“No hay más oscuridad que la que
ves.
No hay mayor amor que el que nos
ciega” (Miopía)
Alfonso Brezmes ha sido escueto,
lacónico con el título de su nueva entrega poética. Sin embargo, leemos en el subtítulo
que este libro es “Una geografía del deseo” y nos sumergimos en una propuesta
poética articulada en los cuatro puntos cardinales. La tardía trayectoria
poética publicada del madrileño se muestra consistente, desde La noche tatuada (Renacimiento, 2013), Don de lenguas (Renacimiento, 2015) y especialmente
después Ultramor (Renacimiento, 2017),
Vicios ocultos (Tinta China, 2019) y el
fotolibro Postales desde el futuro,
en la colección “Antes morir”.
Comenzamos,
como no puede ser de otra forma por el Norte: “Todo viajero extraviado se guía
/ por este punto imaginario, / es decir por su ausencia. / Es lo más parecido a
un horizonte / Y, POR LO TANTO, A LA SED”. Los poemas parten de elementos
sencillos, un pájaro anónimo, un ladrón: “Decir corteza es un milagro / no menor que la corteza / que preserva del
árbol la ternura /…/ El poder de un nombre es su memoria / igual que el del
espejo es su olvido” (In nomine nominis).
La elección de
la sed como alegoría del deseo es inmediata y ofrece un abanico de posibilidades
retóricas y estilísticas que completan el volumen: “He leído que un hombre
aguante / unos cinco días sin saciarse // Al sexto solo llega / quien elige /
desde el primer día / acostumbrarse al veneno” (La sed y el veneno). Se puede leer transcribiendo “sed” por “deseo”
y estaríamos hablando casi de un libro de filosofía: “Nadie sabe la forma
exacta de su sed” (Teoría estética).
Sin embargo, siendo el deseo el eje central de la temática, no es el único, se
desgrana en las distintas apropiaciones y los distintos “deseos” podríamos
decir, las distintas aspiraciones (“A cierta altura del camino / el por dónde
es importante: / Ítaca –ya lo sabemos– / se desvanece al llegar”, Los puntos invisibles) que trufan la
vida de quienes, como Alfonso Brezmes, se acercan al hecho poético: “Te doy la
palabra encendida: / cuídala como un fuego” (Poema de los dones).
Se reconocen
algunos de los temas universales, desde el collige
virgo rosas: “Recibirás las rosas de la vida: / cógelas, no hagas caso a
los que dicen / que pronto se marchitarán /…/ Que no te cuente nadie / el
origen del dolor” (Que no te cuenten),
en este caso muy cercano a la poética de Benítez Reyes o los ecos, siempre
presentes del inmortal Kavafis, al que asociamos la herencia clásica con más
fuerza casi que a la mitología originaria: “Como quien teme y desea un
incendio, / así he pronunciado tu nombre” (El
canto de Ulises). La primera persona del singular se destaca como ejemplo y
como guía de este deseo siempre insatisfecho: “Huyo de las superficies lisas /
y amo en cada cosa su figura / fío mi suerte a lo imperfecto / y en todo
encuentro lo perdido” (La apuesta).
El Sur remite
a una parte del deseo más imperiosa, “El Sur, como el deseo, aumenta al
alejarse”. Nombrar y recordar requieren del lenguaje, requieren de una
ordenación articulada en palabras que nos facilitan o impiden el recuento
vital, la memoria y la identidad propia: “Cuánto hay que no se muestra / en el
balance de la vida. / Qué poco debe para tanto haber (Libro de cuentas); “Dar nombre a las personas o a las cosas. / Para
poder invocarlas, / pero también para saber / cómo llamar a su ausencia” (Etimologías); “No se debe enseñar todo:
/ es como calmar la sed mostrando el agua” (Poema
incompleto).
Como el propio
subtítulo indicaba, se trata también de una exploración del paisaje, que remite
al homo viator, y que despliega en
una mesa un mapa, como el del rigor de la ciencia borgiano, que acaba teniendo
el mismo tamaño que lo deseado. Las metáforas relacionadas con el movimiento,
salir y quedarse (Sin palabras), (Desdoblado) y la propia identificación
del espacio como identidad son básicas, especialmente en esta segunda parte: “Lejos
es un lugar / que solo existe en el tiempo /…/ No, lejos no es un lugar / es un
pasaje secreto / entre dos ciudades con lluvia” (Cuestión de tiempo); “El agujero en el mapa / permite soñar su
ausencia” (Geografía de la sed).
Los poemas se
preguntan por la relación entre la palabra y la vida, el nombrar como desear y
los conjuros como posibilidad de hacer cierta y posible la experiencia: “Y que
no es la muerte el enemigo, / sino la vida que uno no desea / y de la que no
puede ya salir” (Abeja en gota de ámbar).
