"Yo soy duda” (Doble
ocult(a) II)
Anabel Úbeda nació en Cartagena (1994) y se graduó en Literatura.
Ha participado en distintos ciclos de poesía, incluida en la antología Siete menos veinticinco (Raspabook /
Asociación cultural El Diván, 2017). El prólogo de Charo Serrano. A partir de
las citas iniciales de Rosa Montero y Susana Fortes el libro se adentra en la
descripción de una serie de paisajes en los que se entremezclan los temores y
las añoranzas, narrando una serie de episodios en los que se va abriendo en
canal el yo poético en un tránsito, un camino hacia el refugio del que habla el
título: “Pájaro caminante, / entre hallazgos oníricos / que silva manos
acompañarte” (Preludio). Es
precisamente lo onírico uno de los rasgos clave en el universo poético que se
despliega en esta primera obra, con la sensación de estar hablando en clave,
con una atmósfera que la emparenta con las poéticas de Antonio Gamoneda o Juan
Carlos Mestre.
Podríamos
aventurarnos a ver en estos poemas un viaje iniciático, traspasando la línea de
sombra que deja atrás la adolescencia: “Y si, igual esta historia suena a
adolescencia y confusión, pero se acompaña de otras melodías que me llevarán
hasta el prometido «Edén »”; “Colgó el hábito de la niñez / esparciéndola en los
primeros de la adolescencia / en los que aún dormida / volvía a rasparse las
rodillas en el parque” (Desvirginizada).
En el trascurso del viaje aparecerán las relaciones de pareja, la
incomunicación, los malentendidos, las dificultades del camino: “La soledad contigo
/ me atemorizaba / y decidí residir / en el mundo paralelo / que nos habías
creado /…/ Mi puerta / dejó de anhelarte / y tus benditos vetos / provocaron
mis sublevaciones / de las que aprendí / que solo eran literatura” (Cadena virtual).
Es una
constante mirada hacia atrás, hacia la infancia, un territorio de partida, no
siempre un territorio seguro, pero irremediablemente perdido (“Las vacaciones
parecían versículos / llenos de la tranquilidad / que desde el frío diciembre /
–en que nací– / nunca tuve en los inviernos” (La Luna Azul). La posición del yo protagonista es la valoración de
la madurez como una experiencia en la que la poesía se convierte en una
herramienta fundamental: “Durante aquellos paseos, observé la realidades que me
ayudaron a aprehender el mundo como un lugar que necesitaba la poesía” (El pájaro caminante).
En la
segunda aparte, El pájaro caminante,
los poemas se ocupan de ciertas obras de arte y de situaciones, Guernica, el
Charlestone, una canción de Komplot, como quien se detiene a observar los
paisajes del camino. Manos acompañantes,
que sería el título de la tercera parte, se adentra en el amor como centro
alrededor del cual se articulan las experiencias: “Estás maniatado, / escalando
por telarañas / líquidas / espesadas con un filtro / de desamor y enojo” (Insensible visión). Las sensaciones por
completo se ven transformadas por esa experiencia subjetiva: “La ciudad de la
que deseaba huir ya no parecía tan opresiva, pero no me parecía mejor”,
confiesa en el prólogo a esta sección.
El
sutil uso de alegorías y de imágenes bíblicas confiere a los poemas un aura
específica de solemnidad y trascendencia: “Tres, ante las rupturas /
celestiales / de grandes grupos. / Un armisticio firmado / de comprensión y risas,
/ un acorde denominado/ «Amistad»” (En aquel parque);
“Atraviesas el tiempo, / el espacio y estas sola / frenando el reloj / en tu
abrazo reconfortante, / que impulsa a la vida, / más adelante, / a seguir su
curso” (Se peinaba a lo garçón).
