“nada es poesía si no se rompe”
Gema Estudillo es profesora de Enseñanza Secundaria y ha trabajado como lectora de español en Francia y como profesora de español en varios centros alemanes en Bonn, Colonia y Leverkusen. También ha sido correctora en la editorial alemana Könemann. Ha publicado sus poemas y traducciones de poetas alemanes como Mascha Kalèko, Hilde Domin o Harald Grill en revistas como Voladas, Almiar, Eñe, La Otra, La Galla Ciencia, El Ático de los gatos o Culturamas. Ha participado también en numerosos festivales de poesía en España y Portugal (Edita, Voces del extremo, Versalados o Palabra Ibérica). Ha publicado Estudio de la materia (2016) y Complementos circunstanciales (2017). Codirige la revista de poesía Alameda 39 y los pliegos de poesía Las hojas del baobab. En este caso el prólogo corre a cargo de Lola Andrés.
El uso sistemático de las minúsculas avisa de la toma de postura hacia lo minúsculo, a ras de suelo, atento siempre a los detalles y, con perspectiva íntima y personal: “algo que nos eleve por los aires como esta / y nos salve de este ser sin siendo, / sin conciencia / sin que el espacio se opone para alojarnos dentro. / solo fluir, pensar / y no sentir”. El título retoma uno de esos proverbios machadianos que tan certeramente condensan la epistemología y la búsqueda de la verdad, esos ojos que miras, que no son ojos porque los miras, son ojos porque te ven. Gema Estudillo va entregándose a la dialéctica de la mirada: “me rindo ante ti, al silencio y a la soledad / como únicas vías de conocimiento. / me entrego a ti, que me sacas y me cuidas, / al resplandor cristalino de tu cielo” (encomendación).
Cierto aire de rendición ante la evidencia de la falta de sustento firme, trascendental (“la palabra nunca tiene un eco eterno”) o personal (“una carcasa desprovista de aliento / un agujero en el que dormita la sangre”). Acompaña también el mood del desconsuelo: “por mi parte, yo me siento habitada / por una agradable tristeza”; “habría preferido esconderme en un rincón / y dejar que menguaran los días”. Se plantea una situación de ausencia que arranca un punto de partida: “supongo que hubo un antes y un después de ti / aunque yo no consiga vislumbrar la grieta. / dónde empieza y dónde acaba / lo que siempre es porvenir / hoy apoyo para escuchar el mundo / hoy necesito el silencio y el hueco / de la oscuridad que me cobija”. Y también un retorno que se repite: “entre ellos quizás, / también algún día, estuve yo”; “tu cuerpo, enredado en los hilos de la noche, / habitaré por siempre / la sombra de mis días”.
Pudiera parecer una elegía íntima, un trasunto biográfico a la luz de la primera persona: “esta gravedad del ser con esta caída y este abismo / que me entiendo, / sus infinitos límites recoletos y enrevesados, / el sueño en el que te extienda, sin prisas / y eternamente /…/ la mano helada e inerte que un día / amortiguó mis pasos, / yo lo sé, sé que estabas. / no fue un sueño”. Sin embargo, trasciende hacia un existencialismo filosófico: “el hombre, / desposeído siempre, / de cuna o tumba / frente al mar”. Para, además, retomar el lema foucaltiano sobre el cuidado de los cuerpos: “aceptar que sea el cuerpo / el que se inunde de tristeza”.
Oscilando entre lo metafísico y lo confesional, prima más esto último en gran parte de los poemas “paso todos los días, / de forma consciente me obligo a recordarte /…/ el tiempo recorre ahora con patas de insecto / tu ruina de papel”; “procuro despertar despacio todos los sentidos. / primero el oído, / luego la vista y los objetos más cercanos / hasta salir del letargo y zambullirme / en la mañana fría y solitaria / como el primer ser vivo de la creación”; “re recuerdo ahora sin reparar ausencias / cuando la vida no dolía y los cuerpos / tenía aún el color dorado de la tarde”. La aceptación de la ausencia como decisión vital inevitable: “ya no está, / ya te has ido / pero cada viaje era una despedida / y la excusa perfecta para poder mirarte de frente, / todavía, por el espejo retrovisor”; “todo formaba parte ya de la vida / porque éramos la vida misma / evitando naufragios”.
El otro núcleo temático tiene que ver, por supuesto, con el combate para transformar la vida en palabras: “algún día sabréis / de este vicio insano de escribir / que os robó los días, las horas, algunas caricias /…/ y sabré lo que hice bien / y lo que hice mal, /…/ la certeza de vuestra mirada será mi gloria o mi ocaso, / el único que me interesa / y al que debo todo. // todo desaparecerá y todo / tendrá su sitio, / como las risas de los niños permanecen / siempre ocultas / tras la puerta enrejada de un jardín”.
Terreno indiviso es un bloque final a partir de versos de Alejandra Pizarnik. Tomando como guía no solo los versos sino su ejemplo vital: “lo difícil es no ser como tú / y seguir encendiendo el horno cada día”; “lo peor de todo son las mañanas”. Finaliza el volumen con un poema largo dedicado a Sabko Goldberg, Mascha Klèko: “ los ojos bien abiertos a la banhnhof / más para oír que para ver / más para entender este idioma endiablado / que para mirar 7…/ y ahora estoy aquí en la arena, / a 2371 kms y veinte años, / y no lo vi, / no lo intuí, / entre la desembocadura del río y de la playa / en este cerco en el que me arrodillo / sin ver el mar / en el que invoco todos vuestros recuerdos”.
Consigue con brillantez Gema Estudillo colocar estratégicamente sentencias que golpean certeras condensando lo que su lírica ha desbrozado en los poemas: “entre lo visible y lo invisible / hay un abismo sin señalizar”.
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