Poeta mexicano. Tiene en su haber
una serie de libros de poemas (Polvo de
billar, Lugares y no lugares para
caer muerto en Richard Brautigan, Producto
Interior Bruto, Esto no significa
nada, Nombrarlos desaparece),
aforismos (Arte de beber) y de poesía
visual (Where do we go from here, Bulldozer y Sea
un arma). Estos poemas idiotas son frases sin puntuación, sin mayúsculas,
provocando la necesaria lentitud, pausa para que el mensaje llegue en su
intensidad, penas sin figuras literarias, la imagen desnuda, la palabra por sí
misma. Lugares, escenas cotidianas, reflexiones entre lúcidas y ensoñaciones, un
túnel para estar enclaustrado, una sola idea para consolarse… Momentos,
instantes para caer en la cuenta de que el mundo gira a pesar de todo lo que nos
acontece, lo bueno y lo malo: “todo está / quieto / y en silencio / los pájaros
/ como / los sordos / y nada / les importa / siguen cantando / si se dieran
cuenta / de que también son ciegos / despareceríamos”. Los cortes de los versos
son apenas sintagmas que centran la lectura en el papel y que marcan el dictado
de los poemas leídos en voz alta: “me quedaré / para siempre / en la cama / te
esperaré / como quien / ya fue un niño /…/ y sigue / esperando / despierto / un
helado / o un / pastelillo”.
Juega el poeta
con llamar al lector a la conmiseración, con mucha ironía (“Salgo bajo la
lluvia / para asegurarme de cerrar bien / los botes de basura // no sé por qué
/ me importa que la basura / no se moje // me mojo / y pienso que no debería /
soy como la basura”) y con un deje de tristeza: “La historia / de mi vida / es
esta // un día / vi una mancha / en la pared // después todo fue hacer del
mundo // esa mancha”.
En ocasiones
funcionan los poemas casi como aforismos: “envejecer es recordar / lo que no
quieres / y olvidar lo que te importa”. Una imaginación enloquecida marca el
tono de algunos: “hay cosas que funcionan bien / una de ellas / es atarse un
zapato / contra el otro /…/ obligando a todos / a tropezar contigo / y si caen
/ es que todo / funciona bien”. El desengaño y el sinsentido en otros: “se
rompió / la taza del baño / quise arreglarla / pero no pude / tampoco pude
sacar / de ahí ninguna enseñanza”. El poeta lo confiesa: “me gusta las cosas
que parecen un error”. Las asociaciones de ideas aprovechan la sorpresa en el
lector para inyectar la perplejidad de la reflexión: “solo hay una cosa / mejor
que volar / y es tener miedo a volar / ser una gallina / y que no te importe”; “mira
el vaso de la licuadora / como si fuera / una pintura renacentista”.
No debemos
caer en el error de pensar que estos poemas idiotas son juegos con más o menos
ingenio, son auténtico desgarro interior tras la máscara: “cuando me acuesto /
y cierro los ojos / pueden suceder / varias cosas / una es / que tú vuelvas / y
yo no me dé cuenta / ni esa noche / ni la siguiente / ni al siguiente del
siguiente / y siga mi vida / como si nunca te volviera a ver”; “todos
desconocemos / a alguien / que romperá / una vez / el corazón de alguien / sin
saber / que ese alguien / se lo romperá / a otro más / sin conocerlo / ni saber
/ que ya lo sabíamos”; “los monstruos / no existen / tampoco / somos nosotros /
ni los otros / y eso / es triste”.
Una de las
bazas es jugar a lo naïf, a la
ingenuidad salvaje que todo lo desnuda, incluso el propósito del poeta: “pero
no puedo / odiar la lluvia / no porque no quiera / sino porque eso sería / lo
más idiota / en un poema idiota”; “Lavar un baño / con amor / es lavarlo poco /
olvidarlo todo /… / el amor te hace / libre y sucio”; “quien inventó las sillas / también inventó /
al que inventó las sillas”.
Una gran
intensidad casi trágica se oculta en los versos: “entre ser humano / y no serlo
/ preferiría / mirarme las uñas / o ser solo uña / y crecer / sin manos ni
cuerpo”. Un juego de malabares en los que palabras casi infantiles descargan la
acidez de los aforismos de Cioran: “sin amor / la humanidad / estaría jugando /
todo el día a la pelota / o comiendo helado // como quien / tumbado en su cama
/ o acodado en su sillón // solo pero sin culpa / ni remordimiento / ni
derrota”; “que se olvidaran de mí / esa es la historia que siempre quise ser”.
Podríamos calificar de existencialismo la filosofía que subyace: “un árbol /
nunca se ríe / de los chistes / de un pájaro”; “todo está diseñado / para que
al final del día / veas a un perro mirarte / sintiendo pena / por ti”. Un grito
incluso: “querido dios / te suplico / que nunca / me dejes / solo // contigo”.
Ni siquiera
muestra confianza en el recurso a la literatura: “un / poema / de verdad / es
como / un asesino / nunca / se muestra / solo / un poema idiota / lo hace”; “espero
pacientemente / un pensamiento / lo veo aparecer / correr entre la maleza /…/
apunto el arma / y le doy un tiro / me siento / y espero el siguiente”; “el
arte podía ayudar a salvar / océanos focas ancianos / árboles niños pingüinos /
pero no quiere / solo quiere salvarse / a sí mismo / pero no puede”.
A medida que
avanza el poemario se vuelve más sombrío: “duermo poco /…/ lo peor es que no
será morir / al día siguiente / tendré que levantarme / como siempre / para ir
al trabajo”. “voy a fumar / nunca lo he hecho / pero hoy recibí una señal /
mientras iba a mi clase / de yoga de la muerte / tropecé con una cajetilla / de
cigarros tirada en la banqueta / decía ‘fumar mata’ / la levanté del suelo / y
encontré un cigarro / ya solo me falta el fuego”; “mi sueño / era ser / un puente / estar todo /
el tiempo / bajo el sol / y tener autos / y agua / sobre y debajo / de mí / y
luego / desplomarme”; “dios / deberías pagarme /… / por estar y girar / sin ton
ni son / en tu mundo-taza // o soltarlo”. No deja de recurrir a la ironía, como
cuando reflexiona y confiesa que “envejecer / es estar ocupado / yendo a funerales
/ como no voy / a funerales / lo paso en chanclas / y bermudas / de momento /
tengo una vejez / sin mucho que hacer” como el Gran Lebowski de los hermanos
Cohen. La muerte, la soledad, el sinsentido pueblan este poemario en el que
Ismael Vázquez aprovecha los primeros momentos como un clown para dejarnos con
la sonrisa helada:
“mi perro
no me llama
ismael
ni amo ni
amigo
yo lo llamo
perro
y él
no me llama
nada
no tiene
necesidad
de llamarme”
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