Alberto
Díaz, Korda, regaló a toda una
generación algo más que una imagen de un guerrillero heroico. Su fotografía del
Che Guevara se convirtió en un lugar común, una especie de uniforme, una marca
de identidad ineludible para los movimientos sociales progresistas al mismo
nivel mítico que el Mayo Francés. Parte de su éxito se debe, indudablemente, a
la calidad icónica de su realización y en parte al trabajo de inspiración
warholiana de Jim Fitzpatrick que simplificó sus rasgos para una mejor
distribución en todo tipo de soportes, posters,
chapas, merchandising. No todas las
fotografías del Comandante han supuesto una apropiación tan grande. Ni siquiera
las de su cadáver de Marc Hutten que tienen tanto del Cristo de Mantegna. La
fotografía del Che se ha utilizado como estereotipo y reutilizado, parodiada
para que otros personajes ocupen su lugar. Desde el expresidente Aznar a los
dibujos animados, Mickey o Peter Griffin de Family Guy.1
En
los turbulentos años de la Operación Cóndor, las revoluciones en América
Central y Sudamérica llegaban a Europa cargadas de simbolismo antiimperialista.
En España, el tardofranquismo y la Transición se nutrieron de los imaginarios
tanto como de las aportaciones teóricas provenientes del otro lado del
Atlántico. Copias clandestinas de Marta Harnecker para comprender los conceptos
básicos del materialismo histórico enseñaron a muchos una visión –muy parcial,
por supuesto– del marxismo en los tiempos anteriores a la Tercera Vía. El
romanticismo de los revolucionarios sandinistas nicaragüenses o de los maoístas
de Sendero Luminoso fascinaba a la multitud de corpúsculos de izquierdas que
proliferaban a finales de los años 70.
En
aquellos momentos, el 11 de septiembre significaba la tragedia de Chile, el
golpe de Pinochet y las atrocidades en el Estadio Nacional. Las dictaduras del
Cono Sur así como las llamadas repúblicas bananeras donde los espurios
intereses norteamericanos entronizaban a sangrientos caudillos como el Trujillo
de Vargas Llosa (quién lo ha visto y quién lo ve), Somoza, los escuadrones de
la muerte que asesinaron a monseñor Romero, la contra y tantos otros ejemplarizaban la brutalidad del capitalismo
en lucha encarnizada contra el bloque soviético. Se miraban con simpatía los
movimientos llamados de liberación y,
hasta cierto punto, se veneraba el régimen de Fidel Castro como símbolo de la
resistencia al imperialismo yanqui.
No
podemos decir que desapareciera del todo, pero la irrupción del neoliberalismo
de Thatcher y Reagan y el fin de la guerra fría modificaron sustancialmente el
fervor con el que se miraba hacia el Atlántico. El prestigio de la Teología de
la Liberación (teoría de la liberación
decían muchos) sufrió el ataque definitivo del papa Wojtyla, apartando y
condenando, Ratzinger y la Congregación de la Doctrina de la Fe mediante, a los
jesuitas españoles y brasileños. El imaginario de las comunidades cristianas de
base y el Concilio Vaticano II habían sintonizado fácilmente con estas
doctrinas del oprimido.
Las
estrategias geopolíticas del mundo tras la caída del Muro de Berlín mantienen
aún la dicotomía Norte/Sur y, para los españoles, están más cerca las
aportaciones teóricas de las diversas escuelas sociológicas, políticas y
geográficas provenientes de Hispanoamérica, aunque el prestigio académico sea
inferior a las publicaciones anglosajonas y, en menor medida, francófonas. Las
llamadas epistemologías del Sur
tienen un amplio seguimiento en determinadas facultades más concienciadas y
críticas.
