Julia L. Arnaiz pertenece al grupo poético Los Bardos y es clara la conexión con Marina Casado, tanto vital como poéticamente (“De mis pies ha brotado / una playa / que ha extinguido / las tórridas alcantarillas”). Se graduó en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, donde actualmente estudia el Máster de Formación del Profesorado. Estudió también un Máster de Letras Digitales por la Universidad Complutense de Madrid. Fue coordinadora del Aula de Poesía José María Valverde, fundada por el poeta Antonio Cillóniz. Desde 2019, colabora en la coordinación del proyecto La Errante Poesía, a caballo entre un club de lectura y una tertulia poética. En 2018 participó en De viva voz. Antología del Grupo Poético Los Bardos (Ediciones de la Torre).El prólogo corre a cargo de Carmen Plaza.
La tradición poética que comparte tiene muchos puntos en común con el surrealismo, no tanto por la técnica de escritura automática, sino más bien por el uso de imágenes oníricas, de metáforas y símbolos: “El luminoso vagón casi vacío y amarillo / y la sacudida de mi cuerpo, / la noche cerniéndose / sobre una ciudad de espaldas al ocaso / más inmenso del planeta”. En este momento, además, podemos observar una mayor cota de realismo, de cercanía a lo actual y los elementos de la cultura popular: ”El tumpatumpatumpatumpatum / de un reguetón duro / se cuela por la ventana / un instante / un noche”; “solo queda una galleta de chocolate, / solo una píldora azul / que se agarra a la infancia”; “mientras David Bowie baila en un salón blanco / y dos lirios blancos caen junto a él / desde mi balcón”.
Junto a esas referencias, siempre algo de Lorca y su peculiar forma de acercarse a lo real por lo casi mágico: “y la sombra avanza en las esquinas / donde teje su trampa”; “Todo mi cuerpo será amarillo, / como recubierto de sol, / cada rincón, / incluso el ombligo”; “¡Qué silencioso el invierno / a las afueras de mis orillas! / …/ ¡Qué silencioso el invierno / si no viviese / dentro de mí!”; “He caminado por cada uno / de tus cinco dedos, / te conozco”.
Hay una querencia hacia los lugares, una topografía sentimental que cobra protagonismo: “Y aún así esta noche / también se ha acabado Madrid”; “Íbamos a vivir en la ciudad más bella del mundo / Íbamos a huir / de las entrañas sucias y confortables / de la matriz madre /…/ Estoy / frente a la ciudad más bella del mundo / y no veo a nadie”; “La ciudad flota en el humo que se escabulle / entre la multitud / que fluye, avanza y se mezcla / calmada. / La ciudad se sostiene prudente sobre nosotros / todos los días del año”; “Algunos lugares tan solo aparecen / pero no existen”. Berlín, pero sobre todo Madrid: “Berlín ya no es un lugar seguro /…/ para todos los que llevamos / purpurina en la nariz y noche / en los zapatos y dejamos rastros / con nuestros vientres en los adoquines / para todos los que habitan / en alguna parte entre / la soledad y la primavera, / para aquellos / que nunca han llorado por su laberinto / o por un pequeño cabello arrancado de la nuca”.
Julia Arnaiz es capaz, pues de compaginar la inspiración lorquiana con la estética beat: “El agua no sirve, / mis manos, mis dedos no sirven. / Empiezo a correr. / Empiezo a llorar. / No pararé hasta que tu dulce presencia / se retire de mi piel”; “Si caminamos / como una niebla negra / a la altura de todas las narices de la ciudad / que impide verse el ombligo / o los labios“; “Para cualquier cosa / estaremos aquí, / al final del pasillo de las guirnaldas / de peces boqueando”; “Un rugido sordo baña / mis encías de veneno y raja la sonrisa / de la marioneta con alforjas negras. / Lo relamo / tiñendo mi dentadura / de petróleo”.
En estos poemas el agua tiene un significado casi purificador que contrasta con el relato en primera persona tan duro a veces: “me meto los dedos en la boca / y ahí está / mi verano sobre tus pétalos / mi arena bajo tu piel”; “Pero tengo que huir, / escapar / debo alejarme / hacia los lugares oscuros de la multitud / donde no me alcancen los ojos”; “pero he abierto los ojos en medio de una laguna / verde por fuera azul por dentro / naranja y amarilla alrededor / y he visto mi hogar sumergido entre los líquenes / mientras yo respiraba bajo el agua”. Julia Arnaiz se aventura en la vida como un desafío: “No me importa la noche. / No me importa el frío, la lluvia, / los paraguas putrefactos. / No me importa mi desnudez. / No me importa el paradero / de mi otro zapato /…/ He visto tus ojos / pero no, no me importan tus ojos”; “y me empuja contra el asfalto / en un baile de botones grises / entre la lluvia de las ciudades del norte”.
Con descaro espeta: “He oído a tu alma / sorberse los mocos”, a la vez que sueña liberarse: “Quiero fundirme con la lluvia / para caer sobre los rostros / de todos los que amé /…/ Y luego irme, / escurrirse por sus manos hasta la alcantarilla, / ver el mar / y no volver”. Las dos personas del diálogo enfrentan dos mundos casi antagónicas: “Sus heridas, su sangre / buscan la sal / que le haga hombre” frente a “Y me he dejado / sin ganas de arena para cantar”.
Y recurrente la referencia al mar, al agua, a la playa: “El mar es blando a oscuras / y desde arriba / puedo sentir mis dedos lánguidos / hundirse en su blanca superficie de gel”; “También hay belleza / en la baldía estepa de un mar en calma / no solo en las regurgitarse olas, / en los afiladas barcas”. Es también el horizonte como guía: “pero no puedo caminar / sobre el blando y resbaladizo camino / que lleva hasta el sol y al horizonte / sin un cuerpo de humo / sin un cuerpo de algas”. Diversidad temática, formal, tonal con una personalidad que está plenamente formada y en transformación.
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