domingo, 18 de julio de 2021

Desconcierto


Estoy aprovechando el verano para ponerme al día con algunas lecturas pendientes. Ahora toca la biografía monumental de Susan Sontag de Benjamin Moser. Por cierto, complicado llevarse setecientas páginas (más notas, ochocientas) trasluciendo desaprobación hacia la biografiada. No deja pasar ocasión de cuestionar a la Sontag, si escribe y no tiene éxito, si lo tiene, si no pone emoción, si es caprichosa… Igual es que no soporto el género biográfico. El caso es que, al situar las cosas en su momento, uno se da cuenta de lo mucho que ha cambiado el mundo. Y, a veces, a peor.

El momento clave de la contracultura trajo un aire fresco necesario para superar el encorsetamiento de la sociedad consumista. Se puede discutir si fue un movimiento auténtico o simplemente de hipócritas con ganas de juerga, pero es difícil no estar de acuerdo con que los intelectuales de la época y muchos de los activistas tenían razón al reivindicar el cuerpo, la sexualidad y el goce como algo necesario frente a la uniformidad y el convencionalismo. Enfrentarse a la censura con un desnudo era contracultural. Y fue un gesto progresista. También se podría ver el erotismo de las películas como un avance frente a la hipocresía.

Lamentablemente todo, todo ha sido engullido por el sistema capitalista. La vuelta a las raíces de los hippies, la reivindicación de lo natural se ha convertido en un negocio. Un reclamo green-washing que nos dan gato por liebre haciéndonos creer que si el envase es reciclable se va a reciclar y que no es un gasto inútil y perjudicial para el planeta. Y, como dice Bruno Latour, todos estamos en el Planeta, no podemos huir de él ni poner muros.

¡Libres domingos y domingas!, decían medio en broma en los locos setenta. Las mujeres, después de desechar el corsé, se libraban del sujetador como una imposición machista. Los bikinis, las minifaldas, el naturismo reivindicaba la piel como una liberación. Y si mostrar un acto sexual en el cine podía ser una manera de enfrentarse a la sociedad biempensante, el capitalismo lo ha fagocitado con un cine que explota el cuerpo de las mujeres como reclamo, simples objetos de deseo de quien paga la entrada. O, peor aún, desarrollando una monstruosa industria pornográfica que, a tenor de los tiempos, cada vez es más violenta y denigrante para las mujeres, por supuesto, pero también para los hombres. Si en los lejanos setenta, si en la gloriosa Transición el cine erótico era símbolo de libertad para ellos y para ellas, hemos llegado a un momento en el que nos hemos asomado al lado oscuro de esa industria.

La sensibilidad hacia los colectivos minoritarios, hacia los homosexuales y la reivindicación de la igualdad de las mujeres ha ayudado a pensar un mundo más justo. Incluso podemos decir que en algo hemos avanzado. Sin embargo, es triste ver cómo en esa lucha se pervierten medios y fines y se vuelve a una mentalidad retrógrada vestida con los ropajes de cualquier movimiento que antes fue de liberación. Quienes demostraron tener una mentalidad censora, o de miedo, o de asco, o de reprobación sexual ahora se adueñan de los lemas y de la imagen del feminismo, por ejemplo.

Somos una sociedad contradictoria. Nos parece una aberración las operaciones de pechos siempre que nos resulte desagradables los fines. Hemos reivindicado la libertad para vestirnos y arreglarnos y tener una imagen fuera de las convenciones y tenemos los juguetes más sexistas, más discriminados entre niños y niñas. Pedimos que no se sexualicen la imagen de los menores, especialmente de las niñas, que aparecen en publicidad o en la ficción, incluso por las calles, con la apariencia de una estrella que vive de su atractivo sexual. Y no atendemos a la denuncia que una serie puede hacer de esta práctica.

Hace unas semanas cumplió años Leticia González Díaz, la maravillosa ilustradora que ha dado un toque casi mágico a la portada de Somos grieta. En tono de broma se lamentaba de no haber preparado un tik-tok para su cumpleaños, así que había recurrido al plan b, una serie de fotos en las que demostraba la “buena cosecha” de su año. En esta composición la ilustradora se expone en camiseta, y se intuye su propio cuerpo, incluso en una muestra el trasero con cierto descaro. Nada que no se pueda comprobar en cualquier playa. La mayoría de los comentarios la felicitaron por su cumpleaños y festejaron la belleza de la modelo dentro de un tono festivo. Sin embargo comenzó un debate cuando uno de los posts le recriminó que “hipersexualizara una mujer adulta, inteligente y responsable...”. Un comentario sorprendente porque su página de Facebook, que recomiendo, está dedicada principalmente a sus trabajos como ilustradora y comentarios sobre la actualidad. (Aquí están su página como ilustradora y su canal de YouTube.)

Si se reivindican los cuerpos no normativos, los que superan la juventud o la delgadez extrema, ¿debemos criticar que una mujer de más de cuarenta suba unas fotografías en las que demuestra que tiene un cuerpazo? ¿Es conveniente que muestre el culo? Este debate en los lejanos tiempos de la contracultura no tendría demasiado sentido. Dirían que, por supuesto, que está en su derecho, que cómo no. Sin embargo no faltan las voces censuradoras, y lo más llamativo, en nombre del feminismo. Hay que reconocer que la mayoría de las contestaciones afeó la recriminación y celebró la libertad de Leticia en mostrarse como le diera la gana. El razonamiento sería análogo si fuera un varón que ostentara un cuerpo de infarto, por supuesto.

Sería recomendable llegar a un equilibrio de valores. No vamos a pretender que todo el mundo tenga una sensatez –¿cuál sensatez sería esa, la sensatez de quién?–, siempre habrá voces de un lado y de otro, quienes no se pronuncien o que pongan el grito en el cielo mojigato. Valorar, en la medida de lo posible, qué supone una liberación y qué es un corsé social. No podemos ser ingenuos, pero debemos manejar cierto grado de suspicacia. Tampoco deberíamos pasarnos de suspicacia y crítica en según qué casos. Tengo miedo de que volvamos a la misma beatería pero justificada con otros valores. Aprender, en suma, del pasado.

Es una reflexión triste.

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