domingo, 26 de abril de 2020

Bulos, información y crisis


La problemática de los bulos ha surgido con fuerza durante la pandemia por el covid-19. Ha puesto de manifiesto la importancia capital tanto para la gestión sanitaria como para la gestión puramente política de la misma. Ya estábamos al tanto del uso de rumores en la historia de la humanidad, en especial los que preceden a linchamientos, prógromos o incluso la caída del muro de Berlín. El mundo digital ha demostrado sobradamente la utilidad política de los rumores y los bulos en distintas elecciones, como la de Donald Trump, Bolsonaro o en las votaciones del Brexit. Para paliar las informaciones erróneas y malintencionadas suele recurrirse a los tribunales y que se rinda cuenta del derecho al honor. Todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión, pero si esta libertad de expresión vulnera la honorabilidad de un sujeto hay que tener pruebas, al menos, de que es veraz. Veraz no significa necesariamente cierto, sino que no hay voluntad manipuladora. El problema de los bulos es que se transmiten rápidamente y no hay un responsable, como en un periódico, al que responsabilizar de su injuria.
                La prensa, no nos vamos a engañar, tiene tendencias. Algunas líneas editoriales bordean la legalidad y el buen hacer periodístico con maneras burdas de tergiversar. Normalmente eran prácticas de la llamada prensa amarilla, pero en estos tiempos que corren es difícil trazar una línea clara. Debería ser evidente que cualquiera puede tener una publicación con su ideología y defendiendo sus intereses, lo que debería también ser evidente es que no se puede mentir, en cualquiera de sus matices, ocultar, tergiversar, malinterpretar… Lo mínimo que se puede aspirar es a la buena fe.
                Por su parte los gobiernos también son muy sensibles al flujo de información que puede ayudarlos o desprestigiarlos. No es baladí que tengan asesores de imagen y que gasten una cantidad no despreciable de dinero en campañas publicitarias más o menos encubiertas sobre su gestión. Tampoco debe sorprendernos que los gobiernos utilicen los servicios de seguridad e inteligencia para estar al tanto de los puntos débiles en su imagen. Que no nos sorprenda no signifique que debamos tolerarlos alegremente, pero no deberíamos ser hipócritas cuando afecta a los nuestros estar en la picota.
                Un bulo es una falsedad que tiene una intención. No es simplemente un desconocimiento o un error. Tiene intención de atacar, de defender, de confundir… Y los poderes fácticos y reales lo saben perfectamente. Por otra parte hay infinidad de fuentes para los bulos. Hay casi arquetipos para esos bulos que se repiten a lo largo de los siglos variando simplemente detalles o medios de comunicación. El problema es cuando estos bulos ponen en peligro la salud. Un ejemplo, propagar que con bebidas calientes se protege uno del coronavirus. O una inyección de desinfectante. Esto es una temeridad que puede acabar en tragedia. Creo que es normal que estos bulos se desmientan y que las autoridades sanitarias estén pendientes de cualquier tipo de bulo en esta dirección. Los rumores catastrofistas son también contraproducentes porque, además de añadir confusión, pueden provocar el efecto contario, un descreimiento como el del cuento de Pedro y el lobo.
                Me gustaría recordar la figura de Iker Jiménez, sacando pecho por advertir de la gravedad del coronavirus. Se parece un poco al protagonista de Conspiración, Mel Gibson, que envía mensajes advirtiendo de que el mundo está controlado por conspiraciones secretas y, como un reloj parado da la hora correctamente dos veces al día, acierta en un caso. El presentador de Cuarto Milenio anuncia miedos en prácticamente todo, desde las antenas de telefonía a las radiaciones del terreno, a los alienígenas o a seres fantasmales. En su entretenido programa nunca quiere llegar a la verdad, su juego consiste en dar argumentos a uno y otro bando para dejar siempre la sensación de que algo desconocido y peligroso amenaza ahí fuera. Ahora parece que acertó. En cambio, con el cambio climático no es tan tajante.
