lunes, 21 de noviembre de 2016

Ciento volando



Un conocidísimo experimento psicológico consiste en mostrar a niños una nube de algodón y prometerles que si aguantan sin comerla el tiempo en el que los experimentadores salen de la habitación, podrán tener más chucherías. Les dicen que pueden comerla si quieren, pero si son capaces de esperar tendrán una recompensa mucho mayor. Es una medida bastante evidente de la capacidad que tienen unos de demorar la gratificación frente a los impacientes que no pueden reprimirse. La verdad es que inspiran ternura los intentos que hacen algunos niños para aguantar sus instintos. Tararean, tocan la nube, la huelen… Muchos no tienen remedio y se la zampan al poco tiempo.
                Por lo visto han comprobado en estudios a largo plazo que aquellos que supieron aguantar han conseguido mayor éxito en la vida. No me he detenido a comprobar cómo han medido el éxito ni en qué consiste. Me intriga cómo han conseguido aislar otras variables como el grupo social de procedencia, o cualidades que pueden ir parejas a la capacidad de demora de gratificación, como la inteligencia, la impulsividad o el hambre.
                Lo que parece muy claro es que el ascetismo mundano hace triunfar en el mundo actual. No tener espíritu de sacrificio te condena en vida a llevar una existencia pobre y sin esperanza de prosperidad, ni en los negocios ni en la vida emocional. Es lo que sería el ethos del protestantismo que corre parejo al capitalismo.
                Sin embargo, esta manera de concebir la actitud correcta ante la vida es contradictoria con el viejo refrán castellano del más vale pájaro en mano que ciento volando. Es verdad que hay refranes para casi todo y su contrario, pero quizás sea que las exigencias de la vida hace unos siglos eran muy volátiles para arriesgarse a una recompensa posible pero no segura. En el caso del experimento parece que los niños sí que estaban persuadidos de que los científicos iban a cumplir su parte del trato. Pero, ¿y si no todos estuvieron seguros? ¿Fue una cuestión pragmática la del toma el dinero y corre o fue inconsciencia? Esta época tampoco da para mucha más confianza. La volatilidad del mercado es seña de identidad de estos tiempos líquidos donde todo lo sólido se desvanece. Quizás haya que repensar el experimento en este capitalismo tardío.
                También contradice el experimento la máxima del carpe diem, aprovechar el momento, vivir sin pensar en el mañana. Lo curioso es que ambos mandatos coexisten en el mundo actual. Por un lado prácticamente te exigen el ahorro, la hipoteca, la previsión en un plan de pensiones, y por otro te arrastran al consumo y a vivir el día a día, sin esperar al mañana. Amazon Premium, comida instantánea, lo quiero aquí y ahora…
                Realmente no sé cómo vamos a lidiar con dos exigencias tan contradictorias y con tanto poder en el imaginario. El ser humano tiene una realidad bastante compleja, ignoramos cuál es su esencia y siquiera si tiene una. Decidir sobre la existencia de una naturaleza humana es un debate que suele acabar demostrando, como casi todos los debates, cuál es la ideología política de los contendientes antes que sacar en claro algún aspecto de ella. Tendemos a pensar, sobre todo en una gran tradición en sociología, que el ser humano es polivalente, que su mente es tan plástica que cualquier bebé se adaptaría a las normas sociales del grupo humano donde naciera. Este es un gran a priori muy complicado de demostrar. Pero lo cierto es que tenemos una variabilidad cultural, dentro de una misma sociedad, y sobre todo, si comparamos unas con otras. Parece ser que ni los sentimientos más básicos son compartidos por todos los seres humanos. Pico della Mirandola, en quizás uno de los textos más hermosos e inspiradores, defendía que la naturaleza humana no estaba decidida de antemano y que podíamos aspirar a ser como ángeles o reducirnos a vivir como las bestias. ¿Hasta qué punto podemos decidir sobre nuestro destino? ¿No estamos condicionados en un extremo por los genes y en el otro por el ambiente en el que nos criamos? Como sociólogo y como historiador me gusta pensar que los ambientes determinan de una manera muy clara muchos de los comportamientos y las imaginaciones –lo que los historiadores llamaban no hace mucho, las mentalidades– de los hombres. Digamos que mi aportación es clarificar en qué medida lo hacen.
                Por otro lado es más que evidente que no podríamos hacer cosas que los genes no nos permitieran. Los genes determinan si somos gusanos o humanos, el horizonte de posibilidad nos lo marcan los cromosomas, pero un filtro nuevo, la sociedad en la que nacemos, marca la dirección del cambio. Refuerza o reprime. Genéticamente estamos programados para aceptar esa influencia –si no lo estuviéramos, nunca podría ser efectiva–. Hay, desde luego elementos que permanecen estables a lo largo de la historia de la humanidad. Lo que nos hacen entender las tragedias de Shakespeare, y otros que hacen incomprensibles la preocupación por la honra del Barroco. Por eso unos vemos que el mundo siempre ha sido mundo y otros vemos qué modernos eran los antiguos.
                Sin embargo creo que se comprueba que hay tendencias distintas en momentos diferentes de la historia de la humanidad. Sociedades que premian la rapacidad y otras que conviven con la pereza. No puede ser que todo un país esté íntimamente ligado genéticamente unos con otros. Deben existir unos condicionantes que inclinen, aunque no arrastren hacia la previsión o hacia el goce inmediato.
                Lo que no creo es que se haya dado en muchas ocasiones una contradicción tan evidente, no entre unos sujetos y otros, sino entre las propias exigencias del sistema social y económico, que necesita a la vez, el ahorro de las familias y el gasto, que proclama la recompensa inmediata y que entrena para su demora. Que te alienta a hipotecarte y te culpa de la crisis, que te muestra los triunfadores y sus lujos y que te recrimina que intentes vivir por encima de tus posibilidades, que tengas iniciativa –empresarial, por supuesto– y que vivas conforme a lo establecido…
                Quizás debiéramos aprender de los pájaros, que no están en mano, sino volando a cientos.

2 comentarios:

  1. Perfecto planteamiento de lo que nos ofrece y nos exige la sociedad actual, con las contradicciones que nos encontramos en el día a día, para lo cual el recurso de acudir al refranero popular es muy, pero que muy bueno. De nuevo, me quito el sombrero.

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