En las últimas semanas he recibido como
profesor de un centro de secundaria varias comunicaciones referentes a los
exámenes. Un tutor me pide que no los ponga a última hora porque los chicos se
ponen muy nerviosos. Se ha dado un caso de un alumno de 2º de ESO que sufrió un
ataque de ansiedad. En otra conversación, un compañero me pedía también que no
colocara los exámenes después de su clase porque no se concentraban los chicos.
Por supuesto hay que evitar que los alumnos tengan dos exámenes el mismo día.
Los lunes no es buen día para ponerlos porque no estudian durante el fin de
semana. Teniendo en cuenta que las clases son las que son en secundaria y que
los caprichos del horario pueden hacerte imposible cualquier cambio me pregunto
dónde poner con los exámenes.
Quizás alguien pueda pensar que soy una
especie de ogro malvado con pruebas dignas del propio Hércules. En general no,
tengo una tasa de aprobados relativamente alta, no suelo dejar para septiembre
muchos más alumnos que los que tiran la toalla. Quizás sea cuestión de gustos.
Pero se da el caso de que también soy padre. Mi hijo pequeño está todavía en
primaria, el año que viene dará el gran salto y él sí tiene varios exámenes
seguidos, a primera hora, a última, avisando y sin avisar. Con un nivel no
demasiado diferente al de los primeros cursos de secundaria.
Esta consideración –que va pareja al
hecho de que parece que no se aprende más con los años, sino que se desaprende–,
viene al caso de que no sólo son alumnos de bachillerato, presionados por la
selectividad y por la nota. Desde el minuto uno de la secundaria ya detecto
alumnos y sobre todo alumnas con ansiedad sobre los exámenes. Creo que doce o
trece años es demasiado pronto para tener ansiedad ante una prueba. Es normal
tenerla en una oposición, en una prueba decisiva, como el acceso al
conservatorio o la universidad, al carné de conducir... pero en un curso en el
que los exámenes son cada poco tiempo, que además pierden cada vez más peso
ante otras anotaciones en el cuaderno del profesor –las dichosas competencias
básicas–, que, en fin, con esto de la evaluación continua acabo teniendo
dieciséis notas por alumno, creo que la ansiedad es demasiada.
¿De dónde viene esa ansiedad a esos
alumnos? Porque a algunos hay que decirles so
y a otros arre, permítaseme la
expresión. La mayor parte de los problemas vienen de aquellos que no les
interesa lo más mínimo ni aprender, ni atender, ni aprobar. Ni a ellos ni a sus
padres. Son inmunes como Bartleby el escribiente. ¿Qué es lo que hace que en
ciertos casos llegue el estrés tan profundamente a estos todavía tiernos
infantes?
Tengo compañeros que sospechan que la
presión viene de casa. Y sé seguro que hay un componente genético en ciertos
nerviosismos. Como diría Juan de Mairena, para evaluar al niño me basta con
evaluar al padre. Pero creo que hay algo más, y en eso tenemos la culpa los
mayores.
Sobreprotección es la palabra que busco.
El sufrimiento es algo normal en la vida, pero tampoco es cuestión de buscarlo
de manera intencionada. Los malos ascetas se preparan para sufrir a base de
sufrimiento buscado. Creo que la vida ya se encarga de que vayamos sufriendo,
no hay que esforzarse en ello. Más aún, hay penalidades fácilmente
prescindibles, demasiado sufrimiento y pesar sin motivo. La historia de la
humanidad es una continua lucha contra el sufrimiento, del frío, del hambre, de
la enfermedad... mientras que por otra parte se empeña en buscar
complicaciones, retos, envidias y maldades. ¿Cómo no empeñarse en evitar ese
dolor? Tenemos que acostumbrarnos a cierto tipo de sufrimiento, de penalidades,
de carencias porque la realidad nos impide realizar de inmediato nuestros
deseos.
¿Debemos tomar una actitud de entrenamiento
hacia esas penalidades y ponernos retos como un faquir para que no nos afecten?
No lo creo. Son muy interesantes a este respecto algunas películas que cuentan
la formación de un discípulo bajo la brújula de un maestro. Incomprensible en
sus mandatos pero acertado en sus resultados. Más que en películas de escuela
estoy pensando en Karate Kid. El
maestro Miyagi no ahorra sufrimiento al joven Danielsan. Más bien parece lo
contrario, que lo hace sufrir a caso hecho. Pero luego nos asombramos de que esos
movimientos irracionales, esas tareas repetitivas y monótonas son la base de su
formación como karateka. Dar cera, pulir cera.
¿Qué modelo debemos seguir? Seguir la
corriente de un hedonismo que busque la buena vida, eliminar el estrés, acabar
con la ansiedad en un mundo tan competitivo como frustrante, con tantas
maldades de la gente como de los sistemas y de la realidad parece la actitud
más sensata. La vida es corta y luchar no siempre te lleva a la felicidad. Hay
que aprender a vivir con menos, a tener aspiraciones realistas y no empeñarte
en la carrera hacia el dinero, el estatus y la fama.
Sin embargo, evitar el sufrimiento nos
lleva a personas débiles, incapaces de aceptar la frustración de no alcanzar
inmediatamente los deseos. Lleva a alumnos protestones (que no contestatarios)
que sólo piden exámenes fáciles, eliminar materia y notas muy altas. No se les
puede culpar, es un mundo muy competitivo y necesitan muchísimos puntos en la
selectividad. Pero ellos y sus padres están más por la labor de poner notas
altas en lugar de aprender a sacarlas. A partir de ahí se cuestiona la
enseñanza y el valor de los contenidos. El carácter se corroe y luego no
tendrán un oficio donde se pueda forjar mediante un trabajo. Serán ciudadanos
débiles, frustrados y descontentos, incapaces de lograr ningún objetivo que
suponga posponer la recompensa.
¿Dónde está el equilibrio? Si nos
pasamos por un lado creamos fábricas de infelicidad y si nos pasamos por el
otro tenemos la debilidad que nos lleva a la infelicidad también. Es normal
sufrir y acostumbrarse poco a poco. Irracional es hacer sufrir como fundamento
de la salvación tanto como evitar una penalidad que va a llegar sin duda.
Serrat se dio cuenta con los locos bajitos: Nada ni nadie puede evitar que
sufran. Y además, sufrimos por ellos.
Creo que s tan inevitable sufrir por los exámenes como para otros pasárselos por el forro.
ResponderEliminarHay extremos muy claros, personas que nunca se preocupan ni sufren por nada. Inmunes a cualquier premio o castigo. Me entristece muchísimo encontrarme a gente así. Pero ver el sufrimiento inútil también es devastador. Y ser el causante de ese dolor también se me hace duro. Quizás sea todo cuestión de hacerse fuerte, como dicen por ahí, lo que no te mata, te da más puntos.
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