“Calló Coltrane y apagué la luz”
(Jazz)
De inclasificable efectivamente podría etiquetarse a Efi Cubero, versátil, se acerca a varias disciplinas y las engarza con maestría y elegancia. Podríamos retorcer el título y jugar con la ambigüedad que las últimas normas de ortografía nos permiten. El “solo” podríamos tomarlo como un adverbio y como un sustantivo al que hacen referencia tanto la cualidad de la soledad como la disciplina musical. Juguemos, pues, a entretejer los significados a partir de la multiplicidad de lecturas que un volumen tan sólido nos ofrece. Son tanto la soledad vital como la cualidad sonora los dos ejes a partir de los que se articula este poemario dividido según términos musicales.
El primero, Acordes, hace acopio del entrelazamiento de los seres humanos a partir del arte: “Al fondo de los fondos de la cueva / la representación de la distancia / en paredes opacas rojo oscuro / deja en el muro un aire de intemperie. / Fragmentos de creación sangran inermes / por los dedos desnudos del extraño” (Armadura de clave); “La piel del interior es piedra líquida, / aire estelar y huella nunca hollada / ¿quién podrá atravesarla, descifrarla, sin que algo nuevo lo remueva?” (La piel); “Cómo tiembla la vida, el cuerpo y el deseo, / la materia, el silencio. / Esto que llama Alma, leve soplo. / Hálito solamente veintiún gramos” (Filos). Prepara, como una introducción la sustancia doliente de este poemario.
Contrapunto continúa la descripción dual de la naturaleza humana, soledad y compañía, luz y sombra, poesía y pintura, misterio y certeza: “–Ah, olvide por completo / que para andar necesita usted luz / Dijo el músico ciego, mirándole de frente / imperturbable” (La luz); “Para escudarme existe otra caligrafía. / La que no es contemplable. / La que absorbe la luz y la palabra omite. / La que afirma, dudando, la mirada” (Caligrafía); “Intento en vano descifrar misterios / de imágenes que surgen / como algo diferente que iluminan / profecías que no sé descifrar /…/ Lo evasivo de algún significado / que oscila entre la seca claridad / en la red bautismos de lo inefable” (Secuencias). Efi Cubero trasciende en su escritura la simple anécdota y explica con claridad aquello que la filosofía enseña, la necesidad de la calma y el silencio: “Qué necesarios siempre los silencios” (Silencios); “Ser solo en la palabra / un solo de silencio” (Rito); “No imponer demasiado la presencia. / Pues para ser has de ignorar qué eres. / Serás solo náufrago y / como en los relatos de niños, / olvidada de ti / las formas del azar crearán tu isla” (Ad libitum).
Como contraposición, la sección siguiente se despliega en un Allegro: “El interior emerge en soledades. / A veces la palabra / guarda fidelidad de perro triste / que anhela la caricia de un lector de futuro” (Sílabas); “Me gusta este combate a solas contra el viento, / Solo por ver volar el sueño de la infancia” (Cometa). No necesariamente se alcanza la beatitud con la alegría desbordante, hay una serena contemplación de las tareas y los paisajes: “La soledad del héroe / tras su amputado miembro / capaz de devolver vida a lo inerte / domeñar a las sombras / medir el sufrimiento de lo aciago / con la fuerza del hombre y su cordura” (Ritmo); “Calma del campo, lluvia, / constelaciones, / estas flores humildes / bajo mis dedos” (Calma).
“de una verdad sin nombre
a la que no podremos acceder sin herirnos” (Movimiento)
La tarea de este héroe que transita por las veredas de lo cotidiano es enfrentarse a elementos y dioses que conjuran, a desafíos y certezas: “Bien sabes que el poeta es un incordiador en un mundo de solos, / una ecuación fractal donde expresa silencio. / Y verdades” (Pentagrama); “Orgánica y secreta, esta naturaleza / de las cosas, la de mi propio yo, / toda ceguera. / Lo que no impide a veces que vislumbre / la verdad constatada / de la iluminación que nunca obtuve” (Naturaleza). La más importante de las cuales es la muerte: “entre la incertidumbre y la certeza, / sin que el tiempo ni la muerte importen” (Suma). Para afrontarla no hay sino lo esencial: “Has vuelto a su raíz para quedarte” (Firmeza); “La clave está en el cáliz / el arañazo hiriente / de la espina” (Frágil). Una transformación que parte de la interpretación del mundo, de la manera de ver y nombrar: “Brota un caudal de tiempo / como si abril nos regalara / un sueño / y todo tiene su voz”; “un lugar que transforma, simplemente, porque nos simboliza” (Muros).
