Miembro del grupo poético
Nadir-Bcn, este es su segundo libro de poemas tras El alféizar del tiempo
(2006). La vocación de Daniel Izquierdo se divide en dos caminos no siempre
divergentes. Por un lado, está la enseñanza y el pensamiento pedagógico y por
otro lado la poesía. Dos formas de despertar emociones y conciencias que ocupan
su tiempo. Precisamente el tiempo es uno de los grandes protagonistas de este
poemario, junto con el sufrimiento y la muerte.
Variedad formal,
poemas largos sobre todo, poemas en prosa, preguntas retóricas (¿De qué
estará llena la luna llena?). Procede el poeta a jugar con las palabras
como se juega con una amante, sinestesias, imágenes, quiasmos… Y contiene, sin
duda, poderosas metáforas: “La soledad es un arácnido invisible” (Adagio dominical), “Pensar es desnudar
la desnudez” (Contra la noche), con
cierto de surrealismo al estilo que pudiera tener Bob Dylan.
Entre los compañeros de viaje,
Daniel Izquierdo cita a Benedetti, Brines, Ramos Rosa, Mallarmé, Otero, Yeats,
Lorca, Pavese, Machado, Némirovsky, Baudelaire, Hölderlin, Cioran, Borges,
Modiano, Bécquer, Poe, Alfonsina Storni, Félix Grande… También personajes del
cine como Kane, de la música como Mozart, la Callas, Chopin, Paco de Lucía…
El volumen se estructura en tres
grandes bloques precedidos por un poema que sirve de prólogo: Los desengaños de la muerte, La canción del suicida y El arcángel caníbal. Un gran amor por
las palabras, que se pueden personalizar en autores, pero que, sobre todo,
demuestran querencia más allá del mimo con que están realizados los poemas. Así
comienza el poemario:
“Las palabras conservan el olor,
el calor y el temblor
del cuerpo que las dice.
Como las casas antiguas,
las palabras amagan recuerdos
frente a la chimenea,
ventanas cegadas con vistas al ayer
rincones desnudos donde paliar
la infancia o avivar la derrota.
“(Pórtico de la Gloria)
La primera parte tiene un
comienzo contundente: “Una madrea ahoga a sus dos hijos pequeños” (La bañera)
y sigue: “La rutina, / (…) / es un aria anarquista en boca de la tarde”, porque
la vida continúa a pesar del espanto. La tragedia sirve de reflexión para el
horror que se esconde en lo cotidiano.
“Todo es de cartón. También mi
muerte.
Esa bañera otra donde cada noche
ahogo lo que soy cuando salgo a la
calle
con aires de escritor y folios vacíos
debajo del brazo
cuando entro en la clase y le quito
los ropajes
a la sintaxis para descabalgarla de
su seriedad
y ofrecerla desnuda al alumnado”
(La bañera)
Tragedias como la del tren de
Angrois le sirven al poeta como un punto de partida para esta reflexión sobre
el sufrimiento y la muerte.
La segunda parte, La canción del suicida, es la bisagra
entre los otros dos bloques. Suicida es quien elige la muerte, no el que se
deja morir. Esta ambigüedad juega un papel clave en este segundo bloque. Si,
por un lado, “Vivir es moldear la luna en el útero etéreo / de lo inadvertido,
dejar vivir” (V), por otro confiesa
que: “El suicida / se ahoga soy yo” (II),
porque “Yo no quiero morirme, o sí, eso qué importa” (III).
La última parte comienza con una
cita de Rafael Pérez Estrada y trata, quizás más abiertamente, de la
enfermedad: “Eres Edmond Dantès tratando de escapar / del azul Insalud de tu
pijama” (Hospital). Puede ser más
variada en las formas. Además, añade un matiz temático, no es la muerte, ni
quien la elige, sino el que devora la propia muerte. Como en Pavese, está
cerca:
“Sobre el acantilado irreductible del
tiempo
La muerte se le antoja un andén
dialectal
Para cifrar la almendra de lo
inexpresable;
Un cambio de agujas donde rompen los
besos
Su espuma cariada, ebria ya, de
naufragios
…
Sobre el acantilado irreductible del
tiempo,
Ha pensado la muerte y ha soñado sus
ojos.
También la primavera.” (Una definición aproximada de la muerte)
La relación con el sufrimiento,
con esas cicatrices, es personal: “Cuando lloras / le añades dimensión al
infinito / (…) / La muerte es un morreo por correspondencia” (Cuando lloras). Y es la escritura un
modo de transformar y digerir la experiencia, de vivir intensamente cada
momento:
“Recitar los versos de la noche anterior,
quedarse en sus afueras, repasar la clase que darás mañana. Construir vidas
ajenas con los retazos deslavazados de la vida propia y no intuir un porqué, en
la mesa de enfrente, una pareja joven se ahoga en el cansancio sin salir
siquiera, del primer beso” (Copas con
Cioran y John Berger en el Café de la Juventud Perdida de Modiano)
De todas formas, no hay que dejar
la impresión de que sea un volumen monotemático, aunque el tono general tenga
un leitmotiv, existen muchos otros,
hay un tono comprometido en Paro y
estadística, y un romanticismo implícito en muchos de los versos:
“Cuando apagan las luces,
la soledad sustituye al gotero y
dosifica,
en tu desesperanza,
el suero cierto de tu decrepitud.
Y nadie te llama.
Los amigos esperan
el puerto de una esquela,
para anclar tu recuerdo,
expandir sus velas,
fijar tu olvido en su bitácora
y decirte adiós” (Navegación)
La soledad con la que hay que afrontar la vida es de
naturaleza radical, por mucho que nos acompañen en el camino:
“Sostendrás mis silencios,
irremediablemente;
un sobre vacío, un dolor milenario
y al volver la mirada, tantas noches
ausente,
abrirá los postigos de tu ser
solitario” [Sostendrás mis silencios…]
La inmediatez de la muerte, y,
sin embargo, el peligro de la rutina que también es la muerte: “La morgue /
banal de la rutina” (Fuga). Podemos observar cierta rabia en sus versos,
una rebeldía contra lo impuesto, contra el sufrimiento y contra la propia
rabia, buscando la aceptación de la vida y el dolor. Las cicatrices invisibles es un canto a la vida porque, en el fondo,
la muerte es una metáfora de la vida:
“Mi poesía también es una rara
enfermedad
(…)
La vida es una enfermedad rara” [Anteayer, 28 de febrero]
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