Atendiendo a la poesía que se acumula en cada nueva entrega cuesta creer que su autor sea ingeniero de comunicaciones y no un jardinero celestial oculto en el Palacio de Dueñas. En este volumen se recogen poemas escritos entre 2016 y 2019 continuando la elegía de Gusanos de Seda. Está dedicado a su madre y comienza con una advertencia: “No se debe cortar la rosa del rosal del presente”. Cada una de las secciones se alza con una singularidad. La primera evoca a Stefan Zweig, El Mundo de ayer. José María Jurado nos sugiere perdernos en obras, en plazas, en la corte de Centroeuropa, en los versos del romanticismo anglosajón, en la contención emocional ante un abismo de belleza: “No puedo soportar tanta belleza /…/ ¿Quién en lo hondo grita y no lo escucha nadie?” (Al recibir una primera edición de los Sonetos a Orfeo); “En la vieja ciudad de verdes cúpulas / pensar en nuestro amor como el reflejo / de las luces cambiantes de la orilla” (Danza eslava, a Dvořák). Los versos eternos Sobre la Oda a una urna griega de John Keats que suenan como una máxima pitagórica (“beauty is truth, truth beauty”) “Tu cuerpo era una urna fragilísima, / ningún ánfora o crátera podría / guardar tanta belleza sin quebrarse”.
En Manual tipográfico (G. Bodoni), como en tantos otros poemas de este libro, se aprovecha la belleza concreta, ya sea de una pieza musical o de un cuadro, incluso de algo tan desapercibido como un tipo de letra para apuntalar la propia belleza que construye el poeta: “No hay idiomas ignotos / para la lengua de fuego de la tipografía”. La ternura, sin embargo, va apareciendo cuanto más cerca esté de quien tiene robado el corazón del poeta: “Pero, ¿cómo explicar este misterio / de seis años y un mes y balbucientes / pasos de ruiseñor sobre las tablas / si nace la danza del amor / que siente por el cuerpo el cuerpo mismo?// Sal otra vez, pequeña bailarina, / vuelve a arder como el fuego, no te importe / quemar mi corazón, y transfigúrate, / porque hay era un cisne y solo un cisne” (Ma petite ballerine).
La otra constante en la poesía de José María Jurado es la confesión de fe: “Camino bajo el peso de los siglos, / por capillas y naves de humo y fuego, / algunos hombres buenos me acompañan, / su fe es más poderosa que la mía, / que a tientas me conduzco por la bruma” (Entre un Quijote y otro). Una fe más allá de credos y de liturgias, una fe que nace de las flores, como todo el repertorio de Invernadero, segunda parte del poemario: “(La noche es más oscura sin la noche / y más clara la luz cuando no hay luz)” (Revelación); “La belleza no duerme / en la casa de vidrio” (Orquídea); “¿Por qué le dicen muerta si está viva?” (Naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa); “Ha llegado el invierno, no perdona, / embozado en el manto de la nieve, / en su capa de armiño ensangrentada” (Invierno); “Es la vida hermana del dolor / que a nuestro lado fluye como un río” (Voces de verano). La localización de las plantes y las flores en distintos lugares, su fotografías pueden remitir tanto a Hörderlin como a Shakespeare: “hay un rastro de rosas de Inglaterra, / cuando olvidé mi nombre en tu mirada / y supe que el amor no tiene nombre” [(What’s in a name?” (Romeo y Julieta)]; “a la sombra que agoniza / renazco de la ceniza / traspasado de belleza” (A Midsummer Night’s Dream). Y a la totalidad y el absoluto hegeliano: “Pero basta saber solo una cosa / para alcanzar a comprenderlo todo: / presta oído a la música del ser, / mira el fuego que arde entre ella y tú” (Ontología). Todo ello a partir de elementos como patios, fuentes, árboles, naranjos, melocotoneros, descubrir la sensualidad y el regocijo.
Las voces de la tribu son viñetas homenajes a la belleza: “Existen dos especies de belleza: / la belleza apolínea, / la que emana del logos y del número / –Mozart de camino a Praga en un carro de oro–, / y la belleza convulsa, / que emerge de la tribu / como un diamante en bruto” (Catalina mía, Manuel Vallejo, 1926). Un abanico (“Abre otra vez el abanico / el frágil esqueleto de sus flores”, Abanico), canciones (“Quiero escribir así / desafinado”, Última canción de junio «Desafinado»; “(Has cerrado los ojos sobre el fango / y florece una orquídea en tus oídos)”, Back to Black) en las que conviven Joâo Gilberto y Amy Winehouse para, en la siguiente sección, rendir homenaje al lied: Diez canciones alemanas: “Desciende al corazón, / crece en la inteligencia, / pero no existe ciencia / para tanta razón” (Dergesang, El canto); “Son largos los caminos / e inciertos los senderos / que condenan al ser / hacia el ser verdadero” (Der Wald, El bosque).
Quizás, de alguna forma el poeta se vuelve más introspectivo en el último capítulo, Cerca una casa. No necesariamente es el hogar propio (“Honda es la noche, / sin ninguna esperanza / ni perspectiva”, Cuarto de estudio), a veces son construcciones emblemáticas que sirven de símbolo (“La soledad del alma / como el castillo erguido en el otero /…/ He visto mi alma sola, / sin máscaras doradas y sin velo, / llevada por las olas, / arrastrada hacia el suelo, / como una torre sobre un mar de hielo”, Castillo de la Calahorra); “No es necesario que hables, yo te escucho” (Cementerio de Escurial). Más introspectivo no significa sino una mirada consciente y profunda hacia el interior (“Y el futuro feliz en tu pasado”, XXV aniversario), a quienes han estado cerca (“Así vuelven las cosas al río de la vida, / todo pierde su peso cuando quien la ama / y se torna liviano material del olvido, / sutil y empaquetable, alimento de sombras”, Cerrar una casa). Sobre todo a los que han estado cerca: “En el año tercero de tu muerte / y aún la primavera me amenaza / con su exceso de rosas y gusanos // de seda donde tiemblan rayos de oro / y zumbar de abejas y los pájaros / alzan el vuelo y cantan nuevos himnos / para Dios que ha nacido a los almendros” (Al tercer año, Memorial Patris Sacrum). Y quien más cerca ha estado provee de esperanza e iluminación: “Venimos de la sombra y hacia las sombras vamos / con un poco de luz /…/Esta será la señal convenida / si una estrella de carne naciera del abismo” (Lux Mundi)
“Porque vas a morir la muerte no merece
ningún día de gracia o esperanza.
Porque vas a morir no le concedas
ni siquiera un minuto de dolor prestado.
/…/
Porque vas a morir, abrázate a la vida
y mírala a sus ojos, cara a cara.
Todo el amor es uno y te rodea,
te rodean los niños y los pájaros,
que apenas tu dolor destile lágrimas,
que sea otra vez rocío de las flores.
El presente continuo continúa
y habrá de continuar cuanto te vayas.
Así que no la llames, solo espera
a cruzar el umbral cuando la puerta se abra” (Primer himno de Pascua)
Un poemario sereno, de grata factura y honda presencia. Un delicado y profundo verso que posa su mirada en lo más delicado y bello, en lo más cercano y más distante.
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