miércoles, 20 de enero de 2021

Reseña de Mónica Doña: “Mundo fantasma”. Fundación Huerta de san Antonio. Col. Juancaballos de poesía. 2020.

Mundo Fantasma - Fundación Huerta de san Antonio

Bajo el atento magisterio de Juan Carlos Rodríguez, Mónica Doña repasa el mundo de las sombras después de su memorable ¿Quién teme a Thelma y Louse? con quien comparte una voz poética que deja su impronta a pesar del cambio de registro y de matices en los temas. Mónica Doña tiene la sabiduría poética de narrar, de contar una historia, de desentrañar el argumento oculto en la poesía, en un cubierto, en un paisaje. Esta cualidad le abre la posibilidad de posar su foco en diferentes escenarios, jugar con diferentes voces y aunar coherentemente en el poemario una sensación predominante. En este caso, sin abandonar el compromiso social y personal, la mirada íntima es más evidente, pasa un poco más a primer plano, el yo femenino singular, que, por otra parte, es un yo que puede englobar cada singularidad de cada lector y cada lectora. La poesía lee como propios los versos ajenos.

Mundo fantasma está dividido en distintos capítulos, en diferentes estancias donde se agrupan por tono y tema los poemas. El primero, titulado genéricamente, El mal tiempo, compone a partir del desasosiego de los contratiempos atmosféricos, una introducción calmada e intensa: “Amigo: / No sabes el trabajo / que me cuesta / arreglar el jardín /…/ Cuánto deseo, amigo, / arañarte la espalda / y deshojar de nuevo / el árbol que en verano / nos dio la sombre justa /…/ el invierno, el olvido, y a lo lejos / los árboles desnudos / sin nosotros” (Octubre). Más que una crónica, la poeta hace un repaso vital de estos jardines de invierno como cantaba Henri Salvador: “En el país del frío /…/ y de regreso a casa / nos dábamos un beso / con los labios muy fríos / antes de desearnos / buenas noches amor / hasta mañana noche. // En el país del frío / nunca he vivido nadie” (Clima extremo). La patinadora, por ejemplo, se emparenta con la vendedora de fósforos de Andersen mientras que Mimetismo parte de un preciso y precioso detalle de una gota de agua.

“Sientes que ha de venir

una mano piadosa o asesina

que prenda el fuego.

 

Sientes que debe arder la casa ardida

para salir corriendo

porque te quemas viva” (Templo de Vesta)

La segunda escena, Palabras cansadas (quizás homenaje a la vista cansada de García Montero) remite a la sensación vital, no de hastío, sino de lucha continua, de Sísifo cotidiano, del emprendimiento perpetuo. Se alterna una clara vocación del plural y el singular: “Por alcanzar tu mano / atravesó el deshielo” (Héroe); “Se cansaron mis alas de simular ser libres /…/ ¿Tanto cuesta / encontrar una jaula a la medida?” (Libertad); “Acaso te inventaron para que no dijese / que la vida dolía” (Alma); “Hoy las palomas han perdido oficio” (Paz); “Y tendría que irme / porque no he conseguido / dejar de ser un mito en tu oscuro deseo” (Del amor). En estos versos la libertad, la huida de la repetición eterna puede referirse a las cadenas del deseo con tanto vigor como la necesidad de paz, de concordia. Podría decirse que se engarza lo biográfico (real o no, es lo de menos) con lo social (incluso político) de manera que uno refleja lo otro y lo otro puede ser alegoría de lo primero: “Pero quizá el amor / el único posible en compañía, / poco tenga que ver con el conocimiento” (Del amor II).

La siguiente sección se presenta como un carpe diem, y en cada uno de los poemas se intuye la trascendencia del instante, planteamiento tan caro para la llamada poesía de la experiencia. Basquiat en plaza Nueva puede ser un buen ejemplo. O Fin de año: “Alrededor de ti se va instalando / la emoción del silencio. / Puedes estar contento, / ya has triunfado. / El brillo de navaja de tus ojos / atraviesa la noche y nos congrega / cuando al alba te lleven, lo diremos: // Año Nuevo, Vida Nueva”.