Lo inclasificable es fruto de los contrastes, de las paradojas: “La incertidumbre / es mirar más adentro / sin encontrarnos” (Incertidumbre). La que nos afecta como individuos (“Sola entre multitudes / busco la conjunción. / Trazo mi propia línea / hasta que todo sea / profundidad”, Líneas), la que nos arroja al mundo, al tiempo y enfrenta duración e instante (“Escribo para el Tiempo. / Y el tiempo no es el tiempo de mi piel, / sino el hondo temblor de otra sustancia. // Aún más que el escribir. Cautela”, Reserva). La luz y la sombra, en suma: “Nos preceden las huellas invisibles. / Somos la luz y la inestable sombra” (Las huellas).
En el proceso de formación podemos ser fruto de la fundición (“Me da miedo la espada forjada con monedas”, Monedas), aunque Efi Cubero aboga por ser como el agua: “Hay que obrar como el agua, / también por erosión, / sedimentando” (Erosión). En los poemas se advierte la búsqueda interior que gira la mirada inside-out, del revés, de adentro para afuera (“Giré mi rostro pero no hubo nadie / Eran solo mis pasos desdoblados”, Brasas); del pasado al presente y al pasado (“No deseas la nostalgia. / Clausuraría este ritmo / para asirte a un pasado que / –por mucho que quieras– ya no regresará”, Aterrizaje). Sobre todo, una férrea voluntad de caminar, como los filósofos de la cabaña, como Wittgenstein, Heidegger, Thoreau y, sobre todo, María Zambrano: “Sendero y bosque / del que solo rescato / luz y quimera” (Modulación); “La auténtica lección: / vigilar las hogueras, aventar la ceniza / y dialogar con algo misterioso / que permanece a salvo e ilumina / lo más oculto de tu propio anhelo” (Seguir). Y, en contraposición, un largo poema en prosa sobre Londres (Desenfocado): “Tal fuera el cansancio o la debilidad del andar mucho, pero sentí que un vértigo de olvido me empujaba a la luz desde su torre”
“Impresión de más allá de un todo
frente a la línea transversal que acorta
la vida que reescribe su extrañeza” (Código)
Tras Andante, la última sección, Adagio, reserva los poemas en los que la tristeza y el dolor se desdoblan en los versos: “El mundo se inaugura en lo profundo /…/. Sobre el desasosiego de sus vetas profundas, / el mundo zozobraba en lo inestable bajo la tensa calma / de todo lo precario de las líneas en la fragilidad del balanceo” (Compás de ¾). Este es el momento de “Espacios de la ausencia” (Espera), el momento de mirar al pasado tamizando recuerdos: “¿Con qué momento único me quedo?” (Hora); “No es la fotografía, / es el rincón que el ojo ha decidido”. Poemas dolientes sobre la ausencia: “Besaba cada poro de su piel / hasta sellar el pacto que firmamos” (Pacto); “Con tu marcha trazaste una ciudad de nieve” (Partida). Palabras simples, elementales, verdad: “Hoy es mi cumpleaños y hace frío” (12 de diciembre). Y frente a la desolación la fiera lucha, “Porque todo lo salva / la voz alzando lo que te derriba” (Madera); “Ser manantial tan solo / huir de los espejos” (Elegía). Para Efi Cubero “No queda otro remedio / que replegarse al fondo de mí misma / de una justa manera / cuando el presente ya solo es pasado / y el futuro ilusorio apunto a lo finito” (Presente). En resumen, este bellísimo libro, recuerda que:
“Para eludir la muerte
atestigua la vida” (Soledad)
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