La mexicana Marina Centeno tiene a bien invitarnos de nuevo al poema tras una intensa búsqueda en artes visuales, dibujo y pintura. La misma sensualidad que hace gala en sus dibujos se encuentra entre los versos. Y la misma exigencia formal. Trans/versal está compuesto en octava reales de endecasílabos blancos. La forma siempre es un desafío en la poesía de Marina Centeno, como ha demostrado en sus poemarios basados en las décimas.
Trans/versal insiste de manera contundente en uno de los motivos más interesantes de la poesía de la poeta de Yukatán, y es el deseo, entendido quizás como un reverso entre el Eros y el Thanatos. Si, como dice, “La muerte la tuve a los caprichos”, aprovecha el arte como manera de encarar ese destino: “Sin embargo en el veneno cabe la prudencia y elevamos el dolor hacia la introspectiva con el afán de salir ilesos del poema”. En un momento se define: “Late en mí una mujer prudente / laberinto/sexual y afectiva / que surge desde el término desuso / para la melancolía de sus formas”. Y en esa tesitura aparecen referencias más directamente sexuales: “se hunde en el canal de sus dos piernas / a masturbar recuerdos impolutos”; “Lo frágil del coito que se atora en los tópicos ilustres. Sin embargo fracasa perezoso con la estrofa del miedo en su forma di/versa” (Querido amor no tan mío).
No es este, sin embargo, un poemario erótico, sino de profundidad en los deseos más enterrados en las entrañas, que pueden ser el sufrimiento o el tedio: “Ya no encuentro pretextos suficientes / al dejarme caer en los sillones / a contemplar los sucesos desde adentro / en un vuelo raudo y sin sentido”; “No tengo más remedio que evadirme”. El discurso se retuerce y sale a la superficie: “Sin embargo le miento cuando digo / que volverán los días de jolgorio / y estaremos de vuelta por la playa”. Una playa tan querida para la autora.
Hace gala de una actitud valiente: “No tengo reproches ni reclamos. / No busco fecha ni pronombres / No tengo prejuicios ni catástrofes / No pongo adjetivos en la espera / No acudo a tus cosas por costumbre / No quepo en tu flácido paisaje / No tiro del hilo de tus labios / No puedo / No admito soluciones”. Es consciente de sí misma, de sus debilidades, de su intenso poder y su bagaje: “La molestia de verse ante el espejo / con sus costras de nube y arrebato /…/ como un porvenir que se interpone / entre los pormenores de la poesía / y el desarrollo de algún capricho”. No rechaza el dolor, al contrario: “Retrocedo despacio entre la herida / e introduzco los dedos por si acaso”. Lo que no está dispuesta es a retornar al pasado o a las relaciones que hacen daño: “No pretendas volver –si lo pretendes– / aquí el tiempo detuvo su estampida /…/ y en el frágil pasar de la costumbre / que obliga a detener la impertinencia”. Ese momento pasó, y “Ahora somos un par de circunstancias / que se acercan al borde de lo inútil / como sombras que alargan su tortura / en la zanja profunda de la noche”. Como un prófugo, aspira al eterno retorno: “Nada tiene su tregua más que el vicio cuando se trata de re/nacer y re/comenzar partiendo desde el mismo punto” (Pormenores del prófugo).
La poesía de Marina Centeno está trufada de momentos de observación, como en su trabajo Vitrales. Ahora contemplamos: “En diminutas formas de alebrijes / al estallarse contra los cristales / para hacer una brizna de agua turbia”. De la misma forma que percibe cada elemento del lenguaje como parte de la realidad: “Así suelen morirse las metáforas / entre las garras del presentimiento”. Son precisamente las imágenes las que determinan la contundencia de su poesía: “Es por eso que pongo de manifiesto / la invasión masiva de pirañas / en los tramos de versos que atropellan / la terrible manera con que crean”.
Desafía a la muerte en este poemario, “tan solo por morir como acertijo”. Rechaza la actitudes antivitales: “Este es un imperio de aguafiestas / un símil compungido en abandono” y abraza la vida con todo el dolor y el gozo: “Hay un proyecto donde lo invisible / se desplaza a lo largo de la causa / por su forma y efecto entre lo simple / tiene aptitud de interno y semejanza / en clara maniobra del acero / ––trotamundo dentro de su vicio –– / para dejar que caiga hasta su hueco / y no tener que arrancarle las raíces”. Termina el poemario con una hermosa declaración que sirve de retrato:
“Soy el error que se volvió presencia
que viste ropas de la incertidumbre
un rostro lúgubre por desasosiego
y comensales para la zozobra
por un instante donde los sermones
vuelven manía todo lo prohibido
como vertedero para los residuos
donde se construye la peyorativa”
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