Nacida en Iguala de la
Independencia, México 1988 tiene publicados varios libros de poesía: Un jacarandá en medio del patio
(Instituto Sinaloense de Cultura, 2018), La
artista que no se toca (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana,
2018), Cosas comunes (Simiente,
2019), Perra (FCE/Tierra Adentro,
2019). Zel Cabrera aborda en su poesía
la comprensión del proceso de aprendizaje de la vida. Incluye, como en otras
ocasiones, el manejo del dolor y el sufrimiento y las relaciones familiares que
influyen en la percepción del presente y de la identidad personal. Así comienza
la historia, con una especie de recopilación del background: “Mi madre dice que mujeres como yo / sin traza para
labores hogareñas / nunca encontrarán marido” (Instrucciones maternas); “La ropa íntima / es esa verdad a media
voz / que susurra, / como un secreto, o eso piensa mi madre / cuando advierto
el faltarle en aquel tendedero de mujer” (La
mujer del albañil tiende su ropa); “Todos los días mi padre me enseña algo,
/ a los 27 años, me dice que los sueños, aunque postergados, son sueños que
siguen, / que deben seguirse, como una línea de sombra / que no se pierden” (Enseñanzas). Es lo que la autora
denomina hábitos comunes: “Le miraba
intentando encontrar un vínculo / entre nosotros, un lazo irrefutable / que me
hiciese sentirme más cerca, / y así entender la complicidad de aquellos / a los
que sus padres les enseñan a jugar fútbol / o en conducir un automóvil” (Hábitos heredados)
La convivencia
y los afectos componen una parcela importante en el cuestionamiento de la
propia conciencia y de las alternativas que Zel Cabrera prevé para sí: “y era
tiempo de entender / que hay personas inexpertas / que no están hechas para
cuidar plantas, / o alumbrar promesas” (Bonsái).
Recurrir a al objeto concreto, a esos “objetos comunes”, para simbolizar un
todo es una buena estrategia poética: “yo me corto el pelo (también) / para que
el dolor de la pérdida / disminuya. Y
como un Sansón / debilitado el recuerdo, / poco a poco deja de embestirme” (Cortarse el pelo es despedirse); aunque
este objeto sea el folio en blanco y la actividad sea la escritura: “Quiero
escribir un poema / garabateo en el blog en blanco / que lejos de tu cuerpo, /
la cama parece más grande, / menos cómoda /…/ Todo está dicho y todo es nuevo,
/ el abrazo, la vida / el silencio” (Garabato).
Funciona el
poemario como una especie de balance, de estado de la cuestión algo triste y
desolado: “Ahora me veo, con un perro durmiendo a mis pies, / acostumbrándome a
los nuevos personajes de mi vida, / habito tardes como risas” (Actos de magia). Un recuento reciente
sin piedad hacia el propio yo: “Dijiste: ‘la
lluvia / no va a derretirte, / acaso corres el riesgo de desdibujarte’
// Y así fue; a regañadientes, / olvidé mi paraguas, mis rainboots, / olvidé
también el miedo a resfriarme / y fui un garabato de mí misma” (Nunca como hoy, la lluvia ha tenido razón de
ser). Con amarga lucidez confiesa: “Pero el miedo al dolor es más fuerte /
siempre prefiero ahogar en la rutina las lágrimas / darles la vuelta a lo que
duele, / para que no duela” (La cobardía
es un asunto serio).
Los vecinos,
la ciudad, miles de historias, pero sobre todo la familia son los protagonistas
de este poemario: “Porque la memoria es un milagro en el que anidan / las cosas
simples; unas escaleras, / una caja musical, un beso, / algunas flores que nos
ordenan / que al pudrirse nos desordenan” (apuntes
entre Bolívar y Dr. Durán).
El tono
pausado, de observación cotidiana otorga una poética particular de gran
emoción: “A fuerza de estar callada, / el silencio desdobla lo que fue / y
discreto el crucigrama de un llanto, / revela un dolor, / escombro de otra
vida. // Acompaño su renuncia / y alargo un consuelo / con la esperanza de no
estar sola” (Destellos). Impasible,
desesperanzada, ante el futuro: “Por eso tiro esta moneda, me ato, / águila o
sol, no importa mucho el resultado” (Monedas).
El lento paso
del tiempo en estas cosas comunes permite a Zel Cabrera desarrollar la
narración: “Me dices que los aviones / que atraviesan la noche / curan tu
ansiedad. Los escuchas” (Aviones con un
epígrafe de Pessoa); “A las 4:22) de la madrugada / pienso en mi madre
descendiendo desde una nube, / llegará pronto, alumbrará la casa / con sonidos
de vendaval” (4:22); “El lunes no es
como un túnel larguísimo, / luminoso al final del trayecto; / es decir, solo
cuando se termina” (Lunes). El
recurso al camino es el locus que ocupa otra de las parcelas, “En las salas de
espera comienza el camino” (El camino).
En el viaje estamos acompañados de Sal Paradise, Neal Cassidy, Phileas Fogg.
Concluyendo: “A veces la luz se apaga / y todos los pasajeros somos
accidentes”.
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