En
las ciencias sociales, por otra parte, se puso de moda el concepto de
“transición” que se aplicaba a los modelos que pretendían explicar el paso del
feudalismo al capitalismo o de la dictadura a la democracia (franquista o
soviética, ¿qué más da?). La mitificación de la “inmaculada transición”
española (expresión de Gabriel Albiac) otorgó cierto prestigio y magisterio a
los políticos españoles a la hora de encauzar el paso de los regímenes de
Videla o Pinochet a unas democracias modernas, sin necesidad de revoluciones ni
alteraciones del poder público.
En
los últimos años, en cambio, se ha producido un curioso fenómeno en España que
ha puesto de relieve la cualidad de “espejo” que pueden poseer los acontecimientos
políticos en ambos lados del océano. Al margen de las políticas
neoimperialistas que puedan ejercer algunas empresas transnacionales españolas
en países como Argentina, Bolivia o Venezuela, y al margen también del
escarmiento económico de los “corralitos” para la política postperonista y
postdictatorial, países como Ecuador, Bolivia, Chile y, sobre todo, Venezuela
cobran repentinamente un protagonismo inédito.
El
fenómeno tiene orígenes diversos y estalló a raíz de la crisis de 2008. En
Madrid la expresión de “indignados” asumió la obrita de Stéphane Hessel y se
convirtió en el movimiento de ocupación de las plazas públicas, como Sol y
tantas otras. Era la protesta del 15M. El campamento sirvió como ejemplo a
muchos otros movimientos sociales, quizás los más famosos fueron el Occupy Wall
Street o la Nuit Debout. Como todo movimiento social tiene una concurrencia
compleja, pero es indudable la utilización de aportaciones teóricas sobre un
nuevo populismo de Chantal Mouffe y del argentino Ernesto Laclau. La irrupción
de estos movimientos sociales en política cristalizó, según el relato más
común, en la aparición de partidos que decían superar la clásica dicotomía
izquierda/derecha y que aspiraban a una mayor democracia dotando al concepto
“populismo” de una nueva significación alejada del neoperonismo de Kirchner o
de Daniel Ortega.
Los
avatares del movimiento bolivariano de Chávez y Maduro se convirtieron en
estrellas mediáticas para las tertulias y la prensa españolas por sus contactos
con los profesores de la Universidad Complutense de Madrid que lideraban un
partido político populista que, en cierta forma, asumía el movimiento 15M.
Podemos cogió descolocados a los comentaristas políticos y los think tanks de los grandes partidos del
bipartidismo imperfecto de España. Desde el punto de vista de un politólogo,
fueron muy interesantes los diversos intentos frustrados de crear un
argumentario crítico que sintonizara con las audiencias. En la actualidad, con
la creación de un gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, ya se ha
normalizado el imaginario de unos y otros, y estamos en la situación en la que
cada líder, cada tertuliano, cada opinador solo habla a su parroquia agrupada
en burbujas que tanto amenazan a la democracia (Cass Sunstein).
Uno
de los puntos más claros de referencia fue la implicación de Juan Carlos
Monedero o Pablo Iglesias con el régimen chavista. Una ofensiva por parte de
cierta prensa autodenominada liberal insistía, a pesar de que los tribunales
desestimaban cada denuncia, en la financiación fraudulenta del dinero
venezolano a Podemos en un intento de deslegitimar a la incipiente formación
política. A día de hoy, tras la turbulenta caída de Evo Morales, la prensa
española insiste en las conexiones del partido de Pablo Iglesias con el régimen
boliviano. La estrategia no es original ni, mucho nos tememos, exclusiva de un
grupo político. De vez en cuando salen a la luz financiaciones y ayudas de
partidos extranjeros, de gobiernos foráneos, de grupos empresariales concretos
a partidos políticos de cualquier punto del espectro. La novedad está en la
conexión en el imaginario entre las vicisitudes del régimen de Maduro con las
consecuencias que tendría llevar a cabo las políticas propugnadas por el grupo
morado.
