María J. Chinchilla nació en Hornos de Segura, se licenció en la Universidad de Sevilla y en la actualidad vive en Granada. Es escritora, artista, crítica de cine, bailarina y “cantaora de flamenco germinal”. Su obra artística incluye certámenes nacionales e internacionales y ha sido expuesta en el CCCB, en Matadero Madrid, Fundación Joán Miró de Barcelona, centros de arte de Nueva York o Seúl. La edición corre a cargo de la Editora Regional de Extremadura haciendo, como de costumbre, gala de un impecable trabajo en su colección de narrativa.
Espejos invisibles es una novela transgresora en el sentido de aprovechar los recursos estilísticos de las vanguardias, especialmente la mezcla de materiales diversos en la narrativa, una especie de collage en el que el argumento se despliega de manera paralela con elementos vitales y artísticos, literatura, cine o arte. Los personajes van deambulando y sus interiores son expuestos a través de líneas de pensamiento tanto como del aprovechamiento de piezas de arte, de referencias literarias y cinematográficas. La complicidad con el lector construye un universo lleno de lugares en común a través de este paisaje impresionista de citas: El sur de Víctor Erice, Philip Larkin, Nick Cave y el Cielo sobre Berlín, Star Wars o Bach… el sustrato cultural de una generación que tuvo acceso con cierta facilidad a una cultura un poco en los márgenes.
María J. Chinchilla se encuentra a gusto en estos personajes que no siempre demuestran una acción racional y calculadora, unos seres que se sienten azotados por elementos que no terminan de controlar pero que asumen con cierta complacencia. Las acciones huyen de las generalizaciones y alternan pequeños espacios dentro de lo rural y de lo urbano. La calidez de los gestos puede contrastar en ocasiones con la manera en que los espacios pueden ser fríos en la soledad de las ciudades pequeñas o en la inmensidad de las urbes.
Imagino a N desde la soledad, hablándome en silencio. Recorremos espacios donde nunca antes ha estado nadie. Ahora, a algunos cientos de kilómetros de distancia, con una nueva presión en la piel, un lugar donde todo tiende a infinito. Otros recuerdos como estampas desvaídas, insulsas vivencias aderezadas con autoengaños.
Otro elemento fundamental es el recurso a la memoria. La memoria, como en algunos momentos del cine de Lynch, es reconstruida y se requiere volver a recomenzar la trama, como hacemos, en la vida cotidiana, con nuestros recuerdos. Sueños y aspiraciones dan cuerpo a la narratividad de la memoria que se reinventa. Es cierto que la novela se presta al experimento rayuela, esto es, a la multiplicidad de lecturas, a la renuncia del orden previsto en la paginación y, como en otras narradoras de su generación, estoy pensando en Francisca Moya y Las soledades son horas, se incita al lector a realizar diversos niveles de lectura.
Jugar con el extrañamiento, la reducción de los nombres a simples iniciales, sumergirse en el flujo de conciencia donde emociones y descripciones no son fáciles de separar son uno de los elementos más reseñables para la construcción de la narrativa de los Espejos invisibles. Hablamos de narrativa porque hay una acción situada en una serie de espacios a lo largo de un tiempo, pero, en cuanto al estilo, María Chinchilla se detiene en pasajes líricos que moderan su intensidad emocional y que son parte imprescindible del interés de este volumen.
Soy un conjunto de células extrañamente armonizadas, extraordinariamente consensuadas para conseguir unos fines de supervivencia. Voy por la calle y me cruzo con otros seres como yo. Somos iguales, las diferencias son insignificantes. Yo soy el otro, me digo. Pienso en los mayas que saludaban diciendo yo soy otro tú, a lo que se contestaban tú eres otro yo. ¿De dónde surgió la poderosa necesidad de diferenciarnos, de querer ser otros distintos hasta el punto de que todo lo que nos iguala nos irrita?
La muerte nos iguala.
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