“Y que la nube un día
sea vuelo que no duerma el
cansancio” (Nube)
Esta Antología poética 1990-2020 está presentada con un prólogo atinado
y conciso de Antonio Jiménez Millán desvelando las claves de la poesía de José
Luis Morante: las cuestiones de identidad y el Otro, el homo viator y, no puede ser de otra forma, una metapoética que se
dispute a sí mismo. Hay que volver a repetir, como en tantas otras ocasiones,
que su impresionante labor de crítico no empañe una voz poética consolidada. No
están incluidos aquí ni representación de sus plaquettes ni su último libro de haikus, “A punto de ver”. Como en su anterior antología, Pulsaciones
(Takara, 2017), se van sucediendo los poemas según el orden en el que
aparecieron los poemarios, comenzando por Rotonda
de estatuas (1990), libro ya maduro a pesar de ser el primero que no
primerizo. Se advierte la elegancia y el recurso a la primera persona como
escenario, a veces literalmente: “Una tarde sin fecha / me coroné de ortigas y
dispuse / este rincón recóndito. / Mi estancia entre vosotras / es un repliegue
táctico en la nada” (Repliegue táctico en
la nada); “Desde mi soledad / voy a tu encuentro, / con la justa
impaciencia / de quien regresa a casa” (Desde
mi soledad a ti camino) o “Mi casa es un planeta a tu medida” (Tren). Por supuesto, está incluido Heterónomos, uno de los mejores poemas
de aquel libro y de toda la carrera.
Le sigue Enemigo leal (1992) donde la figura del
Otro se configura un poco a la manera de Paul Ricoeur, el sí mismo como otro, “Aun
generalizado, todos cabemos dentro / de la especie enemigo” (Tipología).
Cobran así otra dimensión, irónica, como tantos poemas de José Luis Morante,
posibles lecturas de los versos: “Su lánguida mirada nos confirma / que hay que
seguir luchando, / para no ser jamás uno de ellos” (El reino de los mansos). La propia identidad delimitada por la
pasión de los versos puede ser lo que mejor defina la poética del autor: “Tanto
naufragio en verso, / tanta huella en el agua, / tanto demonio suelto entre
papeles, / incomodan mi estancia en la tranquila / pensión de solitarios
terminales” (Sabios consejos). Población activa (1994) es su siguiente
libro y sirve para referir lo que de su profesión de profesor de Geografía e
Historia hay en su poesía. No solo los conceptos con los que se juega, es
también el humor con el que se toma la labor diaria: “El arte de vivir los
lunes / sobrevive y se esconde / en vanas reflexiones como esta: / nada es
eterno, salvo un lunes” (El arte de vivir
los lunes). También en su reflexión identitaria: “Le conozco muy bien, sé
lo que piensa /…/ Hablaría del amigo perfecto para el viaje. // Lo impide su
manía de guardar la distancia. / Siempre está al otro lado del espejo” (El otro).
Los paisajes
conocidos, como buen heredero del romanticismo, son paisajes del alma y los hay
íntimos (“Han pasado los años / y no sé de renuncias ni de claudicaciones: /
jamás me fue posible vivir en otra casa / que no fuera tu sueño” (6 de enero) y
paisajes añorados (Playa de Valdelagrana).
Tiempos añorados (Los buenos tiempos)
se filtran a través de los recuerdos: “No hay rastros inmutables, no hay
indicio / de una felicidad remota en la memoria” (Ciudad privada).
En 1997 se
publicó Causas y efectos. En él se
incluyen algunos poemas de gran emotividad, “Él no tiene conciencia del
fracaso. / Descubrió en la derrota / una patria feliz, compensatoria” (Recuerdo de mi padre) y un continuo
cuestionamiento de su labor del poeta e incluso de su propia identidad: “También
soy yo / por la fidelidad a mis contradicciones /…/ Tanta dulce mentira /
advierte que soy otro” (Autobiografía).
Las influencias se dejan sentir de manera muy sutil, como en Homenaje donde se aprecia más clara la
coincidencia de poetas casi de su generación como Felipe Benítez Reyes o Joan
Margarit, aunque siempre es muy clara la influencia de la máxima machadiana de
palabra en el tiempo: “Causas y efectos pasan, se suceden. /Articulan el
tiempo. Y eso es todo” (Causas y efectos).