Se percibe un desencantos la hora de retomar argumentos que, por ejemplo, la poesía romántica hizo suyos, como el ángel caído o el crepúsculo de los dioses. El mundo (fantasma) se difumina en una niebla espesa en la que de poco sirven los mapas conocidos, más aún si lo que se pretende (o a lo que estamos arrojados) es a errar, al devenir nómada: “Ángeles migratorios /…/ La mar no se detiene, / pesadas olas piden levedad, / suelta la balsa lastre, / la luna blanca en alta mar alumbra / cadáveres flotantes / de ojos negros / y oscura piel oscura” (Balada del ángel caído). Ni las certezas (abominables o no) que provocaban las sombras son ahora perceptibles, han sido sustituidas por otras que, quizás de una manera más líquida, atrapan: “Hay nuevos dioses hoy. /…/ que en sus manos escuálidas esconden / metros deformes y menguantes /…/ Soy mi propio esqueleto que desfila” (Declive del sistema métrico decimal). Un lamento que se escapa: “Es bueno estar a solas / si agotaste la espera” (Help), que es como recordar que una calle sin salida tiene siempre una salida.

Soledad de los pronombres parte de esta sensación de soledad para volver a la primera persona, que conversa (“Ni yo ni tú ni él / ¿quién entonces?”, La cuarta persona del singular), que recuerda, que recapitula: “Oculta otro dolor tras el crujido / que escucha por la nuca / y sube, sube / nublando la vista. / Es posible que entonces / eche mano de Dios y clame al cielo / que no le quiten nada / todavía” (Ella). La biografía trasciende la experiencia individual por mucho que sea la confesión el modo. Una confesión, por otra parte, que no se hace en voz baja, a veces hay desgarro: “Con las Rimas de Bécquer / en el sagrado fondo del pupitre/ pasó la adolescencia /…/ ¿Y cómo no fallar en matemáticas, / en geografía, en lengua y en amores / si era yo la poesía?” (Gustavo Adolfo y yo); “Yo de pequeña quise ser artista, / artista en general. /…/ Vano intento, / se me fue la memoria y todo el arte” (Conmigo y sin mí); “Lo que ha desinfectado sus pezones / para daros la vida, / para daros la muerte no ha nacido mi muerto / todavía”  (¿Quién es Mónica?). Y, aunque se haya preguntado por la imposibilidad del conocimiento, el poema lo recuerda, lo intenta.

Sobre la mesa recuerda al imprescindible La cuadratura del plato y deja paso al catálogo de lugares de la parte quinta, en los que, cómo no, tiene un rincón privilegiado la costa mediterránea: “A la hora poniente abre los ojos / y empieza a ver el sol que en su agonía / el mar engulle mudo” (Mar de Adra). El peso de la ciudad de la Alhambra está siempre presente en gran parte de la poesía que se escribe en Granada. No podía dejar de impregnar los poemas siendo el escenario imprescindible, pero también como sujeto propio: “Siento un escalofrío y vuelvo a casa / tras haber conocido la nieve en Granada” (La nieve en Granada).

Viajes presentes (“Dentro de Urueña soy una campana”, Atardecer de Urueña), pasados e imaginados completan esta sección que se pasea por la geografía de los Ríos de Europa (El silencio y la música): “Sin barcos de recreo, sin música lejana, / se muere de silencio. / Mientras que por los lagos y los ríos de Europa / van cantando los cisnes”. Sin embargo, en la última, Distopía y paloma, el paisaje se torna sombrío aprovechando elementos narrativos y códigos del cine y la literatura de ciencia ficción (presente y pasada: “Invisibles, las manos / me dejan mutilada. / Pero ya no las quiero. / No quiero manos muertas / apretando el botón equivocado” (Manos). Un ejemplo puede ser la carta a Tesla de La paloma de Tesla o el homenaje a Wollstonecraft y Shelley “Dame la mano, vamos, la lucha continúa” (Mary & Mary), otro, la referencia a Blade Runner en Nexus, el replicante “Mas hoy has vuelto y lleve / sobre mi corazón que anhela / ser de nuevo contigo / una imaginación a cielo abierto”. Ahí se entremezcla la anticipación de la que siempre han gozado los clásicos (de la Antigüedad o del siglo pasado) con el lenguaje y las realidades propias del futuro que se encarna en las estrellas:

“Que siga la caverna,

señora de la NASA y otras élites.

Que siga la conquista del espacio exterior

y que gane quien pueda

Mientras tanto,

yo seguiré intentando

conquistar otro espacio:

la habitación legada por Virginia,

el pequeño escritorio que a veces me permite

poblar la soledad de la página en blanco” (La conquista del espacio)

Un juego de espejos y referencias para describir y envolverse en la compleja realidad (poética, vivencial y social) de unos tiempos confusos y unas edades que prometieron deslumbrarnos y en las que acabaremos cobijándonos en una vela, como los cuadros de La Tour, y que el tiempo nos alcance leyendo versos como los de Mónica Doña.

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