La problemática de los bulos ha
surgido con fuerza durante la pandemia por el covid-19. Ha puesto de manifiesto
la importancia capital tanto para la gestión sanitaria como para la gestión
puramente política de la misma. Ya estábamos al tanto del uso de rumores en la
historia de la humanidad, en especial los que preceden a linchamientos, prógromos
o incluso la caída del muro de Berlín. El mundo digital ha demostrado
sobradamente la utilidad política de los rumores y los bulos en distintas
elecciones, como la de Donald Trump, Bolsonaro o en las votaciones del Brexit.
Para paliar las informaciones erróneas y malintencionadas suele recurrirse a
los tribunales y que se rinda cuenta del derecho al honor. Todo el mundo tiene
derecho a expresar su opinión, pero si esta libertad de expresión vulnera la
honorabilidad de un sujeto hay que tener pruebas, al menos, de que es veraz.
Veraz no significa necesariamente cierto, sino que no hay voluntad
manipuladora. El problema de los bulos es que se transmiten rápidamente y no
hay un responsable, como en un periódico, al que responsabilizar de su injuria.
La
prensa, no nos vamos a engañar, tiene tendencias. Algunas líneas editoriales
bordean la legalidad y el buen hacer periodístico con maneras burdas de
tergiversar. Normalmente eran prácticas de la llamada prensa amarilla, pero en
estos tiempos que corren es difícil trazar una línea clara. Debería ser
evidente que cualquiera puede tener una publicación con su ideología y
defendiendo sus intereses, lo que debería también ser evidente es que no se
puede mentir, en cualquiera de sus matices, ocultar, tergiversar,
malinterpretar… Lo mínimo que se puede aspirar es a la buena fe.
Por
su parte los gobiernos también son muy sensibles al flujo de información que
puede ayudarlos o desprestigiarlos. No es baladí que tengan asesores de imagen
y que gasten una cantidad no despreciable de dinero en campañas publicitarias
más o menos encubiertas sobre su gestión. Tampoco debe sorprendernos que los
gobiernos utilicen los servicios de seguridad e inteligencia para estar al
tanto de los puntos débiles en su imagen. Que no nos sorprenda no signifique
que debamos tolerarlos alegremente, pero no deberíamos ser hipócritas cuando
afecta a los nuestros estar en la picota.
Un
bulo es una falsedad que tiene una intención. No es simplemente un
desconocimiento o un error. Tiene intención de atacar, de defender, de
confundir… Y los poderes fácticos y reales lo saben perfectamente. Por otra
parte hay infinidad de fuentes para los bulos. Hay casi arquetipos para esos
bulos que se repiten a lo largo de los siglos variando simplemente detalles o
medios de comunicación. El problema es cuando estos bulos ponen en peligro la
salud. Un ejemplo, propagar que con bebidas calientes se protege uno del
coronavirus. O una inyección de desinfectante. Esto es una temeridad que puede
acabar en tragedia. Creo que es normal que estos bulos se desmientan y que las
autoridades sanitarias estén pendientes de cualquier tipo de bulo en esta
dirección. Los rumores catastrofistas son también contraproducentes porque,
además de añadir confusión, pueden provocar el efecto contario, un
descreimiento como el del cuento de Pedro y el lobo.
Me
gustaría recordar la figura de Iker Jiménez, sacando pecho por advertir de la
gravedad del coronavirus. Se parece un poco al protagonista de Conspiración, Mel Gibson, que envía
mensajes advirtiendo de que el mundo está controlado por conspiraciones
secretas y, como un reloj parado da la hora correctamente dos veces al día,
acierta en un caso. El presentador de Cuarto Milenio anuncia miedos en
prácticamente todo, desde las antenas de telefonía a las radiaciones del terreno,
a los alienígenas o a seres fantasmales. En su entretenido programa nunca
quiere llegar a la verdad, su juego consiste en dar argumentos a uno y otro
bando para dejar siempre la sensación de que algo desconocido y peligroso
amenaza ahí fuera. Ahora parece que acertó. En cambio, con el cambio climático
no es tan tajante.
