viernes, 5 de junio de 2020

Reseña de Salo Mochon: ‘Escardillo’. Ediciones Liliputienses. 2020


Dónde comprar Escardillo, de Salo Mochon
Lo primero que tengo que decir es que he disfrutado muchísimo con el libro, porque, además de que está atravesado con un gran sentido del humor, entre lo absurdo y lo extremadamente lógico, hay mucho de sabiduría y de profundidad entre sus páginas. Una apuesta por la poesía –incluso la lírica– y la metalingüística, lo metafísico y la comunicación, lo que significan las palabras y lo que pueden significar. Si atendemos a los escasísimos datos biográficos de Salo Mochon, sabremos que nació en Ciudad de México en 1988 y donde sigue residiendo. Se formó en el estudio del Talmud, pero abandonó la carrera de rabino para dedicarse al psicoanálisis (“aborto de rabino”, en sus propias palabras).  Compagina sus tareas de analista con la escritura, y obtuvo por este poemario una mención honorífica en el VII Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz.
Tanto el estudio talmúdico como el psicoanálisis se basan en la exégesis de los discursos, separar la intención verdadera de los espejismos creados por las palabras. Ese quizás sea el tema que subsiste en todo el poemario. Un escardillo, además de una azada pequeña, es el reflejo del sol producido por cuerpos brillantes sobre cosas o personas en la sombra con el que muchos niños se divierten. Con la apariencia de juego, explora la (in)capacidad del lenguaje como conocimiento y como comunicación.
El libro se articula en partes que se distinguen tipográficamente. Podríamos decir que es como una tesis y luego su conclusión, casi una moraleja extraña, que puede volcarse en inglés, que amablemente traduce a pie de página. Además las distintas secciones a modo de capítulos. Incluso es interesante leer el índice como un poema, como un mensaje oculto.
Escardillo  incluye textos enloquecidos (Bereshit), poemas visuales, juegos de palabras, en ocasiones, recuerda a las estrategias de José María Cumbreño en su Cuaderno de vacaciones; divertimentos con los idiomas (Untitled); juegos como Cortázar (Proyecto para un poema o Ejercicios para el invierno). Es evidente que se disfruta más desde dentro, onociendo los códigos y las referencias (Curso de Lingüística General).
Salo Mochon reivindica las vanguardias para repensar el lenguaje, no simplemente para epatar le bourgeoisie. Poemas claramente surrealistas (Epifanía) y otros asumiendo los presupuestos dadá. Se reconcentra en lo naïve para que surta efecto la medicina, así, asistimos a cuentos como el que Darwin habla de un niño en su primer encuentro con un pato, Cuac, para luego desarrollar la teoría de la onomatopeya.
El humor, especialmente en las primeras páginas es básico: “Los esquimales se burlan de versos / que hablan de algo blanco como la nieve. / Nanuk me explicó que no les importa lo cursi / pero resienten las descripciones pobres”. Se contienen ciertos indudables a la hora de sacar una sonrisa (Transcripción).
El poemario puede leerse como un manual de deconstrucción sistemática, un desencantamiento de las palabras como fiel reflejo del mundo. Desde el nivel fónico (el citado Transcripción) hasta la magia: “Como si no fingieran demencia cuando pregunto: / ¿por qué cuando escribo agua / el papel no se moja? / o ¿cómo sería mi vida / si mi nombre hubiera sido Jonathan?” (Con ciencia). O la metafísica: “las palabras de mi madre / cuando le dije que entendía / que papá hubiera muerto / pero no por qué ya no venía a cenar”.
Me gustaría celebrar el acierto de una de las sentencias de Autoayuda: “D. Las palabras son abstractas como un cerillo, / una sábana que oculta al fantasma y lo vuelve visible”. El oxímoron es tanto más expresivo cuanto más nos acerca a la verdadera comprensión del fenómeno, en este caso, por ejemplo, el secreto del lenguaje, esa vieja hembra engañadora. Otras veces, son las paradojas las que dan lucidez a las imágenes: “En la lucha que Dios llevó a cabo contra mí, tuve a Dios de mi lado”.
Siguiendo esta guía seremos conscientes de que nos entendemos de milagro, incluso con nosotros mismos. Las palabras confieren realidad a las cosas, y las coloca en un plano de igualdad que asumimos como cierto pero que no deja de sorprender en su aparente irracionalidad: “Ahora veo que si doy una manzana / puede, incluso, que reciba algo más valioso. / Una bala, por ejemplo, que es de acero” (Karma).
El autor anda buscando lo misterioso que se esconde en lo cotidiano: “Cuando ríe un policía, / cuando las monjas se tocan la ingle / y se huelen los dedos, / cuando el tráfico avanza” (Apuntes sobre lo bello); “Lo que dice un venado a unos pantalones / cuando nadie los mira // el ideograma de la mosca / parado en mis cuerdas vocales // el concubinato de unas agujetas / y una engrapadora ninfómana // que es en un sistema de escritura silábica / el signo para sol sea gutural / pero no amarillo”. Pero no se deja atrapar en la automatización de los recursos poéticos. Salta de un idioma a otro (“Soul is a hammer in your cornflakes”) y pasa de lo cómico a lo serio: “¿De qué color –me preguntó el profeta / mientras me palpaba el rostro– / son los pezones de la Virgen de Guadalupe, / y por qué, si sabes que no te veo, / me das el pedazo más grande de tu pan” (Theraphon).
Vamos paseando de la lingüística del principio a la mística y el psicoanálisis, hacia el supuesto poder curativo de las palabras: “Estaba convencido de que el mal es inexactitud. / Así, murieron más tranquilos”; “Según descubrimientos recientes –publicados en The American Psychologist–, al 74% de los individuos con personalidad de tipo A solo se le ocurren mentir para soportar la vida”.
La identidad judía aparece en el siguiente núcleo temático, en la parte llamada “Liars?”: (Dachau Blues): “Cuando tuve edad suficiente me dijeron que los Nazis / nos habían masacrado y que habíamos recibido / muchos más premios Nobel que los goyim. / Me sentí orgulloso de haber participado / en el genocidio más importante de la historia”. La incesante búsqueda de un dios que no responde, quizás porque ha muerto, aunque, como Zaratustra, no lo sepamos todavía y necesitemos un loco o un niño que nos lo anuncie: “Temía que fuera Rivkah, su nieta; / temía que la hija trajera la noticia / de que el cadáver de Dios había aparecido” (El rabino y la lección).
La religión, al margen de la fe, es una ritualización de las costumbres, no solo de los preceptos o las ceremonias: “Un hombre de fe sabe orinar / en la boca ensangrentada del infiel / sin remordimiento de conciencia. / Un hombre santo sabe rociar al infiel / con gasolina y mandarle a su infierno / sin tener que forzar una sonrisa” (Cómo distinguir a un santo). Salo Mochon lo sabe y retuerce las palabras y las desmenuza en la jerga más básica del lenguaje para desmontar lo solemne: “Juan 1:1 / En el principio estaba el Verbo. / Después dijeron que eso era un hipérbaton: en el principio tendría que estar el Sujeto” (Versiculeros).  El epílogo es un cuento de lógica que no tiene una solución sencilla. Los tiempos de la inteligencia, entendida como un dios, también han pasado.

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