitiva más allá de elucubraciones científicas: “No olvidaré la melodía empolvada / que cada hora nos sobresaltaba / en la casa de la abuela. El reloj, en la pared, / era una cigarra de bisutería, de aleaciones. /…/ Por ello aprendí que el paso del tiempo / es una cuestión fúnebre y cada hora / es digna de despedida y añoranza” (La cuarta dimensión). El paso del tiempo, el deterioro y, tras todo ello, la muerte, impregna los finales para estos Principia: “Mapeamos tu mente con nuestra sangre profunda / como una astilla caliente /…/ Y me prometiste no morir. Vivir / es prometer no morir. / Todo el tiempo cumplirás la ruptura de nuestras promesas” (Acta de defunción).
“Lo que ha sido se es. El verbo se rompe como un vaso de vidrio repleto de agua hirviente
/…/
Es imposible hablar del espacio sin incurrir en errores (gramaticales)” (Primogénita)
La segunda parte, Sobre el movimiento de los cuerpos profundiza en el movimiento vital, en el paso del tiempo, marcando con precisión, en algunos poemas, el momento exacto: “… Era agosto: / un nudo de luz, una moneda de cobre / en la escalinata de piedra, en la fuente //La primera premisa es el espacio, sus tres dimensiones / perseveran: el suéter rojo que olvidó un día, / el salón, vacío en los veranos, el edificio / extenso y huesudo bajo el sol / como el cadáver de un animal /…/ Quiero romper de estas dos dimensiones / la tercera, frotar una con otra hasta que ardan, / solo eso: revestir cierta tarde de ceniza, / someterle a sus sombras, / darle la vuelta al tiempo” (Geometría descriptiva); “Esta es la vida media. Con los siglos / hasta los elementos cambian: / se pierde por parte: se vuelven otros / más comunes, más estables. Casi todos / terminan convertidos en plomo” (Vida media).
Los elementos sobre los que pivotan son los cuerpos, no geométricos ni siderales, son los rodeados de piel, qus sufren y disfrutan, “Y luego no hubo nada más que la ausencia de nuestros cuerpos juntos” (Eclipse); “En algún sitio de mi cuerpo, / se engendró una nueva oscuridad, un hemisferio de pérdida bajo la piel /…/ Y la ridícula tristeza, / como si el planeta hubiera de hecho desaparecido, / erosionado, hundido en su apogeo de sombra, / cerrado sobre sí mismo / como un camino que ya nadie recorre” (Apogeo de sombras). Son, por supuesto, cuerpos que dependen unos de otros, que orbitan juntos, que forman sistemas de gravitación: “Tal vez nadie puede existir por completo. Casi nunca. Solo entre dos mitades de las fuerzas, su único flotante dependiendo. Equilibrio simple, general, lugar libre de vértigo” (Puntos de Lagrange).
Continúa en la segunda parte el recurso a la terminología científica que simboliza más allá de la belleza de las fórmulas científicas, que dan cuenta de la complejidad de la existencia humana: “¿Dónde termina / lo habitable? /…/ Tan pronto acaba la zona habitable. / Los rituales que no compartes: / la amiga que no se lava las manos, / el hombre que no podía dormir / sin calcetines /…/ Mientras tanto el otro / se desplaza fuera de la zona habitable / lleno de su muerte, esa / que nunca no cocerás / ni te tocará llorar” (Zona habitable). Mención merece el recurso a la actividad científica, a la investigación, a disertación, al uso de los sentidos y los experimentos como trasuntos de las relaciones humanas, en las que andamos como científicos perdidos en su primer día de laboratorio, “porque casi nada es visible” (Materia oscura). Es la vista el sentido privilegiado de la ciencia, todo lo comprobable lo es porque puede ser visto (no oído, no palpado, no saboreado), y lo invisible debe transformarse en longitudes de onda percibibles por el ojo en gráficas o en tablas, “La primera vez que me miraste de ese modo, / tratando de descifran el acertijo de mi cuerpo, / mi sangre se espesó de pronto, fui piel, / plenamente, a mediodía” (Disertación sobre el origen de la vista); “Con mis ausentes, no / los muertos, los que viven / aunque no los veas/…/ Y pensando que esta que soy ahora no es la misma / no anda por ahí llamándose farsante, / recordando a la otra y olvidando / mis lunas, uno a uno, estrella que se alejan, cuya luz ya no alcanza”.
Quizás la descripción del poemario pueda parecer excesivamente fría por las continuas referencias a lo que en el imaginario es distante y sin emociones. Elisa Díaz Castelo en esta ocasión derrocha emoción, contenida en unos recipientes de laboratorio, pero bullendo y transformándose: “El universo es una alberca / vacía donde los niños juegan /…/ El universo es eso, / un lugar sin lugar, sitio a medida, / tumba de agua, de años luz, / apalabrada en sus vértices” (Alberca vacía). Y, en ocasiones, dolorosamente explícitos en su tragedia: “En el sueño tenía un lunar en el ovario, me lo decía mi madre en un susurro. Un cuerpo que era mío me había crecido adentro. Es el niño que no tuve, me dije” (Mapa de cuerpos invisibles).
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