Con este libro, María Ángeles Pérez López ha conseguido el VI Premio Internacional de poesía Margarita Hierro. Fundación Centro de Poesía José Hierro. El concepto puede tener dos antecedentes, el Libro de los Muertos propio de la cultura egipcia, donde se le enseña al alma a pasar el juicio de Osiris, cuando Anubis pese su corazón frente a la pluma de la verdad. Por otra parte, el Libro tibetano de los muertos fue un elemento básico para la contracultura de los sesenta. El gurú Timothy Leary, entre otros, atisbó a intuir las conexiones entre la experiencia psicodélica del ácido lisérgico con las descripciones -e instrucciones- que el Libro tibetano hacía sobre el momento del tránsito. El mar Mediterráneo, décadas después, se ha convertido en un lugar para que el tránsito entre la desesperación y la esperanza se convierta en un cementerio marino. María Ángeles Pérez López aborda desde su particular escritura poética, esta tragedia en sí misma y como una especie de símbolo de una época. Se contraponen textos, se reformulan propuestas, se intercalan citas y se hace gala de una estructura casi musical, donde las citas abren el campo de evocaciones.
Comienza el libro con una pregunta trascendente, “Si las rocas respiran, ¿no habrás de hacerlo tú? Brama el mar en su nombre y en el tuyo. Entra y rompe, imprudente, las costuras, el cuidadoso atado de los mensajes’ [Noventa y nueve estrellas de mar y una coda]. La tragedia de la vida y del tránsito condensada en estas reflexiones que conectan con Gimferrer, “Arderá el mar y los campos de Moria”. Las particulares conexiones y ramificaciones de la escritura de María Ángeles Pérez López avisan con una extraordinaria fiereza:“¿Serán los ojos dos botones vivos? (...) ¿Qué están mirando frente a lo impenetrable? ¿Adónde se dirigen entre tanto silencio?” (Re es a Raíz como REM a Matriz). El libro se compone de fragmentos, imágenes, asociaciones, angustia, desamparo…
A veces, incluso se trata al lenguaje como objeto: “Deberás masticar las palabras más mudas”; “Acontece el cráneo del León /…/¡Pero si el poema es también rasguño y hambre!” (Cráneo y otros trofeos). Juega a escribir “már” con tilde, retorciendo las posibilidades expresivas. Desgrana cada situación para que vaya estallando en partes que luego retoma en las notas dotándolas de nuevos sentidos y connotaciones, de nuevos sabores: “En la niebla, la arqueología del abandono” (Desnudo mundo).
Cuando denuncia la violencia contra las mujeres, salta de la guerra civil a Ciudad Juárez: “En los desiertos en que se arrojan huesos de mujeres en las fosas comunes de la guerra civil en los que canta un sonajero mudo, ¿también alguien limpió la carne en cada cráneo? ¿Hubo vértigo y endereza, revelación oscura que no quiere caer?”. Pero este Libro mediterráneo de los muertos es mucho más, y, como rizomas, la poeta va entrelazando los temas, las imágenes, los recursos poéticos: “Las uñas se desplazan como los continentes. Atraviesan el aire y lo deshilan, crecen sin cesar ni preguntarse. /…/ Hay personas sumergidas en silencio que repiten su nombre sin cansarse. ¿Cómo es que esos nombres no logran energía?” (Partitura de los desplazamientos).
Este es un grito de auxilio y de denuncia: “... Cuando el mar arroja un cuerpo hasta la playa, ¿es también una cutícula sobrante? ¿Extremidad que nadie requería?”. Un lamento de humanidad que nos une: “¿Caemos porque somos extranjeros? ¿No logramos nunca terminar de llegar?¿Crecemos en una tela transparente y nunca terminamos de llegar” (¡Quizás zigurat, quizás guepardo!). Y, especialmente, la sabia interrelación de lo que no se puede decir con la poesía, lo que está vivo y lo que estará de nuevo renacido, el océano y el ser humano, el lenguaje y la frontera: “La tumba no es el mar sino el lenguaje. // ¿Cómo va el agua a borrar las pupilas?¿A calcinar el trazo de la sed? /…/ Si somos criaturas del océano, si el agua no conoce límite o frontera o edicto suficiente para expulsar a nadie, si no hay orilla o branquias suficientes que arrojan la placenta en la que fuimos, ¿en qué momento nos volveremos tierra? ¿En el momento mismo del morir? ¿Por eso diremos enterrar, aunque se habla de enterrar en el agua, del mar como una losa transparente? El rostro en el lenguaje que no se pronuncia”.
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