“mi soledad
es propia,
singular
/…/
Yo desconfío,
por eso la
sigo,
soy sombra de
mi soledad” (59)
Alex Richter-Boix es lo que se
suele llamar un biólogo de bata (Barcelona, 1974) y este es su primer libro de
poemas publicado. Inaugura la editorial Poémame en papel después de una
interesantísima labor en su proyecto virtual. Nunca llegué a ninguna parte no
es un libro, son tres libros con su personalidad concreta, añadiendo a la general,
su numeración independiente.
El
primer libro es Lo peor del silencio es
todo ese rumor de dentro. En el poema que abre como un prólogo, el autor
comienza diciendo: “Una flor no es la luz”. A partir de ahí se produce un
cuestionamiento de la transformación vital, de la identidad que va mutando y
que depende solo de la memoria que, en cierta forma, la traiciona: “La memoria
socava la vida” (1). La incertidumbre y la perplejidad son los sentimientos
iniciales que el poeta muestra: “Tardaré años en entender ese instante / en que
te hiciste mariposa / estando la ventana abierta // desde entonces, / la
eternidad está desordenada” (2); para luego llegar a la lucidez de que al
universo no le importamos y seguirán, como diría Juan Ramón, los pájaros
cantando: “Un día no estaremos / ni tú ni yo. // seremos retratos cuarteados, /
imágenes con grietas en la piel, / seremos primaveras muertas, / trozos de
viento en los ojos” (3). El paso del tiempo y la certeza de la muerte, mientras
el mundo sigue: “hasta las flores más dulces / se entregan al milagro de la
muerte” (9); “¿Qué haré cuando viva mi
vida?” (12). Como sabemos, “No enterraban muertos, no, / enterraban semillas”
(14).
Este
primer libro se articula en la dualidad del instante versus la eternidad de la
muerte. El instante se concreta en los momentos capturados a base de imágenes
que se trasladan al papel: “la soledad quema el cielo, / caen los días como
pájaros de piedra” (6). La eternidad de la muerte que va desolando la vida: “Somos
la falla entre nosotros, / evitando el desgaste de la ficción” (13); “La vida
se diluye en un ir y venir, / zonas, sin distancias / tú y yo, empalidecemos, /
se han perdido los contornos / estallaremos en flores” (15).
Quizás sea el
segundo libro, Nuestras manos tienen memoria, donde mayor sensibilidad poética
encontremos. “Todo es belleza / que atardece” escribe en el poema inicial y así
da paso a una colección de poemas donde, como recomendaba el poeta Ángel García
López, hay que marchar a la polar de la belleza. La habilidad de ir tejiendo
metáforas poderosas, de recurrir a las imágenes, de apreciar la sensualidad de
los momentos contribuye a crear una atmósfera muy peculiar: “La noche se pinta
de sangre de pez, / no entiende la obsesión del arcoíris / ni el milagro de la
primavera /…/ ¿cómo volver al principio? // Imposible desandar el camino” (16).
La voluntad
poética se manifiesta en el propio deseo de escribir como metáfora de la vida: “Esperaba
robar la voz / que florecía entre el viento, / para cortar las bridas del invierno
/…/ Hice de ti palabras” (17). Haz de cambiar tu vida, recomendaba Keats. Y a
eso se dedica pacientemente este segundo libro: “rompiste el tiempo, / me
devolviste a la brevedad de los cuerpos / y al dolor de ser vivo” (20). El
asombro ante el paisaje, la necesidad de comprobar, como si fuera un misterio,
como si fuera un milagro al que haya que buscar sentido. “Tengo tan pocos ojos
/ para tanta flor” (21), confiesa en un momento, para luego admitir que “somos
hierba / clavados en la tierra, / dos veranos en el camino, / corazones de
barro / ignorando la tormenta” (24). La sombra de Jorge Guillén (“porque,
amigos, // el mundo sí está hecho”, 28), tanto como la de Juan Ramón, es muy
clara: “irán las estaciones cubriendo / la distancia que separa quien soy / de
quien quisiera ser” (26). Sin embargo,
el júbilo no es total, el mundo no está “bien” hecho, simplemente lo está. La
indiferencia que el cosmos siente ante nosotros es una verdad sobre la que nos
cuesta pensar: “caemos, / las estrellas no brillan para nosotros, // nunca lo
hicieron” (33).
