Este libro de poemas ha recibido el III Premio de Poesía Joven ‘Tino Barriuso’. 1995, mientras la autora estaba preparando el MIR. Quizás la atención a los detalles forme parte de su modo de estar en el mundo y su práctica profesional. Nimiedades es un canto a cómo las pequeñas cosas significan algo más que la propia materia. En la primera parte, Antiguos Lugares, podemos compartir toda la nostalgia del amor: “Es tu cuerpo tan blanco a simple vista / que podría, equivocada, / quedarse en la superficie. Creer en tu pureza” (Es tu cuerpo…); “Tantas veces me interpuse entre la luz / y tu cuerpo derramé mi sombra” (Traba). Una capacidad de observación que está pendiente de todo el contexto, incluso que nos hace partícipes de ser mirados mientras miramos: “Más tarde, frente a la Venus, las cámaras de los turistas parecían los ojos / de penetrantes arañas. / En cuántas fotos saldrás y no lo sabremos. / Cuánta gente sabrá que te miraba” (Los ignorantes).
Son los momentos del amor pasión: “Y si acaso llegara a tu memoria mi boca en tu sien, / mis pechos diminutos, / déjalos tranquilos y acércate a mí / con tu vejez, / rediviva” (No más habichuelas); “La noche se abre y yo te beso / y así vamos jugando” (El juego de siempre);“Tú afirmas no haber besado antes. Yo juro que te querré para siempre. / Y así, abrazadas, nos dejamos mecer por el engaño / de un amor que nace de las cenizas / de aquellos otros que nos miran en la sombra” (El juego de siempre). La pareja se va conociendo y se va adentrando en las historias que cada una arrastra como rizomas que se entretejen en el presente: “Por tus besos sí que ya has amado. / Otros ojos, de seguro más vivaces, descubrieron las grutas / que mis dedos –cernícalos exploradores– / hoy sienten suyas /…/ Mas tú fíngete virgen, quinceañera, / esta noche. / Así podrá amarte / por primera vez, como siempre” (Evidencias). Más tarde llegarán los Días vulgares, título acertado para la segunda parte: “Tú sigues dormida y la vida es un milagro” (Primera hora).
En esta estación, es el amor el que se encuentra cuestionado, interrogado, participado de la duda hacia un futuro incierto: “Me es más difícil quererte / cuando es de día. Cuando la luz rasga con su bisel la mañana / e ilumina maligna el defecto. / Cuando abres los ojos despacio y no muestras / el afecto de esos días / en los que la apertura era siempre simiente del beso /…/ guardas entre las piernas tu sexo / y yo acabo, cercano el día, / de masturbarme” (Falta de visión). Poco a poco llega la certeza de un final: “Tu tristeza es para mí / un animalillo / de grandes ojos claros” (Doméstico). Todos estos momentos cotidianos son las muestras de que la vida consiste en una épica minúscula que se sucede casi ajena: “Que me siento faraona que te echo de menos / que todo está en ruinas y todo, hasta nosotras, / se conserva” (Invierno en Egipto). El recuerdo prima la dulce reminiscencia, los recoldos: “Tu luz era fuente de gozo aquellos días, /…/ Entonces era más joven y escribí / poemas remilgados. Inventé para ti paisajes tiernos /…/ Quisiera ahora, sin embargo, nimiedades. / Verte dudar junto al estante de los yogures, / mirarte hervir las patatas…” (Nimiedades). Por último llegarán los atisbos del futuro.
El tiempo que nos queda abre paso a la aceptación: “Es otoño, dicen, / y porque lo dicen ocurre” (Allariz). La madurez pesará y mirará al pasado con la condescendencia de las brasas: “Algún día fuimos más jóvenes. Cruzamos caminos, / tomamos alguna foto que puedo consultar / en el álbum verde de la estantería. Y no lo hago. / Nos besamos a veces y otras discutimos / y ambas cosas nublan el paisaje en la memoria / de igual forma. Qué curioso” (Lo que es tuyo). Acompañan a la autora otros recuerdos y muchas ausencias: “La demencia ha despertado en la abuela / dudas sobre los insectos. / El abuelo nunca las contesta, / pero la quiere y por eso, a la tarde, / llena en el campo una caja de zapatos / con gusanos de seda /…/ La vejez les irá volviendo más locos, / más niños. Y sujetaré el llanto / e iré cada abril / al árbol de la morera” (Los días de la abuela).
María Paz Otero recrea con cierta melancolía la tristeza: “Tan solo soledad, / tan solo eso. / Soledad que se abre en mi pecho como una grieta / en la que quepo yo misma y en la que caben otras, tantas amantes /…/ Pensé que la soledad era un vacío. / un estanque grisáceo. / Me equivoqué. Caben dentro / tantas carne” (Recipiente). Un amor cuya pasión queda marcada entre los versos: “Al otro lado mi cuerpo / contempla este amor que agoniza / como un perro desollado /…/ Arrastrará garganta abajo tu sentencia final, el llanto débil. // Yo fingiré otra vez no darme cuenta, / haré café. Cuidará de mí / el cerezo del patio las cenizas” (Otro día). Termina, sin embargo, con la mirada puesta en el horizonte: “Tu pensarías, sin embargo, quedar lejos. / La próxima estación espere solo mi llegada. / Es el imponente templo / del futuro”· (Llego sola). Un libro de poemas de gran madurez lírica con un enfoque en lo minúsculo para tratar lo más esencial.
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