La arena política está más que
soliviantada y está ofreciendo un espectáculo lamentable. Los que nos dedicamos
a la política como ciudadanos, sin cargo e incluso sin partido, podemos seguir
la tendencia de descalificaciones gruesas, insultos y bulos. Y así está el
patio comunal y virtual. Me da la
impresión de que todavía es pronto para depurar responsabilidades y cualquier
apresuramiento es negativo (bien lo sabía Rajoy) porque da tiempo al enemigo a
buscar argumentarios y exculpaciones.
El gobierno de
España se vio sobrepasado por una pandemia de dimensiones bíblicas, como todos
los demás gobiernos de Europa y después del mundo. Esta verdad no debe hacernos
desistir de buscar las causas de por qué nuestro país ha sido castigado tan
duramente por la covid19. A fecha de hoy (permítanme el extranjerismo), España
es el país con mayor número de contagiados en su rango de población. Nos
superan, EEUU, Brasil, Rusia, la India y Reino Unido, que, aunque está dentro
de nuestro rango, tiene mayor población que España. Está la teoría de los cisnes negros, es decir,
de sucesos excepcionales que se salen de cualquier normalidad. Y eso podría
explicar que la epidemia llegar a Italia antes que a Francia o que el número de
contagiados fuera tan grande en España. Desde el punto de vista de los
movimientos de población y turismo, parecería más plausible que hubiera llegado
antes a París o Londres, megalópolis mundiales. O incluso Nueva York. El azar
puede condicionar las fases iniciales de una pandemia que, al final, acaba por
afectar a todos los países. Parece claro
que las altas concentraciones de población favorecen la extensión de la
enfermedad, por eso Nueva York (ciudad) con menos de la mitad de población que
España, tenga unas tasas de contagio muchísimo mayores. Y que las zonas con
densidades de población menores tarden más en contagiarse. Pero eso no lo
explica todo. El caso de Suecia podría servirnos de ejemplo.
Hay que
buscar, además, factores específicos para nuestro caso. Dos elementos han sido
claves en el desastre de la pandemia en España, por un lado el altísimo nivel
de contagio de los sanitarios y por otro las residencias de ancianos. Quizás en
otros países, las tasas sean algo mejores por diferencias a la hora de
catalogar como muertes por coronavirus solo en los hospitales, pero no deben
distraernos esas cuestiones, mal de muchos no debe ser consuelo. La capacidad
de respuesta sanitaria depende de dos factores, por un lado las
infraestructuras previas y por otro, la capacidad de reacción y organización. Creo
que las infraestructuras han sido muy dañadas por las políticas de austeridad y
privatizaciones que se han venido tomando desde hace décadas. Por la mentalidad
neoliberal, por la necesidad de ahorro que los Estados tienen, presionados por
las corporaciones y los organismos internacionales, por la gravísima crisis del
2008 y también por la obcecación ideológica de la derecha. No es simplemente
una cuestión de sacar tajada monetaria (que ha sido importantísima, y que por
sí sola explicaría las durísimas condiciones de la Comunidad de Madrid), lo fue
por la fe en las privatizaciones (y su concepción de negocio). Dejar anémico al
sistema sanitario no ha sido buena idea.
Por otro lado,
habría que valorar las respuestas de las distintas administraciones a la crisis.
La compra de material sanitario, la coordinación, las medidas de confinamiento,
el calendario… Parece que ahora las cosas no van tan mal en el sentido
sanitario, pero no es el momento de triunfalismos. Tampoco de una necropolítica
rastrera en la que se han envuelto unos, sobre todo unos, y otros. Para lo que
nos conviene, las CCAA están gestionando bien la pandemia, para lo que no, el
ministro no tomó medidas. Cuando compran material defectuoso unos, son unos
ingenuos, cuando lo compran los otros, entonces son unos desalmados… Tiempo
habrá de depurar responsabilidades.
No es
ejercicio de política ficción suponer cómo habría reaccionado el PP si le
hubiera tocado dirigir el Estado, sobre todo habida cuenta de cuál ha sido su
labor de oposición. La primera medida que han propuesto es bajar impuestos. Y
deberíamos saber que la bajada de impuestos afecta de manera sustancial a las
rentas más altas y que luego debe ser compensada con impuestos indirectos, que
recaen más especialmente a las clases medias y bajas. Las pobres ayudas a los
autónomos y el ingreso mínimo vital son los grandes éxitos de este gobierno de
coalición.
Tampoco
entiendo la alegría porque la jueza haya archivado la causa del 8M. Lo único
que ha hecho la jueza es reconocer que ha errado el tiro, que en lugar de
apuntar al delegado del gobierno, hay que apuntar más alto: "ninguna
persona física o jurídica, pública o privada, instó del delegado del Gobierno
en Madrid que prohibiera o restringiera de alguna forma la celebración de
concentraciones o manifestaciones por razón del covid-19", dice
textualmente. Y para eso, ella no tiene competencias puesto que son aforados.
La denuncia era disparatada y las pruebas daban vergüenza.
Igual que creo
que es un error nefasto enfangarse en insultos y descalificaciones en el
congreso y que sería una excelente estrategia comunicadora ser positivos e
ignorar las del contrario, creo que el triunfalismo del gobierno está fuera de
lugar. Pablo Iglesias cita al Fondo Monetario Internacional o a países con
gobiernos de derechas para justificar su apuesta por el IMV. Que ningún grupo
vote en contra, que cuente con las bendiciones hasta del Papa de Roma, a mi
juicio, debería ser una señal de alerta de que la propuesta es insuficiente,
cuanto menos.
Yo entendería
que confesara que en la situación actual es difícil conseguir más fondos y que
se intentará ampliar la cuantía y, sobre todo, el número de destinatarios.
Podría comprender que se escudara en que los agentes sociales no permiten mayor
flexibilidad, que los grandes poderes corporativos o comunitarios no dan más
opción. Sería honesto y lo respetaría. Siempre aspirando a algo más, pero
consciente de que la política debe tener los pies en la tierra y ser fruto de
la negociación. Incluso juzgaría como razonable un suspiro de alivio de poder
hacer algo, literalmente mínimo. No acepto, sin embargo, el triunfalismo.
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