La
literatura ofrece un refugio, otras estaciones del viaje, en este caso, como
señala el título de la sección IV, son Hallazgos
oníricos: “Dar importancia a la imaginación y a los sueños nocturnos nos
devuelve nuevos símbolos y nos acerca a la infancia, en que pensábamos que
podíamos ser héroes de cualquier causa, atravesando el bosque de nuestra
conciencia para ir más allá”. Incluso el lenguaje poético se hace más solemne a
la vez que desciende y es más humana.
“Cada vez se transformó
en un sentimiento
al ser observado
traspasaba el lienzo
y la piel
/ … /
Me preguntó con sus miles de voces
quién era yo
y sólo me llamó Creadora.
Le di la libertad,
pues aprendió a ser obediente,
pero se quedó
a enseñarme mi metamorfosis” (Inerte susurro de la creación)
A la vez que se aventura en el equilibro de lo poético (“Planos
de un canto argentado / de verde óxido”, Distopía),
mantiene, sin embargo, los pies en la tierra y se demuestra con el recurso a
vocabulario no especialmente poético, incluso antipoético (marcas como Ikea,
expresiones low cost), referencias a
Disney: “Trago a trago / mantenía despierto su cuerpo / para no malgastar la
cafeína de sus labios / entre ensoñaciones de los recuerdos / que tras cada lectura / se elucubran del
blanco y negro / a la Aurora Boreal” (Desazón).
Timbres y espejo es el siguiente
agrupamiento temático, alrededor, esta vez de la ciudad-sin-nombre: “Me puso
ante un espejo que reproducía momentos de dolor, de soledad… recuerdo en los
que tuvo que demostrar cuál era el significado de libertad”. En este paisaje
apenas desamparado caben citas a las
golondrinas de Bécquer y a Miguel Hernández: “Mi vientre fue un tempo / de
inexpugnables muros / que caballos de Troya / trataban de invadir con el sigilo
/ de yermos besos” (Templo de lealtad).
La llamada y la autorreflexión delante del espejo ofrecen igualmente una imagen
desolada: “Pelos de loca, / gata arisca, / o yo, “la nada” / en ese silencio de
todos” (Maullando al existir); “Parece
que soy yo, / tras el telón alabeado / con pose firme y pacífica, / observando
desde el alféizar / mi versificada muerte / en la pólvora virgen de un arcabuz”
(Primer movimiento).
En
cambio, Encuentro, tras una cita de
Sontag, retoma las relaciones y el amor: “Allí estaba él, había llegado como yo
a aquel lugar y, nunca supe cómo, los rayos del sol entraron más que nunca, sin
pedir permiso ni perdón, las luces artificiales y el encuentro se produjo. Solo
pude susurrar: «Quién eres?» Y él contestó: «Quédate en nuestro hogar y descúbreme»”
“Alto y claro
el “tú primero”
vino después de la gota de café
resbalando por mis dedos,
de la espuma de cerveza
alojada en tus comisuras.
Atraída por el movimiento
de tus ojos sobre mi piel
descargo mis metáforas en tus lunares
con una esperanza:
no ser interpretada.
Yo amainé el temporal
en mis interiores,
retorciendo las mordazas
intransitivas,
encubridoras de años de silencio” (Compañeros de vida)
El paisaje y la
desolación se acaban, llega el refugio: “Tus vellos erizados / lo confirman, /
no somos enemigos” (Contramano). Los
poemas destilan lirismo y destellos fugaces, ilusión: “Sujetemos una rosa /
imaginaria / cuyos oscuros pétalos / sean del centeno / con el que fuiste
creado” (Tango de pétalos).
Transforma el viaje y se incorpora, es decir, se mete en la piel: “Destrózame
de una sola vez / con otro «te amo»” / cruzando mi esternón, / pulso sangriento del remedio /
a la maldad de los noticieros” (Pulso);
“Me desgarra este yo contra mí, / por eso te muestro / que eres cierto /… / Desvísteme
/ antes que se derramen las tierras / de mis entrañas·” (Doble ocult (a) II)
Anabel Úbeda nos ofrece aquí un
hermoso intento de “dibujar el mundo / con su esencialidad / en hojas
amarillas” (Madre Tierra).
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