Atípico poemario este de Álvaro
Hernando, pocos se atreven a iniciar su andadura en el papel impreso con una
colección de primeros poemas y menos aún si estos tienen un eje temático tan
definido como la danza. El autor, nacido en Madrid, marchó a Estados Unidos en
2013 y allí continúa establecido en una ciudad del Medio oeste dedicándose a la
enseñanza, y donde terminó el poemario que nos ocupa.
Según
confiesa el autor, son poemas de juventud en su mayoría y pertenecen a una
concepción del arte como experiencia, como algo que se puede tocar –a
diferencia de la línea que comienza con los románticos alemanes de considerar
el arte como un medio de conocimiento. Por eso tiene sentido que sea el baile
el arte escogido. Explicaba el teórico británico Simon Reynolds que una de las
causas de que la crítica musical más convencional despreciara la dance music, en especial a partir de la
aparición del house, era la imposibilidad de experimentarla por el tacto
si lo haces desde tu sillón, escuchando un cd. En una discoteca, los
bajos y subbasses, atraviesan físicamente la piel a través de las
vibraciones. Esa sensación puede llegar a ser catártica en su contexto, con el
volumen atronador y la orgiástica mezcla de luces y sombras.
Además,
Álvaro Hernando atraviesa la definición de música como una mística, como una
conexión más allá de lo intelectual y lo racional, con el propio cuerpo (“Bailar
/ abrazándose uno mismo”, VIII (versión)), con el otro, con la pareja,
con el universo. Es su manera de experimentar la vida, en la que las palabras,
más que decir, son el acompañamiento al trance, los mantras. Es el
antídoto para los problemas: “Contra el dolor / baila” (IX). El sexo
también es danza (La danza del cabello). Siempre se ha dicho que el
baile es la expresión vertical de un deseo horizontal.
Enlaza
de manera muy clara con la filosofía de Nietzsche, que ama la vida con sus
gozos y con su dolor: “Que todo arda / aunque duela” (Se arda todo).
Hace gala de ese nihilismo positivo del filósofo: “Cuando todo es vacío, todo
sacia” (Abrazo). Pretende el poeta convertirse en un bardo, un druida,
un chamán, capaz de curar a través del sonido del poema, de la música y con la
danza.
Utiliza
Álvaro Hernando muy diversas técnicas literarias, desde el aforismo a las
largas salmodias marcadas por la anáfora. Los textos en prosa se mezclan con
poemas, unos largos, otros diminutos, de pocos compases. A veces realiza,
podríamos decir, un remix: VIII (versión), VIII (per-versión),
VIII (injerto); y a veces es más
experimental (H.elena con H.) o, como en Legado o Decir,
va enumerando una lista. La modernidad aparece en el uso de terminología muy
difícilmente poética, como google, Facebook o Twitter o utilizando el recurso
gráfico del tachado para dar la contravoz (Acertijo),
Las
conexiones literarias explícitas son con Lorca, Machado (claramente en Baila
el reloj de la escuela) y José Hierro. En VI recuerda aquel poema A
contrapié, que aparecía en su Cuaderno de Nueva York. Estos que danzan con
Hernando, serán, en el futuro, los que tropiecen con Hierro:
“Sueño
a veces que bailo solo
entre
otros que también bailan
y
que desconozco los pasos.
Sincronía
de respiraciones
en
donde los segundos son silencios
entre
pasos y personas” (VI)
“Qué
otra cosa es la muerte, sino el final del baile” (Vademécum del alma),
termina sentenciando Álvaro Hernando. En sus datos biográficos resume sus
intenciones, su “particular visión de los ritmos de la vida, así como de las
danzas del lenguaje en relación a las melodías universales del amor, la muerte
o la esperanza”, porque la danza es “una de sus mayores pasiones: la poesía tomando
forma de movimiento, cuerpo entregado ciegamente a los giros d ella la melodía
cotidiana que nos envuelve y salva de la rutina”. Este delirio que se
reivindica en un irónico Pacto es la fuerza orgiástica, lo dionisiaco
que nos hace vivir el gozo de vivir, de estar juntos, de dejarse llevar, más
allá del lenguaje como razón, más allá de la inteligencia, lo místico es lo más
terreno, las palpitaciones, la locura:
“Seamos
cuerdos, dancemos
mirándonos
a los ojos
con
los párpados serenos
caídos
del árbol de otoño
respiremos
las ganas
de
vivir enloqueciendo” (Pacto)
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