Porque en suma, “toda belleza es ajena”
(Mentiras relativas). La opción es
recurrir a la palabra: “Por eso escribo así, aquí: / para encontrar un día las
preguntas / que dan, al fin, sentido a mis respuestas” (Por eso).
“Que todo es
mío, ahora lo sé:
hubo un
tiempo en que no lo sabía
y quise ser
dueño de las cosas
/…/
Ahora es
tarde y nada necesito
porque lo
tengo sin tenerlo
y es mía cada
cosa sin quererla
y todo es mío
al fin, y yo soy suyo,
y todo será
nada en mi equipaje y nada es cuanto deje” (Equipaje)
El Este mira al futuro. Como el
famoso poema de Kipling, el poeta hace un voto de silencio ante las
adversidades, aunque prefiera el refugio del ser amado antes que la
indiferencia hacia el mundo: “Ser tuyo el don más preciado / en el mercado de
los hombres / y elegir el silencio” (El
voto). El deseo, ya lo advirtieron Deleuze y Lyotard, es una energía
poderosa para emprender el viaje: “No lo olvides: / de todos los lugares del
futuro, / el deseo elige siempre el más lejano” (Un deseo). Por eso, el futuro es el lugar al que nos dirigimos con
el empuje de la sed que trasciende lo obvio, lo presente: “La realidad existe a
cada instante: / se basta y se consume en sí. /…/ Lo posible, sin embargo,
permanece: / se sostiene de puntillas en la nada / y allí perdura sin romperse”
(Ciruelas maduras).
“Un lugar del que salir,
no un lugar para quedarse.
O, mejor aún, un no-lugar
al que no poder volver
sin un ligero escalofrío,
como se mira una foto
que nos toman por sorpresa,
o se entra en la sala de partos
donde vinimos al mundo”(Así la poesía)
Hay mucha sabiduría entre estos
versos, mucha intuición y mucha experiencia: “Lo que mata de la sed es no
sentirla, / lo que mata, amor, es no sentir la sed” (Sin sentirlo). Brezmes
describe la fe como la sed, como ansia en varios poemas, Oración del pobre, El oro
perdido, La montaña.
Contrarresta, por otra parte, una visión negativa del deseo (lo que sería la
pérdida) por la constatación de que nuestros actos en su búsqueda, la vida
entera puede llenarse de momentos luminosos: “Hacemos luz con nuestros actos” (La caja negra); “Si al menos lo supera
antes de morirme / qué pinto yo aquí, en esta maravilla” (Descartes).
Por último, Oeste, adquiere un tono nostálgico, con
un trasfondo casi religioso (“Vaya a nosotros la sed, / como viene el dolor al
mundo para salvarlo”, Venga a nosotros).
La sabiduría de quien ha tomado el camino y sabe de la vuelta (“al horizonte no
se va; / del horizonte se vuelve. / Somos nosotros con que nos alejamos”, Perspectiva). Ritos, oraciones, palabras
para enfrentarse a la necesidad y al deseo, para poblar la realidad y
compartirla: “No hace falta una lengua secreta / para sentirnos especiales. / O
quizá sí, quizá se necesite un lenguaje aún no inventado / para hacerle saber
al mundo / que somos diferentes” (Punto
de encuentro). Precisamente esta necesidad de contacto, de compartir, de
comunión casi, ocupa varios momentos del poemario: “Escribo porque estoy
dormido / y no sé otra forma de volver” (Hacia
mí). La cercanía de la intimidad se expresa también con una atmósfera de
cuento: Ida y vuelta, No soy nadie, Epitafio, Ave Fénix, incluso Homo lupus:
“La dificultad de escribir estriba
en la facilidad de escribir.
Hay tantas palabras gastadas,
tantas palabras rotas
que no se deberían usar
sin repararlas antes.
El arte de escribir no es difícil:
lo difícil es decir las palabras
sin aullarlas” (Homo lupus)
Termina el poemario Alfonso Brezmes
con un canto a su identidad: “Soy también las calles no pisadas, / los libros
no leídos, / las palabras que no diré, / los cuerpos en que no pude ser feliz.
/ Todo lo que no he sido me conforma” (Otro
mundo). Sin embargo, como hemos ido comprobando a lo largo de estos versos,
no es un solipsismo narcisista, la identidad necesita, ansía, la compañía,
trasciende el propio yo. Un deseo que da alas y eso siempre hace libres: “Al
que habla solo frente a lo invisible / le digo: te comprendo /…/ Así nacen las
alas, porque nunca / responde nadie cuando hablamos, / y algo nos empuja hasta
el borde, / y seguimos cantando ya luego por el aire” (Rara avis).
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