Eva Manzanares (Cartagena, 1971) reside en A Coruña y es cofundadora de una compañía de relaciones públicas digitales. La autora fue finalista en la IV Edición del Concurso Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra. Su cuento Un bebedero en la copa de un árbol ganó el XV Certamen Literario de Relatos Breves Mujeres 2020, convocado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. InLimbo presenta ahora su primera recopilación de relatos que tienen un nexo común, se trata de historias de mujeres ante la intemperie. Recuperando el título del primer poemario de Marta Pumarega, son el antónimo de cobijo.
Al principio Rita te esperaba en su habitación (situada al otro lado tras el patio), con la puerta entreabierta y la luz apagada. Te esperaba, o más bien te rehuía, sentada junto a la cama, arrinconada en una butaca que parecía de niña, con su camisón revuelto, sus piernas desnudas, pellejudas, de un color amarillento. Con el lado izquierdo de la cara sobre el que solía dormir planchado y el pelo hacia arriba, como una cacatúa. (Un bebedero en la copa de un árbol)
En algunos casos vemos cómo el desasosiego, incluso el terror, proviene del desafío de las protagonistas ante un ambiente asfixiante, pero otras veces va mucho más allá, son relatos de angustia de la que es casi imposible escapar, ni siquiera cambiando de continente. La novedad de este volumen está en el contenido social tan explícito, aunque bien es cierto que InLimbo ya había puesto sobre el tapete mucha crítica, incluso política. En los relatos de Todas lloran hay situaciones complicadas, incluso crueles, aunque traten el tema de la maternidad.
Las protagonistas se enfrentan a un mundo injusto y la esperanza está en la sororidad, mucho más que en la espera de un golpe de suerte, que la autora siempre esconde para evitar trampas efectistas. Tampoco se complace la narración de descripciones excesivamente prolijas, de paisajes que dejen pistas facilonas para la identificación con los protagonistas. Son historias espartanas en el sentido de prescindir de florituras y relleno colorista. Los paisajes, principalmente urbanos, están nombrados de pasada, básicamente lo imprescindible para que la historia avance y sigamos como una cámara al hombro la acción.
Pobre chiquilla. La vida no es siempre como uno quiere.
Pero ahí está la madurez.
Las cosas como son. (Ana, mi Anica)
El estilo es directo, manejando bien el tono y el ritmo necesario a cada historia. Es cierto que hay una voz identificable en la manera de narrar, de describir los personajes, especialmente la personalidad menos evidente de cada protagonista, que procuran escapar del estereotipo, variando las condiciones sociales, las edades… El planteamiento narrativo incluye siempre una búsqueda, especialmente de solución a las problemáticas concretas, pero se intuye detrás un replanteamiento de la propia identidad a través del desconsuelo.
Mujer en un corral. De mirada taciturna. Oberva cómo el gallo desfila glorioso frente a sus hembras. Con lágrimas en los ojos, la mujer alcanza un palo, eleva su mano y mata al gallo (…) La mujer se llama Carmela y va a por hilo. De paso, también se va a asomar al muelle a ver si viene el barco, aunque es más bien al contrario: va a asomarse al muelle a ver si ve venir el barco y, de paso, compra hilo. En este caso, el orden importa. (El gallo)
Una seña de identidad ha sido siempre la precisión poética del lenguaje, de la manera en la que la autora se acerca a la trama y a los entresijos psicológicos de esas madres, de esas hijas, del dolor y la soledad. Como en muchos cuentos tradicionales, la figura arquetípica de la madre se plantea a través de la orfandad, de la traslocalización en otros objetos, una mirada con muchas aristas, fuera de la idealización femenina o, al menos, denunciando la opresión e esa idealización. Son relatos donde el sufrimiento está teñido de soledad. Por eso, además de relatos de mujeres, decimos que son narraciones de intemperie y desconsuelo. Los cobijos son claustrofóbicos (el caso de Bestias es quizás el más terrible), el terror es lo cotidiano, las relaciones de familia, los sueños más comunes, las aspiraciones menos fantasiosas, como en Una canción de tul o Píntate los labios.
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