
Eva
Vaz, el yo poético de Eva Vaz, no proclama la celebración del exceso, lo sufre.
Los placeres van de la mano de las pérdidas. La personalidad en contradicción
que reflejan sus poemas, ese trabajo sucio de re-construcción continua
está pasando por inflexiones, terapias, buenos momentos y añoranzas, amigos que
se van como se va el pasado: “¿Seguimos siendo buenas chicas? // ¿Podremos
seguir siendo amigas?” (Leyendo a Mar 20 años después). La identidad
dañada (Megusta) por el pasado tiene que actualizarse:
“Sigo comiendo
en los mismos platos pequeños
y con la misma cuchara,
aunque ahora no esté vacía.
El tiempo me devuelve
un rostro que no conozco
y me sorprendo en los espejos
(…)
Yo soy mi prisión” (Secuela)
“Sólo soy una madre,
hay muchas en el mundo.
Antes también era una madre,
pero entonces era exótico.
Ahora es ser una piedra
que pesa más que yo misma
y mi fracaso es la sombra
que ves proyectada en tus espejos”
(Cría cuervo)
Es
una poesía muy reflexiva, que se autocuestiona (Leña es el caso más
extremo). No busca la autora consuelo en la escritura, no es una terapia, es la
propia vida que se derrama en los versos. Quizás pueda ser una confesión, pero
es de un dolor más real que metafísico, dolor desgarrado, necesidad y
dependencia, a la vez que vitalidad y empuje, brutalidad y lirismo, fragilidad
y empeño. Uno de los temas recurrentes es la terapia: Terapia
cognitivo-conductual, Aquí no ha pasado nada, Amitriptilina, En
la clínica, La gimnasta y la loca, Hotel vivir…
“Llevo un libro de poesía en el
bolso
con papeles donde anoto
las citas del psicólogo
o algún poema sobre la terapia” (Hotel
vivir)
Pero
no lo hace con un afán exhibicionista, sino con la naturalidad cotidiana de
quien ha bordeado el abismo: “El ruido de venenos nos seduce / pero una se
acaba acostumbrando / y el dolor acaba doliendo menos” (Solas).
El
ritmo de cada poema, de la estructura del libro, se adapta a la necesidad de
cada intención, pausas entrecortadas, aliento más largo, siempre con la
acertada sensación de que es una conversación real o de un monólogo interior.
La aparente crudeza de la poesía de Eva Vaz oculta el preciso cálculo que
encierran los poemas. Otras veces se basa más en imágenes (Mis piernas
corren hacia el sentido) y, sobre todo, apuesta por el contraste, con
rematar el poema con versos que te descolocan.
Pero
no sólo hay dolor en Trabajo sucio,
también hay figuras para sentirse bien, los amigos, su padre, J.L.: “Y después
de todo, Ana, mi vida no está tan mal. / E incluso, / a veces, / soy muy feliz”
(Solas). Hay que poner el acento en el “muy”. Juega con la sátira y el
humor, contra una misma, contra la vida, la muerte y la necesidad de
replantearse y reinicializar el juego, la necesidad de dormir, como diría
Shakespeare, morir, dormir, tal vez soñar... La entrada de las nuevas
tecnologías en el discurso poético se aprecia en poemas como Megusta, Sexo,
mentiras y Facebook, Cinta en el jardín.
La
rabia ante los engaños y ante las pérdidas culmina en la hermosa elegía a
Rafael Suárez Plácido (Plácido), uno de los poemas más sentidos y
memorables de este volumen:
“Realmente este poema
habla más de mí que de ti” (Plácido)
Y
es que la poesía siempre habla más del lector que del autor.
Certera y necesaria la mirada de Javier. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias Gema. Estimo tu mirada también
ResponderEliminar