No han conseguido los años ni el
cambio de estado variar ni un ápice los presupuestos estilísticos de Víctor
Peña Dacosta. Nacido en Plasencia y residente en Águilas por su labor de profesor
de secundaria, no deja de lado su tierra encargándose de la edición de Diáspora: poetas extremeños en el “exilio”
(Liliputienses, 2019). Este es su tercer poemario independiente después del
prometedor La huida hacia delante (La
isla de Siltolá, 2014) y la madurez de
Diario de un puretas recién casado (Liliputienses, 2016). Bajo el expresivo
título de Obsolescencia programada conjura la rabiosa actualidad en temas con
vocabulario en el que se entremezclan de manera natural los términos más
contemporáneos con la factura clásica.
Uno de los
rasgos más característicos de Víctor Peña es su sentido de la ironía: “El
terrorista suicida llevaba / puesto el cinturón de seguridad” (La vida moderna). La reflexión irónica y
los recursos posmodernos como el corta y pega, en el caso de Facebook) o Una educación sentimental que consiste en un collage con los
títulos propios y extraños, música y películas. Otro de sus recursos más
posmodernos: Nosotros somos un hombre
(Featuring César Vallejo), con el que tengo tanta conexión. Con la ventaja
de que, superada la primera sonrisa cómplice, el proyectil estalla su carga
poética y su verdad y su tristeza: “Y siempre, lo reconozco, / he tenido miedo
de desertarme / y comprobar que todos mis recuerdos / son solo el reflejo de
cómo / imaginaría la vida en sueños / un chaval de, pongamos, siete años” (Configuración personal).
Los poemas
dividen sus argumentos en dos direcciones. Por un lado, la actualidad, como “Todo
es to es falso salvo alguna cosa” (Posverdad).
Estos poemas son los, en principio, afectados por la obsolescencia programada.
El autor los ha escrito pensando para no durar. El otro núcleo temático es el
propio autor, tomado como un personaje, una ficción, como en (Autorretrto). Realmente uno de los temas
preferidos es mortificarse y despotricar ácidamente de sí mismo: “Soy un
nihilista (léase mamarracho) / con estudios: uno de esos idiotas / que se
morirán al estrangularse / mientras se masturban, luchando / por sentir algo
más que el resto” (Memento mori). Ambos
caminos terminan confluyendo –aunque no podemos olvidar que no siempre la
primera persona identifica al autor de los versos–. Es el caso del Himno generacional (“Nosotros inventamos
las series de culto”).
Podríamos
calificar la poesía de Víctor Peña como sociológica (“Abandonar tu zona de
confort / antes de que gentrifiquen el baño” Coaching) con capacidad para moverse con soltura entre la gran
cultura y el lenguaje de los medios. Una especie de Esteban Hernández en verso
(Suplicarás clemencia). Es también un
Black Mirror irreverente. Podemita
crítico: “el cielo no se toma por consenso / ni tampoco se toma por asalto: /
si acaso, se toma traicionándote / y cediendo ante los poderes fácticos” (Política: manual de instrucciones). Y
tanto en la disposición de los poemas como dentro de éstos vemos el recurso al
contrapunto tan efectivo. Ofrece retratos prototípicos: Ni al odio ni a la enseñanza, Campus
fugit. Y siempre es ocurrente y gamberro, irreverente.
La segunda
parte, Balconings recuerda en cierta
forma la vida nocturna, como Historia de un alma, pero con mucha menos
filosofía: “Vivo en los extremos: me gasto todo / mi dinero en spa y cocaína” (In media veritas); “Saber que no le va a
servir de mucho / llevar la nada de nada. / Pero sigue pidiendo más” (El vacío). No es de extrañar la
aparición en los poemas de sustancias psicotrópicas como la stoniana La pequeña ayudita de mamá, o Metafísica. Tampoco debe faltar el
alcoholismo (Desintoxicación, Deshabituación).
