José Iniesta es reconocible por su poesía celebratoria, capaz de ver el eje de la luz, cantar la vida o arder en el cántico. Sin embargo, confiesa, “Un tigre sin selva es un poema trágico. También es una elegía desgarrada a dos obras teatrales, Pato salvaje de Henrik Ibsen y Máquina Hamlet de Heiner Muller”. Del primero recoge el cuestionamiento entre la vida en la ilusión o la lucidez dramática. Del segundo, el ambiente de crisis moral y social del momento histórico que nos toca vivir. Para el autor la “Escritura como destino y moral, desde la gratitud, para esculpir la luz del tiempo, la plenitud y el vértigo al escalar mi cumbre (...) Búsqueda a ciegas de mi vida secreta, del dolor que en el fuego anhela ser amor, o cántico del mundo” (Prólogo a una canción salvaje). Siempre hemos compartido la ladera luminosa de la poesía, “La poesía es conciencia del dolor y la dicha, memoria de ciudades ardiendo junto al mar, la ceguera de Dios”.
Tiempo y alma es el primer capítulo, el planteamiento: “Miradme en el final, / soy del principio, / estoy desnudo bajo la intemperie, / descalzo a cada paso de mí mismo” (Pasión por lo invisible). José Iniesta nos dibuja a los seres humanos como lanzados a la intemperie: “Yo soy lo que seréis en una cueva / donde el fuego dibuja en la pared / la sombras conmovidas de ser sueño” (Al otro lado del amor). Convertidos en seres deseantes, carecemos de guía y las que se proclaman abandonan al hombre: “¿Quién soy si ya no soy, si voy a tambos, / si caigo y anochece y me levanto / sin otra luz ni guía que mi sed?” (En una esquina dura). Somos deseantes y contradictorios (“Yo soy todas las voces, y soy una”, Un tigre sin selva) y el autor se define como “Pobre poeta inútil en la casa del frío” (Lugar sin dioses). Constata tristemente que “No existe en el desastre el paraíso. / No existe el paraíso en un poema” (La guerra del sueño). Los sentimientos que sirven de coordenadas son los más táctiles, las inmediatas: “Nada me pertenece y tengo frío” (En la fuente salada). Un tigre en la selva nos anuncia el sinsentido pero no deja vencer a la oscuridad, sino que es esperanzada: “Ofréceme, oh vida, en la maraña / del zarzal espinado de su muerte, / la boca que besará mis tristezas /…/ Regálame el instante del nacer / a todo sol de nuevo / y toda noche, / y que pueda creer un imposible, / el lugar de la grieta inesperada, / la raíz del ocaso entre las rocas, // el suceso increíble de su abrazo” (La grieta inesperada).
Precisamente esa es la causa existencial del sufrimiento, ser consciente de que existe una opción mejor, una justicia, una salvación: “No es solo la conciencia de lo justo, / el reflejo de tu sangre en las nubes / convertidas de golpe en tempestad” (Amor constante). Pero, sobre todo, la incapacidad de una sola persona de revertir el proceso y llevar la salvación: “Yo no soy nadie, vivo sin remedio /…/ Tan solo en posesión cantar la vida” (¡Habla, silencio!); “Soy un hombre actual, estoy perdido / por las rutas del oro hacia la nada” (El hombre actual).
José Iniesta, que siempre ha sido un poeta celebratorio, un poeta luminoso ahora se dirige a lo sombrío: “He quemado mis ojos, cuánta luz / porque temo olvidar / en la paz de la muerte, / la fontana de amor donde bebiera / la antigua claridad del agua pura” (Monólogo de ausencias). Ahora admite otro propósito: “Aprenderé a vivir sin ti, contigo, / bajo esta amena luz del mediodía / que ya no mereceremos” (La visita de las sombras). Este poemario es la constatación de que “Esta tierra sagrada / no tiene corazón” (La pregunta del átomo). La vida no tiene un significado inherente y el poeta debe crear su propio sentido y propósito, aunque parezca no encontrarlo: “Yo no supe entender tu sacrificio /…/ No sé qué pude ser, lo tuve todo” (Llanto sobre el ruido); ”Infinito, ¿me escuchas o estoy solo?// Yo soy el bosque que se venga /…/ y era el pato salvaje tiempo y alma” (Tiempo y alma). Quizás la relación padre e hija pueda ser un aliento de sentido.
La segunda parte, Vuelo a ciegas, contiene la forma de teatro, dividido en actos. Dirigiéndose al público que somos todos: “Mas vosotros, ¿quiénes sois? Oh, sí, sois público. Pobre gente agazapada que quiere saber más de lo que debe saber” (La oración de la nada, acto primero). Ya anunciaba en el prólogo la inspiración en dos obras dramáticas. En esta se pregunta: “¿Quién camina entre las sombras? ¿Y quién grita mi nombre si todos están muertos?” (La oración de la nada, acto primero). Para luego situarse en los escombros de Gaza y traer a la actualidad la tristeza, el sufrimiento y lo absurdo de la vida. Un punto de vista básicamente existencialista. Dice El viejo: “Ahora no existo, soy los otros. Ahora soy el viejo mundo Está al otro lado, y mi nombre es Dolor, voy hablando al infinito” (La oración de la nada, acto segundo). Coincido plenamente, sin embargo, en no mitificar el desconsuelo, en no hacer épica del sufrimiento: “Jamás el dolor reveló la grandeza de espíritu” (La oración de la nada, acto segundo). Poesía que descubre la sombre, pero no cae en el pesimismo. Era inevitable para la luz crear alguna sombra.
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