Lo que es llamativo es que, tras lo que
parece un consenso y una hegemonía ideológica no ha llegado la paz al mundo de
las ideas, sino todo lo contrario. Una lucha encarnizada, un sectarismo feroz
que defienden sus pequeños universos ideológicos de cualquier contaminación.
Freud hablaba del narcisismo de las pequeñas diferencias, más aún, incluso con
las notables diferencias se comportan como compartimientos estanco imposibles
de conectar. Aceite y agua.
Hemos llegado a un punto en el que es muy
difícil convivir políticamente. Incluso la palabra diálogo se ha teñido,
primero de negociación, y definitivamente de rendición. No ha sido casualidad.
Los no detractores del terrorismo tomaron la bandera del diálogo y la
negociación, lo que para los demócratas no era otra cosa que la rendición a los
chantajes de los violentos.
Cuando, tras unas elecciones, se forma un
gobierno de coalición no faltan voces que lo acusan de traición a la voluntad
de la mayoría, de ser un gobierno de perdedores. En el imaginario político,
cada acuerdo se concibe como una concesión a la herejía. Y eso es especialmente
peligroso en un país como el nuestro, donde, como decían con sorna Vainica
Doble, hay “dos españoles, tres opiniones”. Se han barrenado sistemáticamente
las negociaciones colectivas y demonizado a unos sindicatos excesivamente
conformistas con la administración. Las reivindicaciones y las huelgas se
catalogan ya como chantaje a las instituciones.
Subyace, pues, la idea de que las ideas del
contrario son perversas. No sólo equivocadas, sino dotadas de mala fe. Somos
incapaces de aceptar que otros adversarios políticos crean de buena voluntad en
sus ideas. Si somos conservadores, los podemitas son enemigos irracionales de
todo lo español, aguafiestas vocacionales, tarados mentales o peor, enemigos a
sueldo del chavismo infame que disfruta sádicamente arruinando países. Si somos
sanchistas, los partidarios de Susana Díaz son agentes dobles del PP. Y los sanchistas
unos vendidos a Podemos. Ciudadanos es sólo la marca blanca de Rajoy y sólo
pretende ganar protagonismo y apuntarse al carro de la gobernabilidad
apoyándose en sus ideas de cuñao. Los ppeperos son beatos al servicio del
capital, riquitos que se divierten viendo la pobreza de los excluidos e
insolidarios egoístas con los refugiados. Pensamos, en general, que las
intenciones de los otros son, cuando menos irracionales. O, como mucho, están
engañados, seducidos por los cantos de sirena de sus líderes, la publicidad y
la manipulación mediática, como el recurso a la falsa conciencia del marxismo
clásico.
Tenemos que ser capaces de ver que hay
votantes del PP que encuentran en el partido algo más que el miedo a lo peor de
la izquierda, que encontrar cierta coherencia en ser obrero de derechas y no
sólo por ser un estúpido borrego. Hay que ser consciente de que el poder de la
religión y la tradición no nos vuelve idiotas y hay algo real en los beneficios
para quienes las defienden. Aunque discrepemos y veamos con claridad la manipulación
de una gran parte de la jerarquía que escora a una posición que recuerda mucho
a la unión del trono y el altar del franquismo. Aunque no estemos de acuerdo,
hay que esforzarse en entender que las medidas económicas que proponen unos y
otros pueden estar equivocadas, pero hay un razonable margen de duda. Aquellos
que defienden una bandera y se sienten orgullosos tienen la misma racionalidad
que los que se envuelven en la contraria. Y la misma irracionalidad. En todos
lados cuecen fanáticos.
Está claro que muchas actuaciones tienen un
trasfondo electoralista, pero hay que mirar qué de bueno, o, al menos, qué
intención sensata puede haber detrás. La crítica es fundamental, pero no
podemos considerar al contrario como un trilero descerebrado a sueldo de quién
sabe qué. Desconfiar es imprescindible, pero es improbable que todos los demás
sean enfermos mentales o sicarios. Partimos de la base de que todos los seres
humanos, parafraseando al maestro Juan de Mairena, estamos dotados de Razón y
tenemos nuestras razones. Hay que escucharlas todas.
Aunque sepamos que efectivamente, hay
votantes borregos a cualquier partido, y medidas económicas que están dictadas
por intereses no tan oscuros, y políticas sociales abocadas al desastre.
Mientras que seamos incapaces de ver la buena fe nos equivocaremos en los
argumentos y en los instrumentos de rechazo. Aunque sólo sea como estrategia
para ganar las elecciones y llevar a cabo nuestras protestas.
Es para mí un comentario cómodo, para criticar a todos, aunque digas la verdad, gracias por intentar desviar mi mente de mis deudas económicas, como puedes notar no lo has conseguido, gracias Javier Gallego. Un cordial saludo.
ResponderEliminarNo sé si cómodo o no, procuraba reflexionar sobre cuestiones que me rondan y apreciar peligros que no se ponen en el tapete a menudo, o, al menos, no lo que me gustaría. Siento que no tengan mis palabras la magia para desviar las mentes de los problemas económicos. Tampoco era un objetivo, quizás otra semana me lo plantee y así compruebas mi pericia. Un abrazo.
ResponderEliminar