Víctor Peña sabe dar en el clavo
y utiliza con maestría el humor y la actualidad para trascender la denuncia: “(La
vida es eso que pasa / entre el primer y el último balconing)” (Brigadas
Internacionales). Pareciera que lo cómico es simplemente tomarse a chufla
lo político (Escrito a cada momento), pero hay un poso muy ácido detrás, muy
desencantado y crítico: “Lo fácil que es levantar el puño un rato. / como si
fuera en serio” (Cabeza y corazón).
Una ironía desencantada: “Que era todo mentira. // Que teníamos razón” (Cosas que hubiera estado bien saber antes de
la revolución). Como en los discos de rap con muchas colaboraciones y altas
dosis de sustancias, se corre el peligro de ir dejando cosas chistosas que nos
hacen gracia en el momento y se convierten en insoportables a la tercera
escucha. Tantas referencias del poemario hacen difícil su eternidad, es una
obsolescencia programada, un aquí y ahora. Contra la voluntad de eternidad. Por
esa valentía es más recomendable este libro, porque hay mucha poesía y buena
poesía en cada una de las páginas: “Perdimos la Guerra Civil. Perdimos / la
Transición, perdimos lecciones, la vergüenza y el neocapitalismo. // A ver si
ahora al menos ganamos (aunque sea la luz o el relato” (La Revancha). Siempre irreverente:
“A veces me
imagino a Dios
como una especie
de empresario de éxito:
a estas alturas
más vago que corrupto,
amante de la buena
vida, algo golfo
y sin ninguna
intención de preocuparse
de nada que no
sea él mismo” (Un palco sobre la nada)
Puede darle la vuelta al
protagonista de Historia de un alma,
de Praena. Puede, en Insomnio hacer
un homenaje a los Hijos de la ira, (featuring Dámaso Alonso) y mirar la
poesía como un objeto extraño. Y, a la vez, tomar su propia biografía –ficticia
o no– como materia poética: “Quizás su filosofía se resuma / en aprovechar los
buenos tiempos / y no perder un segundo en lecciones. // La vida, al fin y al
cabo, no es más que un plato (que, a veces, por suerte, está lleno” (Perro burgués). Soberbio en Autobiografía un cruce imposible entre Sympathy for the Devil y el Gloria de Patti Smith
“ Yo
voté a Reagan por miedo al comunismo.
Pasé
delante del cadáver de Franco
y
aparqué en la Via Caetani
la
noche que llevaba el cuerpo de Moro.
Cuando
hizo falta grité: “a Barrabás”
con toda la
fuerza de mis pulmones.
Yo fui uno de los
campesinos
que denunciaron
al Che
y los suyos. Y
también estuve
entre los
guardias civiles que intentaron
tirar al suelo a
Gutiérrez Mellado.
Yo vi a un
tirador en la loma de Dallas
pero no dije esta
boca es mía.
Me chivé de mis
vecinos judíos
escondidos en un
falso techo.
Pero lo hice
porque tenía miedo.
No me mires así:
tú habrías
hecho lo mismo.
Zweig murió por
los pecados de alguien
pero no por
los nuestros.” (Autobiografía)
La parte IV se titula Españolía y comienza con Las banderas descreídas. Después llega
el Tríptico español: “Mi suegra va a misa cada domingo / y a mí me gustaría
creer, al menos, / en Pablo Iglesias”. La crítica continúa con un poema
encontrado entre las declaraciones de M. Rajoy (Y mucho españoles) para seguir con la guasa: “España, dame algún me
gusta en Facebook. / Retuitame, que no te cuesta nada” (Lástima que fuera mi tierra). La reflexión sobre la patria le lleva
a contrarrestar a Allen Ginsberg con Suspiro, un Howl revisited. Poniendo los pies en la tierra dedica poemas a sus
héroes, Fernando Torres o Luis Aragonés: “No sé por dónde iba. Acabo: / mi
patria son mis alumnos y las pecas de mi novia” (Tengo el país que merezco)
En
el último poema, tan premonitorio, aprovecha para ironizar con The Beatles en
el título, pero avanza el que será el próximo capítulo en su trayectoria vital.
Mucha suerte y enhorabuena por el futuro:
“Quizás algún día me
convierta en mi padre.
Tal vez el futuro sea yo” (Campos
de fresas a ratos)
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