Lo que tengo entre las manos es un libro que duele. Y no sólo
por tener en cuenta el dolor que le dio origen, sino porque sus versos se
atreven a consignar a través de palabras el sufrimiento y la rabia ante el
dolor. No se rebela Tulia Guisado contra Dios, no contra la vida, ni la
enfermedad. Sus dardos apuntan a quienes con su indiferencia y asepsia lo
multiplican.
El punto de
partida, como indica el propio título, es la temperatura del cuerpo humano, a
partir de ahí, la fiebre, la enfermedad y la muerte. El lugar de referencia es
el Hospital, donde se curva el espacio y el tiempo y se desdibuja la realidad
exterior y los tiempos normales. La excepcionalidad que rasga la vida. El topos
del hospital se completa con los alrededores y el resto la ciudad que continúa
existiendo aunque la vida personal sólo gire alrededor de las habitaciones y
los pasillos de ese edificio aséptico.
Habría que
entender 37'6 como un único poema en el que se desgajan como epígrafes
los distintos focos donde apunta, por eso se repiten los títulos, por eso se
lee como una oración. Por eso también se repiten versos, “No hay palabras. /
Esto no son palabras”. Su admiración confesa a José Hierro no es obstáculo para
que encuentre otras fuentes expresivas, quizás más lejanas como Lorca o Juan
Carlos Mestre. La escritura es clara y las abundantes metáforas son expresivas
en un contexto, no simplemente como el recurso al surrealismo para expresar la
locura del sufrimiento (como Luna Miguel en Los estómagos), ni mucho
menos para dar una falsa pátina de poesía a la narración de un dolor. Son
metáforas muy cognitivas, que ayudan a entender, como en muchos poemas de
Alejandra Pizarnik. Quizás no quede otra forma para expresar el dolor. Destacan las metáforas de la caza, porque,
ante el dolor, todos somos la presa, a la que, por ley, no deberían poder cazar
(La hembras de las especies).
La poesía de
Tulia Guisado parte de una subjetividad radical, no ya para su personalidad
poética, sino en todo su ser. La experiencia, la razón y el sentimiento hunden
su base en la esencia de la persona. La persona que sufre, que está acompañada
o se siente ignorada en su dolor. “-Nunca creíste que fuera tuyo / un dolor tan
antiguo, tan usado, / dicen, tan poco original” (p. 19). El papel de madre
otorga mayor lucidez a este dolor a la vez físico e intensamente emocional.
“Trabajo cada día y sudo por la lengua. / No quiero justificar la ganancia /
sin la pérdida “(Final). La relación con el dolor es de un extraño que
acaba por rellenar todos los rincones: “Yo no he inventado este dolor” (p. 29).
La febril y terrible intensidad de los poemas no quita claridad a su escritura:
“Como si la culpa fuera un pájaro y yo, despejada de todo, / tuviera una jaula
y esperanza para alimentarlo” (37)
37'6
es, sin duda, un libro muy arriesgado. Emocionalmente, por supuesto, pero
líricamente requiere una especial habilidad para depurar los versos, para
componer, no una elegía, sino una emocionante reflexión sobre el dolor. Un
dolor que, personalmente me ha dejado desbordado en los que quizás sean los
versos más duros de todo el poemario:
“Te conozco,
dolor,
como la palma
de la mano
con la que
toqué
a mi hijo
muerto
la cabeza
(En este
verso, sólo el dolor es una metáfora)” (Las mujeres sabias)
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