La verdad es que me
complace que “facha” siga siendo un insulto. Creo que también
tiene que ver con la similitud fonética con “facha” en
expresiones “¡vaya facha que traes!”. Para ser justos, la verdad
es que prefiero insultar con precisión y no es bueno que se vaya
confundiendo el fascismo con cualquier tipo de intransigencia. Mi
prueba es comparar las ideas con las de Mussolini o las de José
Antonio Primo de Rivera. Si coincide en un 80%, por ejemplo, ya me
vale. Quizás para algunos ser facha no es un insulto, y llevan a
gala la herencia de Primo y seguro que también hay quienes ondean la
bandera como un símbolo de una actitud contestataria, en el sentido,
valga la comparación, con la que el movimiento queer hace de
la descalificación. Son y quieren ser outsiders.
¿Qué es lo que hace que una persona de bien sea de una ideología o de otra? Digo persona de bien para descartar la mala fe y los intereses monetarios de arrimarse a un partido político. Jason Stanley ha conseguido cierta celebridad gracias a la traducción de su libro Facha en Blakie Books. Hace, a mi entender, un diagnóstico bastante acertado de las características que definen al fascismo actualizado. Sus puntos ideológicos principales incluyen la referencia a un pasado mítico, el uso desvergonzado de la propaganda que incluye una actitud básicamente antiintelectual y una percepción de la realidad ciertamente demencial. Proponen, en cambio, un retorno a la jerarquía y el orden público, adoptando una actitud claramente victimista ante las nuevas realidades sexuales y migratorias. La principal diferencia con el fascismo clásico es la actitud ante la intervención del Estado en economía, muy intensa en los años 30 y prácticamente inexistentes para los nuevos. Esta actitud, evidentemente, declina cualquier ambición social, dejando a los trabajadores a su suerte, como nuevos empresarios de sí mismos. Por eso hay quienes les llaman “not even fascists”, “ni siquiera fascistas”.
¿Qué es lo que hace que una persona de bien sea de una ideología o de otra? Digo persona de bien para descartar la mala fe y los intereses monetarios de arrimarse a un partido político. Jason Stanley ha conseguido cierta celebridad gracias a la traducción de su libro Facha en Blakie Books. Hace, a mi entender, un diagnóstico bastante acertado de las características que definen al fascismo actualizado. Sus puntos ideológicos principales incluyen la referencia a un pasado mítico, el uso desvergonzado de la propaganda que incluye una actitud básicamente antiintelectual y una percepción de la realidad ciertamente demencial. Proponen, en cambio, un retorno a la jerarquía y el orden público, adoptando una actitud claramente victimista ante las nuevas realidades sexuales y migratorias. La principal diferencia con el fascismo clásico es la actitud ante la intervención del Estado en economía, muy intensa en los años 30 y prácticamente inexistentes para los nuevos. Esta actitud, evidentemente, declina cualquier ambición social, dejando a los trabajadores a su suerte, como nuevos empresarios de sí mismos. Por eso hay quienes les llaman “not even fascists”, “ni siquiera fascistas”.
Estando
completamente con estas
características, creo que Jason Stanley queda un poco cojo cuando
deja de analizar los intereses (económicos principalmente, pero
también sociales y morales) que hacen que alguien se encuentre
cómodo con una ideología porque defiende lo que cree justo y le
conviene. Queda todo prácticamente reducido a características
psicológicas.
Desde
un punto de vista diametralmente opuesto, el neurocientífico
canadiense Steven Pinker, también venía a defender en La
tabla rasa, que los individuos
vienen provistos de unos circuitos neuronales que les hacen ser de
derechas o de izquierdas. Dejando aparte que luego, en su disertación
Pinker resbala
muchísimo, es simplista deducir que uno está más cómodo siendo
conservador o revolucionario sin tener en cuenta que se puede ser
conservador de una situación socialdemócrata o revolucionario como
los carlistas, hacia atrás en la historia. El
profesor José Antonio Marina también esquiva la cuestión de clase
y de intereses cuando desarrolla la historia de la ética, como si
los “descubrimientos” morales crecieran en el vacío dependiendo
de la brillantez de un personaje que convenciera a los demás. Así,
la Revolución Francesa pierde la narrativa de clase burguesa que
asalta el poder legislativo para convertirse en una debate abstracto
sobre los derechos humanos. Adorno y su grupo investigaron el factor F de autoritarismo para comprobar la dependencia psicológica personal hacia la autoridad y la obediencia.
Para
conocer bien el funcionamiento de una ideología hay que partir de la
concepción que tiene sobre el hombre, sobre si es bueno o malo,
egoísta o trabajador. Una vez que se parte de ese diagnóstico,
queda poca duda sobre cuáles son las medidas que hay que tomar para
conseguir la felicidad, la armonía o cualesquiera que sean los
objetivos de esa posición ideológica. Muchas veces sólo atendemos
a los valores a los que se aspira olvidando que éstos sólo parecen
pertinentes si asumimos la presunción sobre la naturaleza humana.
Así,
en la decisión de integrarse en una ideología política influyen no
solo las características y los gustos personales que basculan hacia
la derecha o la izquierda, a conservar o a cambiar. Es una decisión
mucho más amplia, en la que se
cuelan otros gustos “personales” sobre los medios y los fines.
Siempre he pensado que más que factores de atracción hacia un polo,
son los de rechazo los que nos definen. El asco hacia un grupo, un
líder, unas ideas nos posicionan con más claridad que las bondades
de sus contrarios.
Pero,
sobre todo, hay que tener en cuenta los intereses que cubren esas
ideologías. Olvidando las connotaciones negativas que tiene la
palabra interés, porque, en el momento de enunciar que alguien tiene
“interés” sobre alguna idea, aparecen las sospechas sobre
motivos ocultos, especialmente monetarios. Intereses son los de
clase, pero también los que tienen que ver con los morales o
religiosos, y otros muchos que se integran en la identidad de grupo.
La pertenencia a determinado grupo puede
ser motivo suficiente para adoptar unas ideas, con la misma fuerza
que el rechazo al extranjero sirve como cemento social y político.
El asunto es muy complejo, por eso, en la tradición marxista se
habla de traidores de clase y de falsa conciencia.
Por
eso creo que es un grave error y una desconsideración considerar en
bloque a los seguidores de cualquier tendencia como ignorantes,
tarados o atribuirles malas intenciones, como destruir la
civilización occidental o romper España. Quizás, desde nuestro
punto de vista, las pretendidas soluciones de nuestros rivales
políticos lleven al desastre, pero debemos asumir que o bien
obedecen a una buena intención o bien responden a unos intereses.
Son
los intereses los que distinguen, por ejemplo, a regímenes en
apariencia similares. Gobiernos que toman medidas parecidas pueden
responder a intereses muy diferentes y por eso se diferencian. Por
ejemplo, la dictadura nazi y la estalinista utilizaron métodos muy
parecidos, por eso Hanna Arendt los incluyó entre los regímenes
totalitarios. Sin embargo, mientras que grandes grupos industriales
financiaron y salieron beneficiados de las políticas expansionistas
de Hitler, en la URSS, no fueron grandes capitalistas, que acabaron
represalidados, asesinados o deportados, sino que obedecían al
aparato de partido. Puedes
defender libertad económica y ser la Dama de Hierro en una
democracia consolidada y defender las mismas medidas en la sangrienta
dictadura de Pinochet.
Por
eso hay que preguntarse quién sale beneficiado de las políticas en
primer grado, porque, teóricamente todos buscan el bien común a la
larga.
Extraordinario análisis, mi querido amigo.
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