De
igual forma que el ejemplo cubano de resistencia alimentó el imaginario de
posibilidad para un sistema comunista, la crisis del régimen castrista, el
periodo especial, las penurias y la crisis económica que lleva sufriendo desde
la caída del bloque soviético son las pruebas para demostrar la ineficiencia de
otro tipo de política. El fin del comunismo es el fin de la socialdemocracia y
la advertencia del peligro de cualquier intromisión del Estado en asuntos
económicos en el mundo de la desregulación y el capitalismo financiero.
Desde
el punto de vista de España, Venezuela sufre también un proceso similar. Sirve
de ejemplo para algunos grupos progresistas. Valgan las alabanzas de Pablo
Iglesias al régimen chavista en diversas ocasiones y valgan también las
referencias a la situación de bloqueo y amenaza exterior que comparten los
dirigentes bolivarianos y las explicaciones de cierta izquierda para el colapso
económico de Venezuela. Y, en el extremo opuesto, Caracas es el espejo donde
comprobar la atrocidad del chavismo y, por extensión, del proyecto político de
Podemos. Mientras más clara quede la escasez y la falta de abastecimiento de
los ciudadanos, mientras más dura sea la represión política de los opositores,
mientras más contundente sea la represión policial bolivariana, más desacreditado
estará Podemos, y, por contagio, los socios de Podemos.
Independientemente
de la durísima realidad venezolana y de las responsabilidades que puedan tener
los actores nacionales y extranjeros, el imaginario político español se nutre,
en gran parte, de la simplificación de Venezuela. Chavista se ha convertido en uno de los insultos preferidos por la
derecha más ultra en España. Se convierte en un lugar común para los humoristas
de izquierda recordar la falta de noticias sobre Venezuela cuando la situación
política española no tiene que sufrir las amenazas
del fantasma podemita.
No
es la primera vez que la política venezolana interrumpía la política local
española. Por qué no te callas. Esa fue la expresión, con evidente falta de
diplomacia, incluso de educación, que utilizó el entonces jefe del Estado, el
rey Juan Carlos I contra Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de jefes de
Estado y de gobierno de 2007. La confrontación
fue muy sintomática. Chávez estaba denunciando la intromisión del
gobierno de Aznar en el golpe de Estado que había pretendido derrocarlo y Rodríguez
Zapatero, defendía en cierta forma, al expresidente popular. El rey interrumpió
a su vez. No era un gesto habitual, al contrario, la fama de Juan Carlos tendía
a considerarlo como cercano, “campechano” es el epíteto más recurrente. Y
quizás fue esa campechanía la que le granjeó el aplauso de gran parte de la
opinión pública en España, obviando que es impropio el tono entre jefes de
Estado. Precisamente eso fue lo que le valió a Chávez como medalla en el
enfrentamiento dialéctico. Ante los suyos fue el héroe que se enfrentaba a la
metrópolis colonial.
El
expresidente Correa también se ha visto inmerso en los vaivenes de la política
española y, como decíamos antes, este lugar está siendo ocupado por Bolivia en
la actualidad y se puede asignar la pertenencia a una ideología política
simplemente por la expresión para referirse a los acontecimientos en La Paz.
Para unos es un golpe de Estado, para otros, un gobierno legítimo.
Otro
de los espejos en los que se mira el imaginario europeo mainstream es en el significado de Jair Bolsonaro tanto para la
ultraderecha española como para los movimientos sociales de signo progresista. Para
estos últimos, la caída de Lula y el ascenso del neofascismo son ejemplos de
cómo el capital y la mentalidad ultraconservadora abortan cualquier avance en
el terreno social. Son un peligro para su propio pueblo por sus ataques a las
comunidades indígenas y para el resto del planeta por el aliento que dan a la
desaparición de los bosques amazónicos. Pueden ser también muestras de la
ridiculez del pensamiento cristiano conservador a la hora de plantear la
evolución o la diferenciación de género. Y son un aviso por las amenazas a los
intelectuales y a cualquier pensamiento de izquierdas en general. Los modos
nada diplomáticos, como los del presidente Trump, no hacen sino añadir motivos
para la alerta. La derecha española, como sucedió en cierta forma con Obama y
con Trump, no toma posiciones por sintonizar plenamente con las políticas de
Bolsonaro o Trump (de hecho, están más cerca de las propuestas de Obama). Las
derechas españolas reaccionan contra la posición progresista en estos temas. Si
la progresía teme a Bolsonaro, en lugar de compartir las muchas críticas que se
le pueden hacer al nuevo gobierno brasileño, prefieren no opinar. Consideran
que apoyar las denuncias sería doblar la cerviz ante lo que llaman la dictadura progre.[1]
No
se pueden negar, sin embargo, ciertos puntos de contacto, ciertas afinidades
entre la ideología conservadora, que niega la distinción entre género y sexo
(la denominada ideología de género) o
que es partidaria de la desregulación económica, que considera secundaria la
conservación del medio ambiente y niega el cambio climático. Sin llegar, por
supuesto, a legitimar los ataques a activistas que se van sucediendo en muchos
lugares de América central y Sudamérica, no solo en Brasil.
