Este es el tercer libro de poemas tras La educación física (2010) y La retirada (2012) y es fundamental para comprender no solo la trayectoria personal del autor en su poesía, también porque asienta una manera de concebir el poema como exorcismo, donde el argumento tiene tanta presencia y tan real que el poeta debe esconderse para que se exponga lúcidamente. No se trata de artificios retóricos, ni de metáforas brillantes en sí mismas, todo está al servicio de una verdad que está delante. El trabajo de la metáfora es aclarar de manera efectiva lo que apenas podemos vislumbrar. En el prólogo anuncia que “Yo tenía dos vidas: / una era una pequeña verdad, / la otra era una verdad absoluta” y seguidamente nos avisa que “si todo está bien iluminado / no hará falta que nadie resplandezca”.
La primera parte lleva por título Casa de acogida: “La casa está bien hecha, el hijo está lejos, / ya nadie se entrega a cuidar la casa /…/ Vi la casa, vi a la madre. Pensé: / el deseo de tocar a quien se destruye / es tan fuerte como el de destruirse / y de una mujer que desea morir / nace siempre un nuevo hombre”. Este sentimiento casi de reconstrucción aparece como motor del poema: “Tengo que darle forma a nuestro dolor / pero mi infancia justifica el cuadro abstracto /…/ Si no consigo vender el retrato / que durante tantos años hice de ti, / ¿será por tu culpa o por la mía?”.
A partir de ese momento, el Yo casi pasa a un segundo plano para poner el foco en esa historia de amor: “Ya había nacido de un amor imposible”; “La historia de mi familia es la historia / de una acogida. De recogerme unos a otros / en la casa, en la madre”. Recuerda la voz del poeta: “Yo me aburría, pero sabía que tú estabas jugando / que apostabas nuestra historia, y la perdías. / Por eso el juego es sagrado para mí, / porque pierdes siempre / pero si ganas te sientes el mejor / y consigues olvidar lo que te han quitado”. Y concluye que “Hemos crecido en un país de hijos únicos / que han matado a sus hermanos”. Mucho más tremenda es la confesión de que “Mi tradición es destruirme”. Los versos que siguen ponen las bases para comprender esa tradición.
Mis padres: Romeo y Julieta (Un poema) es el título de la sección principal, “Nuestro proyecto desde entonces es volver / allí donde hemos amado con locura”. Van apareciendo los recuerdos: “Mi madre cuenta que cuando yo nací / mi padre no tenía deseos, no sabía qué hacer / simplemente escuchaba música y leía / solo por eso durante un tiempo / mi padre fue un héroe para mí”. Se escondía, pues, una tragedia cotidiana, de las que es imposible deshacerse: “Habla Romeo: / desde que nos conocimos vivimos de nostalgia”. El inicio, descubrimos: “Todo empieza con un bello error de cálculo. / Mi tarea fue resistir la tentación de arreglarlo”. La labor del poeta, por su parte, está reglada: “Mi ofició aquí es decir con claridad: / reniego de mí mismo y de todo lo que me rodea. / Yo sí reniego de mis orígenes”.
La rotundidad del drama se resume en que “El fracaso de mis padres fue mi única historia /…/ Mis padres pensaron que algunas cosas / no tenían por qué contármelas / y nunca olvidaron la única decisión / a la que pudieron llegar: el silencio”. Una desolación que se vive día tras día porque “Lo que mantiene viva a la familia es el enfrentamiento / pero no la pureza que yo busqué”. En el paisaje de la batalla, confiesa a su padre, “Yo te amo porque no tenemos imágenes juntos, / porque nada puede demostrar que eres mi padre”.
El fundamento espacial del hogar es un artilugio simbólico: “Volveré a la casa familiar / donde la separación de los padres / ya no le importa a nadie”. No solo es el escenario, es también muy elocuente que acabe derruida: “Somos actores, en la memoria del que mira / duramos más que cualquier objeto”. Sobrevuela Pablo Fidalgo en sus poemas esta situación: “Si me arriesgo a repetir sus errores / es para no elevarme sobre ellos, / para no cerrar todavía ningún círculo”. En su memoria más remota “Sentía vergüenza de mis padres / por tener que explicar su separación / sin poder explicar antes su amor”. Por un lado, recuerda que “El dolor de mi madre se extiende en el tiempo / mientras que el de mi padre y el mío, de pronto / nos estalla en la cara. Hemos de decir adiós”. Y, por otro, su posición asume que “Mi vida es lo que mi padre / sigue sintiendo esta noche por mi madre /…/ Las ganas absolutas de perdonarlo todo”.
Hay una tercera parte, Río do mar, donde toma la primera persona para un diálogo con los padres en el que “La luz se dirige hacia esta forma de no entender la vida”. Esta confesión no deja la dureza y la desolación de los versos anteriores: “Ya no deseo hablar de nosotros, / solo ir despidiéndome de este día imposible”; “Sé salvaje cuando comprendas igual que cuando no comprendas”. Por más que intente un alejamiento frío, una perspectiva que analice al margen de los sentimientos y el dolor, el poeta acepta que “Hemos sido irrepetibles y fascinantes tantas veces al día / que nadie se ha fiado de ti y de mí”, y, sin embargo, “Estoy aquí para decirme que yo también / viví una gran historia de amor y no nació ningún hijo”. No es un alivio (“¿Cuántos años tardarán en volver a moverse / cantidades tan grandes de amor y de odio sobre mí?”), más bien es la constatación de un dolor profundo: “Mi vida es una persecución a muerte / para conseguir ser mi primer amor”; “Esto es la definición del perseguido: un cuerpo que sabe exactamente / aquello de lo que es inútil huir”. Y quizás, con el paso inexorable del tiempo, una quietud serena: “Mi trabajo en la vida es ver / cómo mis apellidos se pierden / Que se pierden”.
La poesía de Pablo Fidalgo es de una belleza cruel por cuanto se dirige contra el poeta mismo y contra la más estrecha base de su persona: “He descrito mi muerte cada día / porque no tengo los papeles delo que soy /…/ El estado salvaje de un hijo / no se puede medir con su madre al lado”. Intuimos, sin embargo, que persevera una voluntad de belleza y casi irónica esperanza: “que cada uno de nosotros tres está destinado / a vivir otro gran amor, otro gran poema de amor”. La cronología biológica del autor se irá completando en entregas posteriores, siempre con la misma honestidad radical, siempre con la misma poética descarnada.
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