“Esto
esto es Rock
and Roll” (Cuando el invierno agoniza)
Luis Sánchez Martín (Cartagena,
1978) es el director de Boria y tiene publicados un libro de relatos Sin anestesia (Ed. Hades, 2014) y la novela
Be bop café (Boria, 2016). Carrera
con el diablo es su primer poemario y cuenta con el prólogo de Abel Santos, con
quien comparte el gusto por el realismo canalla. Este volumen, que comienza con
citas de Pilar Blanco y José Antonio Martínez Muñoz, es una mezcla de la
emoción de quien mira hacia atrás y la adoración hacia lo que el rock and roll
ha legado, estética y como manera de estar en el mundo. Con algo de distancia y
mucho de ironía, Luis Sánchez Martín se resigna a, como dice la primera parte
del poemario, vivir despacio, morir viejo
y dejar un ridículo cadáver.
Entre
los versos asistimos a la reconstrucción personal tras un pasado duro, que lo
es tanto en la faceta personal (“Tras años viviendo en la costra / deshago el
camino”, Si soy tormenta), como en lo
familiar y social. El día que murió mi
abuelo ofrece esa descarnada visión, “¿No ves la relación? Es el mercado,
amigo”. Como en la canción de Lou Reed, su vida fue salvada por el rock and
roll, en los 90’s se acabó enganchado
a los Stray Cats y Gene Vincent, “También tenía familia / en los noventa / pero
no la usaba”. Una identidad musical y una actitud vital de resistencia, “Pero
no deja de ser cierto / que siempre estás a tiempo / de bajar la persiana / y
esconderte durante un año” (Vivir a mano
alzada).
Se concentran
historias de “fracasados” que sobreviven y de fracasos para el éxito: “Y mi
padre murió inquieto / porque me dejaba a mí sin colocar” (Inquietud) a la luz de una lírica maldita: “Y entonces creo o siento
o quiero creer / que ya está todo dicho y hecho / y así vuelvo cada tanto / al
ebanista de las almas y los cuerpos / que nos deja bañarnos en mentiras / a
cambio de unas monedas / o una anotación en cuenta / para hacer tiempo hasta
que el tiempo de deshaga / o me dé por perdido entre la espuma de los días” (Luz artificial).
Cobra especial
relevancia la figura del padre, que es revisada desde la distancia y desde la
comprensión:
“No quiero
engañarte, creo que nunca te quise
como creo que
jamás he querido a nadie
aunque me escondí
para llorar cada tarde
y otros, borracho, lo hicieron frente a todos
/…/ ahora me
afeito y te veo
pero no sobre
el espejo
siempre
fuiste viejo y nuestros rasgos
nunca se
impregnaron
te recuerdo
en una cama de hospital
con un pijama
azul abierto
llorando
porque te marchabas
y yo a medio
metro
entendiendo
tu llanto
como ellos
nunca lo entendieron
/…/
Y tengo miedo
me aterroriza
convertirme en ti
y algún día
llorar
por haber
perdido un tiempo
para el que
no hay segunda vuelta
sabiendo que
viví despacio,
morí viejo
y dejé un
ridículo
cadáver” (Ellos nunca lo entendieron)
Quizas, además de las influencias
del omnipresente Bukowski, se podrían encontrar nexos con el Gil de Bidema más
canalla: “Prefiero liberar la marioneta / y que ese viento sea motor y
combustible / que me aleje sin dejar nada atrás / que no eleve sin soltar mi
sombra” (Sobre el puente que une los
pabellones). La escena se compone de retratos entrañables: “se dirige al
bar que nunca cierra / y deja pagada una cerveza / para el de la barba, sí, el profesor, / dígale que ha estado aquí / un
antiguo alumno” (Cementerio de
relojes). La cercanía, lo cotidiano, la normalidad de las vidas que se
mueven entre canciones y marcas comerciales: “Y más aún, deshacer la imagen /
de la carne abierta en la bañera / del blíster vacío en la mesilla / y de la
cálida sonrisa de la enfermera / que me recibía entre las dudas / de aquellos
confusos despertares” (El ritual y los
días).
A diferencia
de otros poetas, Luis Sánchez Martín huye de la estética looser,“pero de ser atormentado / también se sale” (Como el oro que sella las figuras) y
demuestra en este libro una voluntad de esperanza: “Pero tal vez porque ando de
nuevo / embalando los años en cartones / intento una definición / ordenar las
conclusiones / que desprende mi legado / Manchas imborrables al estar / hechas
de tiempo y no de materia” (Mientras
cruzo un nuevo umbral)
La segunda
parte demuestra algo más su faceta de fan, El
siglo xx no acabó hasta que murió Chuck Berry, de la emoción de quien
comparte la belleza. La adoración a Hank –Bukowski– en (No lo intentes). Homenajes a Johnny Cash: “Cuando está todo dicho
es mejor callar / y rezar para que el ángel caído / vista otra vez de negro” (El ángel caído); a James Dean Pequeño bastardo con tanta intensidad
como los retratos de la infancia, Amador Blaya y la señora Lina en (Amador). Referencias al cine, a Jack
Lemon, El ángel exterminador y a la música: Trashmen, Woodstoc, los Simpnsons,
“El siglo XX no acabó / hasta que murió Chuck Berry” (La cualidad esférica). Luis Sánchez Martín ofrece todo el cariño al
gran Juan de Pablos: “Todo se extinguirá cuando llegue el silencio / y la
realidad volverá a sostenerse por sí misma” (Cáceres, 1948).
Desde el punto
de vista formal estas historias requieren poemas de cierta entidad, con
desarrollo, aunque se dispongan en forma de caligrama (El hombre que mató a Lujo Berner). Balsámico en ocasiones,
descreído en otras (La habitación);“Y es que a veces la mayor incógnita / es saber si
merece la pena / despejar la x” (La
cualidad esférica). Abunda la
descripción de tipos duros, a la antigua usanza. Tampoco olvidemos que el yo no
siempre es autobiográfico (Ahora que la
gente parece flores al fin)
“Pero pesa más / la ausencia de futuro
que los años vencidos
y no seré yo
quien averigüe
por qué.
Total.
Bukowski
nunca lo hizo” (Bukowski nunca lo hizo)
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