Libro tras libro, el tardío César Rodríguez de Sepúlveda se está confirmando como una de las voces poéticas más potentes, versátiles y dueño de una voz a la vez lírica, irónica, con un dominio portentoso de la tradición. Pájaro en la luz cuenta con el prólogo de Samuel Serrano. Desde el primer poema introductorio, Hermosa catástrofe, asistimos a un espectáculo heredero del barroco más actualizado: “El amor, yo no sé, era como la nieve, / que escribe por la noche una ciudad distinta, / y no podemos ya vivir sin su hermosura /…/ El amor, yo no sé, fue una hermosa catástrofe”. Conceptismo, paradoja y lenguaje cotidiano actual.
La primera parte se titula Nociones de vuelo, con poemas de celebración de la belleza: “Porque es toda belleza / el misterioso encuentro / de la lenta fatiga de los días / y una luz misteriosa que viene de muy lejos” (Mester de vidriería); “El misterio de la luz / se estrena / en la hoja inmaculada” (Nostalgia de la nieve). Será este motivo un tono persistente en el poemario, aunque luego también, con punto de partido en otros argumentos, como la mitología, encontremos versos de mayor dolor o ironía: “Un padre nunca sabe si su angustia, / su dedicación, / sus consejos, / su amor, le servirán de algo a su hijo / cuando levante el vuelo, mal armado / contra el viento y el sol y la desgracia” (Dédalo e Ícaro). Disfruté mucho de esa especie de Kavafis revisited que es el magnífico Ni decoroso ni dulce: “Sé ruin sabandija, pero salva la vida”.
Cesar Rodríguez de Sepúlveda es un enamorado de la palabra, de la poesía, de la literatura: “Fruto de la paciencia es el milagro / de la palabra nueva, que hará crecer el mundo” (El mágico prodigioso). No es de extrañar los homenajes a Salgari, Tintín: “Reconforta saber / que, aunque ahora esté cerrado para siempre, / existió por un tiempo el paraíso” (Las enseñanzas de Tintín). O, en general, jugando con los cuentos tradicionales, como en la versión de Érase (solo) una vez “Disfruta de tu viaje sin apremios. / Olvida que te esperan, poco importa. / Que se ocupe tu abuela de esa vieja / disputa que se trae con el lobo, / tierna Caperucita, / y que se apañen si ti al final del cuento”. Tampoco extrañan los homenajes literarios: “más dulce es naufragar dejar el juego / irse desvaneciendo en la renuncia, / en la gris elegancia del olvido” (Bartleby).
Al final uno, en lugar de ir entresacando versos memorables, tiene que optar por recomendar poemas como Fuera de juego o Identidades. Luego, se deja uno llevar más que ir desentrañando la estructura y el artificio, pues, como dice en El poema: “Por más que el ojo procura averiguar / no cuenta su secreto / el poema. / No se deja escribir, / aborrece lo nítido, / odia la transparencia”. En este oficio, comenta el poeta, hay “Poemas hay que fluyen / con la gracia de un cisne, navegando: / blanco resplandeciente sobre azul /…/ Y otros hay que luchan / para salir a flote /…/ y consiguen –a veces– llegar a tierra firme. // Y en las alturas no hay temblor ninguno” (Impureza); “Y es verdad que hay en los adjetivos una cierta lujuria” (Altos cúmulos).
La celebración de la belleza toma la faceta de écfrasis en gran parte de la obra poética de César Rodríguez de Sepúlveda con una maestría extraordinaria: “Lo mismo que no entiende / tu inexorable luz mi amor sencillo / que aguarda la limosna de tu abrazo” (Magdalena a los pies de Cristo). Especialmente en Lectura de las sombras, segunda parte del poemario y escenario para ir desdoblándose en otras identidades, como sabiamente hacía Felipe Benítez Reyes o jugando con fuego, José Luis García Martín: “Locuaces son los muertos / a poco que uno aguce / el oído (y yo siempre fui curioso)” (Una lápida más en Spoon River); “Lo que escribió un fantasma de hace quinientos años / te está diciendo ahora qué buscar y quién eres” (Leyendo a sir Philip Sidney). Memorables los versos dedicados a dialogar con estatuas, “Venciste con engaños, y bien sabes / que la lid no fue justa. Aun más: ¿seguro / que has vencido, Perseo? Mírate / Tu corazón no late, no respiras. / Eres de bronce. Al fin, venció Medusa” (Bronce); “Abolieron la danza de tus brazos, / mutilaron tu lengua silenciosa” (Venus de Milo). O el precioso Románico.
Damos un paseo por lugares misteriosos: “Tu destino es perderte en la dulce espesura / de esta selva de voces de este bosque de libros” (Entremos más adentro en la espesura); “Acaso fue un paréntesis, o un sueño, / el tiempo en que creímos que existía esperanza para el hombre” (Andelkrag); “Y en un saco, el amigo, / sorteando peligros, sollozando / por tu suerte y la suya, / llevaré de regreso tu corona, / ciñendo tu cabeza cercenada” (Kafiristán). Escenarios fantásticos que cuentan la verdad sobre nosotros mismos en los argumentos mitológicos. Con el peculiar sentido de la ironía y la intertextualidad mejor entendida, podemos situarnos en poemas del Siglo de Oro: “qué alegría saber que he de quemarme / para siempre en tu fuego; sí, ahora” (Canción del enemigo enamorado); o del barroquismo más exquisito (L’incoronazione di Poppea); o la mixtura de Odiseo en el Monument Valley (“un destino peor para Odiseo / que no llegar a Ítaca: Hallar su isla ocupada por los bárbaros”, Centauros del desierto).
Incluso cuando decide fijar en un objeto cotidiano, derrocha el poeta sabiduría y exquisito cuidado: “Irse gastando al escribir / sin comprender lo que se escribe. /…/ No hay un final feliz. Queda lo escrito” (Un lápiz). Este es un poemario de gran y obstinado amor a la literatura: “Nunca la encontraré, te dices con tristeza, / y aún así no te marchas de aquel palacio viejo / y sigues recorriendo sus estancias desiertas” (No vendrá hoy la poesía). Y esta dice la verdad de nosotros, ya sea en arrebatos líricos o en los recuerdos de la inocencia infantil retomados desde la madurez: “Que la esperanza de un final feliz / no perturbe la helada perfección de este sueño / pues también las perdices se acabarán un día: / tras el festín acechan la vejez y la muerte” (Para salvar a la Bella Durmiente). Sin embargo, no olvidemos que, tras la erudición, el sentido del humor, la elegante métrica, este es un poema de Amor, con mayúsculas: “Y se acercó a la cueva. / Y, pájaro de luz, ella cantaba” (Más allá de la noche).
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