George Lakoff, además de ser un
lingüística de cierto prestigio (recomiendo encarecidamente el librito que
escribió con Mark Johnson, Metáforas de
la vida cotidiana, lo único malo que se puede decir es la horrible
traducción del título, porque el resto de la traducción es extraordinaria), es
conocido por un opúsculo titulado No
pienses en un elefante. La expresión proviene de una anécdota de Tolstoi,
pero, en lugar de un oso blanco, Lakoff sugiere un elefante en relación al
emblema del partido republicano de los Estados Unidos. Resumiendo mucho, la
intención del libro es dotar a los demócratas de herramientas dialógicas para
enfrentarse a los think tanks
conservadores. Por un lado explica que quien consiga imponer su campo de juego,
sus reglas del discurso, tiene ya ganada la discusión, por lo que es
recomendable replantear los temas en campos o marcos conceptuales más
propicios. Por ejemplo, para salvar la aversión que muchos estadounidenses
tienen al matrimonio gay, además de llamarlo matrimonio igualitario, propone
que el político no entre a defenderlo directamente, sino que sostenga
fervientemente que está en contra de que el Estado diga con quién o con quién
no se puede casar uno. Al resituar el debate en el plano de la libertad
individual conseguirá argumentos contra los que es difícil posicionarse en
contra.
La cuestión
esencial, para Lakoff, es determinar qué se esconde detrás de las actitudes
conservadoras que otorgue cierta lógica a estar en contra del control de armas,
de la ONU, del aborto, a favor de la bajada de impuestos y en contra del
matrimonio igualitario. El lingüista comprueba que todas esas actitudes dibujan
la figura de un padre autoritario, que es el encargado de defenderse él mismo y
a su familia, cuyas hijas no hacen esas cosas, que decide hacer con su dinero
lo que considera oportuno y al que le gustan las cosas como tradicionalmente se
han hecho. En cambio, el perfil del votante demócrata se define más bien como
un padre dialogante, que pretende el bienestar de sus hijos más que imponer lo
que sabe que está bien. Es una dicotomía simplista pero muy gráfica. Siempre echo
mano de la conocidísima anécdota de Juan Carlos I mandando callar –de manera muy
poco diplomática– a otro jefe de Estado. La derecha española pidió mano dura,
como lo haría un padre autoritario y el gobierno de Zapatero templó gaitas
teniendo en cuenta los problemas que surgirían de un conflicto diplomático.
Probablemente ambos partidos habrían realizado las mismas gestiones, pero el
discurso de unos y otros fue muy distinto. Juraría que los equipos de asesores
de ambos partidos no sólo han leído a Lakoff, también lo ponen en práctica. Me
consta que incluso en política local se ha leído este ensayo.
El caso es que
llevo dándole vueltas desde hace mucho tiempo a la controversia que Fernando
Simón provoca entre los ciudadanos de una y de otra ideología. Lo he visto
claro, el portavoz se encuadra dentro de lo que sería la figura de un padre
dialogante y eso no cuadra a los esquemas de ciertas capas de la población. No
es que les parezca bien o mal, sino que no hay sintonía. El tono de voz
pausado, casi inalterable, reconociendo su ignorancia en determinados asuntos,
cuadran poco en los esquemas de un padre autoritario que reñiría a la población
por no confinarse, por no respetar los protocolos… No me cabe duda de que
habría muchos otros personajes que, en el puesto de Fernando Simón, actuarían
en este sentido. Como los intentos de culpar a los ciudadanos de a pie de vivir
por encima de nuestras posibilidades de la crisis del 2008 (en lugar de a los
bancos o al gobierno por permitir la burbuja), o los primeros intentos de
responsabilizar a la sanitaria de su contagio de ébola (en lugar de denunciar
la temeridad de repatriar a un contagiado con escasas posibilidades de recuperación
y muchas de contagio). Por supuesto que esto no es más que una impresión y que
son muchos matices y muchos argumentos los que se pueden aducir de un lado y de
otro. Quizás no todos tengan el mismo peso y, por supuesto, no quiero decir que
la izquierda se comporte siempre como un padre dialogante. La añorada figura de
Julio Anguita, por ejemplo, respondía más al profesor amable pero firme y
contundente en las regañinas. Quizás por eso choque muchísimo la portada de El
País Semanal, retratando a Simón como una especie de Marlon Brando en Rebelde. Por mucho que sea su realidad,
que sea su moto y su chupa vieja, parece fuera del agua. No le pega.
Realmente la
oposición al gobierno durante la pandemia sí que se ha ajustado a los roles
asignados por Lakoff, en toda su complejidad y también en todas sus
contradicciones. Se ha pedido al gobierno liderazgo y no “esconderse” tras los
científicos (autoritarismo), se ha pedido mano dura y un confinamiento más
precoz (a posteriori, eso sí, pero el
argumento es lo importante). Y, por otro lado, se ha exigido al gobierno mayor
libertad (las revuelta de los cayetanos
y las manifestaciones motorizadas) jugando el papel de oprimidos frente a un
gobierno autoritario y orwelliano (la contradicción está en la debilidad que
muestran al exagerar el poder efectivo de un gobierno tan endeble).
Por parte del
gobierno se ha aplaudido mucho las actitudes conciliadoras de quienes, como el
ministro Illa, han valorado las aportaciones de la oposición, han logrado
acuerdos a tres bandas, como la ministra Díaz y se han criticado los desplantes
de otros más combativos como Iglesias –aplaudidos, claro está por los suyos y
solo los suyos–. No seré yo quien critique por no mantener las formas cuando
soy el primero en encenderme en los debates. Comprendo que la presión de
gobernar en coalición, haciendo encaje de bolillos en una situación inédita en
la historia de la humanidad (porque hubo otras pandemias, pero no en un mundo
tan globalizado) y comprendo el dolor de quienes han perdido a seres querido y
están en situación económica y social terrible. Lo importante es lo importante
y mis palabras son solo un intento de aclararme en un asunto hasta cierto punto
menor, como son las estrategias comunicativas de un gobierno.
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