                Más delicados son otro tipo de bulos que pretenden intoxicar la contienda política dentro del contexto de la pandemia. Los bulos con imágenes de asaltos a supermercados o de escasez de productos básicos son rápidamente propagados y pueden inducir a desórdenes públicos y a generar un estado de alarma que en nada beneficia a nadie. Bulos que indican un origen de la pandemia que acaban en reacciones violentas contra ciudadanos de origen asiático o actos vandálicos contra antenas 5G. En la arena política encontramos ataques a políticos de varias tendencias, por ejemplo, el bulo que acusaba a Manuela Carmena de tener una UVI móvil en su casa, o de tener dos ambulancias en la casa de Pablo Iglesias, o uno que acusaba a Santiago Abascal de saltarse la cuarentena. Se ha detectado un mensaje que anuncia un estado de excepción, o que acusa de desórdenes a magrebíes, un documento sobre desescalada que se hace pasar por oficial, que haya una planta de un hospital reservada para altos cargos o cientos de ataúdes de ahogados en Lampedusa como si fueran ocultados por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias… ¿En qué medida pertenecen a la libertad de expresión si, además de miserables, están difamando y enviando mensajes desmentidos?
                Para empezar, creo que es lógico que el gobierno esté al tanto de todas estas fake news en parte por supervivencia política y también porque deben mantener la información real y porque el riesgo de desestabilización es grande y las consecuencias pueden ser graves. Ya se vieron al inicio de la crisis con el desabastecimiento de papel higiénico. Por poner un ejemplo, si se decreta un confinamiento como estrategia y se mina la credibilidad del gobierno, pueden aparecer ciudadanos que, legítimamente, decidan hacer caso omiso de las recomendaciones porque el gobierno pierde autoridad.  Si la credibilidad del gobierno se mina por medios poco éticos, no hay sino riesgo.  Por su parte, que el gobierno sea incapaz de mantener una coordinación ya lo mina por sí mismo.
                Se puede cuestionar que el mensaje sea tranquilizador, o que se pretenda hacer un programa de humor para hacer más llevadera la pandemia mientras que hay tanto sufrimiento en muchos hogares. Se puede dudar de insistir en la solidaridad y los aplausos y no poner el acento en las denuncias de las incompetencias o irregularidades de las autoridades. Personalmente me pregunto cómo sería el estado general si se tuvieran los mismos cánones de comportamiento que en los debates de tertulianos anteriores al covid-19. ¿Si estuviera el ambiente tan crispado y tan continuamente crispado con acusaciones mutuas y zascas consecutivos, podríamos enfrentarnos como sociedad a la pandemia? La cuestión es seguir informando de manera rigurosa, denunciando los problemas y los errores del gobierno a la vez que se eviten esperpentos de los que, desgraciadamente, estamos tan acostumbrados.
                Que el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil dejara caer, a mi juicio intencionadamente, que el Gobierno le había encargado a la benemérita la monitorización de bulos y la desafección hacia el gobierno es grave. Es grave por lo que deja caer, y es grave por dejarlo caer. Los desmentidos son tan confusos que no tienen credibilidad en absoluto. También fue muy grave que se utilizaran los servicios secretos para inculpar a Podemos, o que se espiaran a los líderes políticos desde las cloacas del Estado, con Villarejo a la cabeza. Es muy hipócrita denunciar que el gobierno quiere lavar su imagen e ignorar lo que supuso la ley mordaza, o hacer caso omiso del autobombo que el gobierno de Andalucía, por ejemplo, procura en sus medios afines mediante publicidad pagada. Ya sabemos que los servicios de seguridad tienen esa deriva que confunde los intereses del Estado con los del partido en el gobierno. Y es algo que deberíamos controlar siempre, no solo cuando somos los ofendidos.
                Además, hay una interesada confusión entre la labor de monitorizar o desmentir bulos con el ataque a la libertad de expresión o de información. La ley mordaza es un ataque a la libertad de expresión por cuanto impide mostrar desafección al jefe del Estado, o en denunciar los excesos de las fuerzas del orden. Desmentir un bulo no es lo mismo. Es comparar una multa de tráfico con limitar la libertad de movimientos. Abunda y tiene eco por la insistencia de la derecha en acusar a la izquierda, a toda la izquierda, de ir contra las libertades, en especial, la libertad de expresión. Como si todo el progresismo fuera estalinismo (y no conectar todo el liberalismo con Pinochet). Supone pagar el mismo precio que, para evitar la brutalidad policial, toleráramos la existencias de mafias.
                Lo ideal serían medios independientes, con sus diferentes ideologías, y unos medios públicos independientes, exquisitamente neutrales. Lo ideal serían ciudadanos concienciados que contrastaran la información y no hooligans que divulgan todo lo que les viene bien a su causa y ataca al enemigo. Que, recuerdo, como si fuera Brian con los romanos, es el coronavirus, no el adversario político.

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