Quizás en Un país lejano (1998) y en Largo recorrido (2001) se aprecie mejor
el leitmotiv del viaje y del paso del
tiempo, incluso de imágenes e ilusiones, como una travesía en el espacio: “En
sueños imagino / un país extranjero” (Un
país extranjero); “Todo sueño cumplido es prematuro” (Teoría del sueño); “Una certeza nubla la memoria: / excluyeron los
mapas un país de regreso” (Nómada)
“La voluntad de viaje ampara un rumbo / cuya dócil sonrisa certifica / la
serena bonanza del trayecto” (Primer
tramo); “Celebra el momento del regreso” (Propósitos); “El futuro no
existe. Lo inventamos” (Paseo); “Sus
divanes no acogen, estimulan / Las heridas de arena del viajero, / son una
invitación para el exilio” (Estación de
paso); “Estas palabras son el equipaje, / el reclamo de una falsa grandeza,
/ de un tosco deambular que viaja solo / en el vientre de un tren equivocado” (Equipaje).
Con Borges y
de su influencia en los llamados poetas de la experiencia, José Luis Morante
aborda el yo como personaje de ficción, ej. (Un inexplicable asesinato). Y, con la misma retranca que el poeta
argentino (muy clara la referencia en Poeta
consagrado) diversifica los retratos, sean autorretratos o apuntes del
natural: Funcionario poeta, El conformista, Personaje literario… Señas de identidad aborda de una manera
más pausada y sin ironías, el problema de la identidad con el paso del tiempo.
También se rescata un hermoso homenaje a Juan de Yepes.
Puede ser
quizás La noche en blanco (2005) un
poemario más íntimo, donde se pueda hablar del insomnio, de los anhelos y los
miedos: “Habrá en esa visión / un hueco estupefacto, / un oculto solar / para
que se despliegue / su silente pureza, tu aire limpio”; “Estás cuando me
faltas. Eres fruto / maduro entre las ramas del vacío” (Presencia). Mirando al espejo (“Soy un tedio vulgar lleno de
libros”, Resaca), los lugares propios
de la poesía de Morante se van reescribiendo, recuperando, “Espero tu llegada.
/ En mí tendrás cobijo” (Fortalezas).
Un paso más en su depuración poética, Ninguna parte (2013), incluye un
homenaje, Vista Cansada a Luis García
Montero. Fruto, por supuesto, de la propia conciencia del paso del tiempo,
pronto llegará la jubilación, pero también los achaques: “Todo bajo control, /
algunos fármacos / y ejercicios sencillos; / paciente aprendizaje / y discernir
/ las voces y los ecos” (Otitis).
Quizá sea una apreciación personal, pero esa conciencia se empareja con una
mayor conciencia del miedo: “Que tu miedo y tu frío / –falsos techos de niebla–
/ sean leve rumor desdibujado / que se gestó una noche; / nunca fue fácil
conciliar el sueño” (Pacto). José
Luis Morante no deja en ningún momento, de escribir poemas de amor: “Y anclada
en tierra firme / cualquier calle / del laberinto urbano, / con una dirección
irreductible / que me lleve ante ti” (Las
cosas necesarias).
Por último, se
añaden una serie de poemas de Nadar en
seco, aún inédito. Entre estos se advierte la admiración por Juan Ramón (Epifanía). A pesar de lo explícito,
quizás algo más “secreto”, menos directo, más centrado en su propio universo: “Es
aquí donde estoy, / tras las grietas de un yo parapetado / en las profundidades
/ de sí mismo /…/ Mi reclusión carece de secretos” (Aquí). Quizás sea simplemente la certeza de la incertidumbre: “Camino
a tientas, / Sé que soy mientras busco” (Alcantarillas);
“Cuando no queda nada, / respira en el modo de esparcir las cenizas // El
reguero biológico malvive / en su estiaje; se cansa y aborrece. / Aquí la vida
desconoce el arte” (Don Juan). Y, de
nuevo, la identidad del yo como núcleo argumental: “Tengo las uñas hechas /
para hurgar en lo sucio. // Si me muestro desnudo, / tú me vistes / con un
tejido estéril / que clausura la luz y la belleza /…/ El monstruo que se
enrosca / en la umbría caverna de tus sueños / no soy yo” (El monstruo); “toco fondo / y me quedo a vivir en el poema” (Huellas); “Palpita la vejez / cuando no
hay sueños” (El muro). Especialmente
en su último poema En clave
autobiográfica, que es un repaso a la historia personal y social, más que
contextualizada, es el resultado de la hibridación entre lo personal y los
tiempos en los que se vive: “El tiempo es la frontera / en mi mapa menguante. /
A la luz del ocaso / ya no quedan tareas perentorias. / El futuro es de otros”
(En clave autobiográfica).
Acercarse a Ya es tarde es, más que conversar con un
viejo amigo, encontrarse a uno mismo en fotografías del pasado. Y es también
recrearse en la trayectoria sólida de un poeta básico para entender el quehacer
literario de los últimos 30 años, con un avance de lo que queda aún por venir.
Nunca es tarde si el poema es bueno.
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