Más
delicados son otro tipo de bulos que pretenden intoxicar la contienda política
dentro del contexto de la pandemia. Los bulos con imágenes de asaltos a
supermercados o de escasez de productos básicos son rápidamente propagados y
pueden inducir a desórdenes públicos y a generar un estado de alarma que en
nada beneficia a nadie. Bulos que indican un origen de la pandemia que acaban
en reacciones violentas contra ciudadanos de origen asiático o actos vandálicos
contra antenas 5G. En la arena política encontramos ataques a políticos de
varias tendencias, por ejemplo, el bulo que acusaba a Manuela Carmena de tener
una UVI móvil en su casa, o de tener dos ambulancias en la casa de Pablo
Iglesias, o uno que acusaba a Santiago Abascal de saltarse la cuarentena. Se ha
detectado un mensaje que anuncia un estado de excepción, o que acusa de
desórdenes a magrebíes, un documento sobre desescalada que se hace pasar por
oficial, que haya una planta de un hospital reservada para altos cargos o
cientos de ataúdes de ahogados en Lampedusa como si fueran ocultados por Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias… ¿En qué medida pertenecen a la libertad de expresión
si, además de miserables, están difamando y enviando mensajes desmentidos?
Para
empezar, creo que es lógico que el gobierno esté al tanto de todas estas fake news en parte por supervivencia
política y también porque deben mantener la información real y porque el riesgo
de desestabilización es grande y las consecuencias pueden ser graves. Ya se
vieron al inicio de la crisis con el desabastecimiento de papel higiénico. Por
poner un ejemplo, si se decreta un confinamiento como estrategia y se mina la
credibilidad del gobierno, pueden aparecer ciudadanos que, legítimamente,
decidan hacer caso omiso de las recomendaciones porque el gobierno pierde
autoridad. Si la credibilidad del
gobierno se mina por medios poco éticos, no hay sino riesgo. Por su parte, que el gobierno sea incapaz de
mantener una coordinación ya lo mina por sí mismo.
Se
puede cuestionar que el mensaje sea tranquilizador, o que se pretenda hacer un
programa de humor para hacer más llevadera la pandemia mientras que hay tanto
sufrimiento en muchos hogares. Se puede dudar de insistir en la solidaridad y
los aplausos y no poner el acento en las denuncias de las incompetencias o
irregularidades de las autoridades. Personalmente me pregunto cómo sería el
estado general si se tuvieran los mismos cánones de comportamiento que en los
debates de tertulianos anteriores al covid-19. ¿Si estuviera el ambiente tan
crispado y tan continuamente crispado con acusaciones mutuas y zascas consecutivos, podríamos
enfrentarnos como sociedad a la pandemia? La cuestión es seguir informando de
manera rigurosa, denunciando los problemas y los errores del gobierno a la vez
que se eviten esperpentos de los que, desgraciadamente, estamos tan
acostumbrados.
Que
el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil dejara caer, a mi juicio
intencionadamente, que el Gobierno le había encargado a la benemérita la
monitorización de bulos y la desafección hacia el gobierno es grave. Es grave
por lo que deja caer, y es grave por dejarlo caer. Los desmentidos son tan
confusos que no tienen credibilidad en absoluto. También fue muy grave que se
utilizaran los servicios secretos para inculpar a Podemos, o que se espiaran a
los líderes políticos desde las cloacas del Estado, con Villarejo a la cabeza.
Es muy hipócrita denunciar que el gobierno quiere lavar su imagen e ignorar lo
que supuso la ley mordaza, o hacer caso omiso del autobombo que el gobierno de
Andalucía, por ejemplo, procura en sus medios afines mediante publicidad
pagada. Ya sabemos que los servicios de seguridad tienen esa deriva que
confunde los intereses del Estado con los del partido en el gobierno. Y es algo
que deberíamos controlar siempre, no solo cuando somos los ofendidos.
Además,
hay una interesada confusión entre la labor de monitorizar o desmentir bulos
con el ataque a la libertad de expresión o de información. La ley mordaza es un
ataque a la libertad de expresión por cuanto impide mostrar desafección al jefe
del Estado, o en denunciar los excesos de las fuerzas del orden. Desmentir un
bulo no es lo mismo. Es comparar una multa de tráfico con limitar la libertad
de movimientos. Abunda y tiene eco por la insistencia de la derecha en acusar a
la izquierda, a toda la izquierda, de ir contra las libertades, en especial, la
libertad de expresión. Como si todo el progresismo fuera estalinismo (y no
conectar todo el liberalismo con Pinochet). Supone pagar el mismo precio que,
para evitar la brutalidad policial, toleráramos la existencias de mafias.
Lo
ideal serían medios independientes, con sus diferentes ideologías, y unos
medios públicos independientes, exquisitamente neutrales. Lo ideal serían
ciudadanos concienciados que contrastaran la información y no hooligans que
divulgan todo lo que les viene bien a su causa y ataca al enemigo. Que,
recuerdo, como si fuera Brian con los romanos, es el coronavirus, no el
adversario político.
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