No es de
extrañar que aparezca la otra cara de la moneda, que surja el sufrimiento y la
pena: “mi dolor y yo, // lo tomaré en brazos / como al niño que no tuvimos, / y
balbuceamos tu nombre” (34). El sufrimiento que acompaña al amor (“dicha la
palabra / el silencio no es el mismo. // ¿Qué nos quisimos decir con ese
silencio?”, 35) y a la vida “Confío que tantas muertes / me devolverán la vida”
(39). A estas alturas vemos la desconfianza ante las posibilidades de la
palabra para comprender el mundo: “Te
quiero // las palabras muertas huelen mal” (41); “hay palabras / que se
manejan en silencio, // así, muerden mejor, / porque a veces, / una palabra
puede matarte” (42). Palabras o silencio. Las cicatrices son la forma que tiene
el tiempo de dejar su escritura: “crecí entre cicatrices, donde / la piel se
hace recuerdos visibles, // donde el dolor se hizo forma“(44).
Termina este
hermoso libro con nuevas imágenes, “espera, luna, espera, / guarda tu luz para
/ escapar de la sombra / de mis pasos” (47) y admitiendo la incapacidad para
lidiar con las palabras, “Mi intención era otra, / solo dibujaban tus sueños /
con mis dedos en la arena, // y me he quedado ciego // escribiendo palabras /
que no entiendo” (48).
El libro tres
tiene un tono completamente distinto, cerrando un ciclo en el que el autor toca
varias esferas temáticas y completa la insatisfacción ante este mundo que está
hecho, pero en el que subsisten
injusticias y miseria (“nos ahogaremos, / ahí se hará justicia /…/ Nunca
aprendimos a ver lo humano”, 58). Este es un libro más comprometido, en un
intento de abordar “Un vacío ordenado y estéril / ni una pequeña flor que nos
acompañe // el mundo podría haber sido mejor. Es, podría decirse, un libro
social, literalmente se pregunta el autor, “¿Para cuándo el deshielo social?”
(50).
Pasa revista a
varios temas con una actitud combativa: “ayer me cosí la mano, / el cielo no
canta / pero sigo sentado / dándole comida al pájaro, / y así olvidar el
hambre. // Los problemas importantes / son cada vez más importantes” (49); “¡Nació el pan de la esclavitud!” (51). Más
combativo, con otra sensibilidad, casi otro poeta: “Soy yo, pero podría ser un
perro, / solo el humano puede ser humano” (53). El tono es muy claro: “Pensamos
que éramos pobres / hasta que fuimos perdiendo todo” (55).
“Los muertos
no son piedras,
son ríos bajo
tierra
estancos, sin
pendiente
/…/
los muertos
nunca están de moda,
nunca en su
momento,
son muertos
muy vivos,
escalofríos
de un país cobarde
que no sabe
reescribirse” (57)
La injusticia, la violencia son asuntos
tratados desde una perspectiva social más que puramente política: “Qué oscuro
deseo anida en lo sereno /…/ hay tanta violencia en la compra // late violencia
en toda sumisión/…/ El resto, floreros secos, flores marchistas / el sistema se
alimenta de la muerte” (61). Sin embargo, eso no significa que sea menos
poesía, continúan las figuras muy sensoriales: “Un día, // veremos nuestras
manos llenas de verano” (62). El último poema es más narrativo, con versos más
largos ahondando en el tema sombrío.
Acabemos con
un verso hermoso como un epitafio: “Ahora las sombras son invisibles. Duermo”
(63)
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