Meterse en la mente del asesino.
¿Por qué nos interesa tanto conocer cómo funciona la mente de las personas
malvadas? Puede tener un sentido práctico y evolutivo, debemos estar alerta
ante los peligros que pueden acecharnos alrededor, es imperioso saber detectar
en las personas que tenemos cerca lo antes posible signos de que pueden
causarnos algún daño. Sin embargo, me da la impresión de que el afán de
programas de televisión, de películas, de estudios de mayor o menor divulgación
tiene poco que ver con este espíritu originario. Más que nada porque los casos
suelen ser muy rebuscados, amplificados y frutos de la ficción. Se complacen en
mostrar los más escabrosos y sádicos ejemplos, dejando a la imaginación ponerse
en el lugar de los que sufren.
Películas de éxito masivo, Saw, Holocausto
caníbal, La matanza de Texas… ejemplos de cómo muchos humanos
disfrutan de pasarlo mal. Parece un contrasentido pagar la entrada de un cine,
alquilar un dvd o simplemente sentarte a ver en una pantalla doméstica con el
único fin de sentir repulsión y miedo. A priori parecen salidas de
mentes de psicópatas incapaces de sentir empatía hacia los demás. En realidad,
creo que es al contrario, porque si los cineastas no supieran cómo funcionan
los sentimientos de los protagonistas y, sobre todo, del público, no podrían
imaginar escenas tan sádicas como obligar al protagonista a serrarse el pie o
meter el brazo en ácido. La cuestión es que saben que hace daño, pero no les
importa. Quienes defienden este tipo de cine hablan de catarsis, como si ver
atrocidades quitara las ganas de cometer asesinatos. Una solución simbólica al
deseo de matar al padre del malestar en la cultura que hablaba Freud. Lo que
espero es que no sea como la gente que ve los programas de cocina para tomar
ideas. Quizás sólo se trate de activar las emociones. Muchos quieren sentir,
aunque sea una emoción negativa: miedo, sufrimiento, dramones lacrimógenos.
En
otros casos no son obras destinadas a un público adolescente –o de personalidad
adolescente–. Los adolescentes quieren películas de terror, los mayores
prefieren el drama. Incluso cine de culto como Saló o los 100 días de Sodoma,
Dogville, El ángel exterminador, La naranja mecánica… presumen de
lucidez porque desvelan las mezquindades y maldades del ser humano. Sacan a la
luz el verdadero rostro de la naturaleza humana. Para ello inventan situaciones
límite, imponen unas restricciones, ciertamente artificiales, al desarrollo de
la acción. Pretenden advertirnos que detrás de los rostros amables de nuestros
vecinos se encuentra un asesino en potencia que puede vendernos y traicionarnos
a la menor ocasión. Para perder la fe en la Humanidad.
Por
mucho que las campañas navideñas quieran atragantarnos las cenas con
llamamientos solidarios, parece que somos inmunes al sufrimiento real de otros
humanos. Y no es así, la compasión existe, la sentimos. Por eso sufrimos con
los dramas televisivos, por eso lloramos con los realities. Si no
tuviéramos ese rasgo de humanidad no podrían afectarnos las películas gore. Nos aburrirían como terminan por
aburrir los monótonos crímenes del marqués de Sade. Incluso podríamos decir que
existe un cierto prestigio en sufrir. Y el sufrimiento ajeno nos motiva, nos
activa. Lo saben muy bien los productores de cine y televisión.
Me
pregunto por qué no abundan las películas que muestren actos tiernos. No sólo
historias de superación, porque estas también se basan en el prestigio del
sufrimiento. Pueden ser motivo de interés los medios de resistencia ante el
poder, aquellos que no sucumbieron a la barbarie, que mantuvieron su humanidad
y su solidaridad. También pueden ser éxitos en taquilla. Por ejemplo, Intocable,
que rompió todo pronóstico triunfando con una historia basada en la relación
real entre un señor de clase alta en silla de ruedas y su auxiliar pillastre y
vitalista.
Nos
serviría para aprender de ellos, y, si no imitarlos, al menos crear un clima de
menor desconfianza entre nosotros. La suspicacia aumenta la desconfianza en un
círculo vicioso. Sin embargo, estas historias tienen fama de ñoñas. Como si el
pensar bien de las personas restara credibilidad y verosimilitud. Es muy
difícil tratar la bondad como argumento de una trama. Siempre recomendaré una
novela de Wiliam Saroyan, La comedia
humana, que es capaz de encandilarnos con el retrato impresionista de unos
personajes que, pasándolo mejor o peor en la vida, son capaces de tener una
actitud humana y bondadosa. Lo natural no necesariamente es la maldad.
Cabe
preguntarnos, por supuesto, si además de ese morbo perverso para acercarnos a
lo más despreciable de los hombres, hay intenciones ocultas para mostrarnos un
mundo tan peligroso. Y claro que las hay. Muchas razones para romper la natural
solidaridad entre las personas, afloran muchos beneficios de atemorizar a los
vecinos con los vecinos. Intereses mezquinos de seres mezquinos que disfrutan
metiendo cizaña, intereses espurios de empresas que venden seguridad,
justificaciones ideológicas para asentar leyes insolidarias…
En uno de los
maravillosos episodios de Me llamo Earl,
el protagonista, que intenta reparar todo el daño que ha hecho en el pasado, se
encuentra con un pardillo al que timó con un coche. Le hizo desconfiar de
manera extrema de todos hasta el punto de querer abandonar la humanidad. Earl
reflexionó lúcidamente que no sólo había hecho el mal a un inocente, lo peor es
que le había impedido ver lo bueno de las personas. Y ambas facetas existen.
Creo que los seres humanos tenemos un alto índice de maldad. Hay pocas personas que sean "buenas" al 100%. Al menos es mi experiencia. A mucha gente les gusta el sufrimiento ajeno para pensar que su vida es mejor que la de la otra persona.
ResponderEliminarPersonalmente prefiero las películas tiernas, con mensaje positivo, de risa sin que se rían de nadie, de amor y ternura. Para esta sociedad una persona blanda y llorona, aunque no tiene nada que ver.
Gracias como siempre por tu aportación. Eres un mago de las palabras. Pregunta, ¿A tí cómo te gustan los largometrajes?