De
México se dice mucho menos. Más que la avalancha de feminicidios o de la lucha
contra el narco, es la emigración el tema candente sobre el que opinar y
posicionarse. El famoso proyecto del Muro de separación es anhelado por cierta
parte de la derecha española que comparte la visión negativa y catastrofista de
la inmigración.
La
izquierda ha gozado del prestigio del líder uruguayo José Mujica. Un ejemplo de
austeridad personal y políticas arriesgadas en el plano social. Muchas de las
medidas implementadas desde su gobierno no solo son deseables desde este punto
de vista, son muestras de un sentido
común diferente del que la derecha española suele utilizar. En el imaginario no es preciso que se conozcan a
fondo las propuestas o sus resultados, basta con que trasciendan declaraciones
contundentes para convertirlo en un referente a este lado del Atlántico. Sin
embargo, no siempre ha sido elogiable, por otra parte. En una reciente
entrevista suscitó una gran polémica con sus opiniones sobre el movimiento
feminista que luego tuvo que matizar y desdecirse.
Para
el feminismo, ha sido Chile quien está marcando la pauta en el imaginario y sus
prácticas. Además de las protestas contra el sistema educativo, este último otoño
han sido noticia las revueltas motivadas por el alza en el precio de los
servicios de transporte y la brutal represión. Junto con los Chalecos Amarillos
en Francia o las revueltas de Hong Kong, estas protestas marcan una nueva
oleada de movimientos sociales. En 2018 pudimos hablar de una revolución
feminista en Chile. La cristalización del Me Too y del Ni una Menos en una
Tercera Ola de Feminismo, con movilizaciones físicas y virtuales, con la
viralización de “Un violador en tu camino” creado por el colectivo chileno ‘Las
tesis’. Es importante recalcar cómo elementos muy concretos de la realidad
chilena se convierten en globales: la banda negra sobre los ojos representa a
los heridos oculares por escopetas antidisturbios; el pañuelo verde simboliza
la lucha por el aborto legal; las sentadillas hacen referencia a que, cada vez
que son detenidas por un policía son obligadas a hacer estas flexiones, muchas
veces desnudas.
Haciendo,
pues un somero repaso a la actualidad de los periódicos más generalistas y al imaginario
subyacente en el público no especialista, es innegable la fascinación que
ejercen ciertos movimientos sociales y las connotaciones positivas y negativas
de quienes realizan la política en Iberoamérica para los que estamos al otro
lado del Atlántico. Seguro que se pueden encontrar muchísimas otras
referencias, muchos más casos de contactos teóricos y prácticos, de la
interrelación, imaginaria o real, porque a efectos del juego propagandístico,
tanto da. Sean iconos como la imagen del Che.
NOTAS:
1 Una
extensa muestra en https://kaosenlared.net/camisetas-de-parodias-del-che/
2 “Y la
culpa no era mía ni donde estaba ni cómo vestía. Y la culpa no era mía ni donde
estaba ni cómo vestía. El violador eras tú. El violador eres tú. Los jueces. El
Estado. El presidente".
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