Procedente de Chile, Ashle
Ozuljevic propone un libro singular, bellamente editado, acompañado de
ilustraciones botánicas. Anteriormente ya había publicado libro de cuentos (Vidas robadas, 2011), novela
experimental (Anteojos de sal, 2013),
ensayo (El silencio final, 2015) y el
poemario Tres (2016). Actualmente
vive en Barcelona. El volumen se divide en dos partes, la primera, Taxonomía, se articula como un herbario,
cada poema está dedicado a una planta. Poemas largos en los que se puede
recrear en la planta o puede tomarla como punto de partida, en parte como
excusa, para referirnos otros parajes emocionales. No son plantas, no se busca
el ornamento, las plantas son una especie de contenedores emocionales, cajas de
recuerdos y acciones.
Podemos ir
espigando versos e imágenes para acercarnos al universo creativo: “Nacerán
campos enteros gracias al espacio vacío” (Carica
papaya) y también podemos ir, pacientemente, adentrándonos en las posibilidades
descritas por el alfabeto floral: “donde las mujeres tienen Doseras uniflora en sus humedades /
dotadas divinamente para atrapar insectos u hombres” (Nothofagus); “En las paredes de esta casa / cuelgan venenos tan
valiosos / coloridos y perfumados / como las peores ponzoñas / el amor y todos
sus jugos” (Lathyrus odoratus).
Abunda, y eso es coherente, la sensualidad, apelando a todos los sentidos, la
exuberancia: “Demasiado / tardé / en regar la lavanda” (Lavandula). Otras veces, sin embargo, lo que hacemos es leer las
enseñanzas potentemente metafóricas de cada planta: “Es cierto, / en la
actualidad no se puede morir de amor / no pueden renacer es añañuca, en agua /
en piedra, siquiera / si es grano de arena” (Rhodophrala rhodolirion);“guerra que no es guerra / que es la paz
de la jungla / la que suena / desde el hueco de este tronco / que tampoco es
hueco” (Macrolobium taxifolium); “Porque
una no puede estar todo el tiempo sacándole las flores a la albahaca / por más
que crezca bella de ese modo /…/ resguarda / esa lealtad ciega // pero a quién”
(Ocinum basiliscum).
Son numerosos
los juegos y trasposiciones que se aprovechan: “El sauce pimentao siempre será
Iván / no importa qué acá se lo desconozca por ese nombre” (Schinus molle); “contarnos secretos
dichosos / y no separarnos nunca, / ir a dormir la siesta juntos / en brazos de
la magnolia amonena / que nos arrulla
como la madre chica / perdida por nuestros antepasados” (Magnoliaceae). No pretende ser un bodegón o un paisaje, no es una
naturaleza muerta, es la vida que se encarama, que se hunde en las raíces, que
tanto compartimos: “permitir que ingreses / por cada una de mis aberturas / los
orificios de la scabiosa / en las que
se pierden las miradas / espejo a espejo /…/ desear / aquí y ahora / atraerte a
mí /decía / con la voracidad con que se desespera cualquiera raza de seres
vivos / esta mañana 7 allá afuera // pero tú” (Scabiosa cretica). La clave son estos versos:
“Y es que
a ratos
todos queremos ser planta
germinar una relación que no sabemos si está muerta por la helada
sentirnos seguras a pesar del cambio de estación o el trasplante de
maceta
todos anhelamos ser florecillas
que alguien riegue y que tranquilamente pueda tomar el sol
respira la quietud pegada a la tierra
a ratos
todos deseamos
dejar de ser mala hierba y transformarnos en perfumados jazmines,
resistentes robles, exóticos nenúfares, sofisticadas orquídeas
pero a mí me place solo
arbolito
florecer a b r i r s e de la primera hoja
cuando mis raíces
tantean en la oscuridad” (Linaris
vulgaris)
Desde el punto de vista formal,
predomina el verso libre, pero también décimas (Vitis vinifera) y en la segunda parte, Cuidados de jardín, se entiende como un único largo poema dividido
en estampas, como la vida. Comienza con una cita de B. Brecht. Viene a ser el
desarrollo de todos los elementos trazados como fotogramas animados de la primera
parte. La primera persona, que siempre ha sobrevolado todos los poemarios, se
hace más patente: “Como cada mañana / el ritual de mi alegría: / ingresar al
patio / a ocuparme de las plantas”.
Cuidar un jardín es un modo de vida, una metáfora de la ética del cuidado, “reiniciar
y reincidir”: “Necesito tener cerca una
planta / como lo necesita la genealogía de mis ancestros / la biodiversidad que
se pierde / todo lo posible / de amor vegetal /…/ para recordarme / que la
semilla es migrante / sospecha la grandeza del árbol / y sin embargo es humilde
/ flota hasta hallarse, leve, / en la tierra donde echaré expatriadas raíces /
no apropiado // sin entregándose”.
La fascinación
por la belleza de la flora (“cualquiera sabe que de eso cantaba Rainer cuando
Rainer cantaba a la rosa”; “fue precioso estar cerca / formar un inmaduro amor
de clorofila”) viene pareja a la conciencia de la dureza de la vida y de las
imperfecciones de lo cotidiano: “no fuimos obra de arte japonesa”. La
fragilidad es compartida entre ambos reinos: “no necesito un golpe para
quebrarme /…/ Amanece en el hemisferio norte / despierta el jardín y la
jardinera / el cuerpo necesita estirarse un poco / antes de caer al suelo / y
rodar por el despeñadero”. Y quizás en este momento, se vuelva a retomar la
metáfora emocional y cognitiva, casi una moraleja lúcida y agria: “Dejarle la
flor a la planta / permitir que se transforme en fruto / sabiendo que eso
detendrá su crecimiento / hacia dimensiones magníficas / ramificándose hasta
invadir todo / jardín y continente”. Por eso, al final, depurando las
actividades y los cuidados, Ashle Ozuljevic, confiese: “soy lo que queda de mí”.
Lo hace con reservas, con retraimiento, “no sería capaz de escribir esto si no
estuviese segura de que lo leerá nadie”. Termina el volumen con una serie de confesión
autobiográfica de su “primera relación con una planta”, para inmediatamente
confesar “y miento” y recordar otra ocasión, y de nuevo “y miento”,
retrotrayéndose en el recuerdo, y de sus padres, su abuela. Quizás en esta
concatenación de herencias y recuerdos se encuentre la explicación de este
volumen, el hilo que conecta cada planta y cada recuerdo, la propia identidad y
la identidad con lo que nos rodea. En ese momento, justo en el final del
poemario, casi escondido surge:
“Cuando te
fuiste tuve que arrancarlos uno a uno, con las manos desnudas.
Entonces
comencé
a comer
plantas”
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