Abel Santos muda la piel. Este es un libro atípico en su carrera, lejos –o no tanto– del llamado realismo bastardo en el que se mueve habitualmente. Una redención de la mano de Angi Expósito, musa, compañera y prologuista de este libro luminoso. Dice la prologuista “El camino de Angi es nuestro camino, nuestra historia de amor desde los inicios hasta la actualidad. En este libro encontraréis poemas muy íntimos y personales, lejos del «realismo bastardo», la otra vertiente poética del autor” (p. 109). Hace bien en apuntar a Bécquer y el romanticismo (“Debo ser el hombre más tonto de la tierra: // porque tengo toda la suerte del mundo, / y desde que estamos juntos / mi alma tiene también alma” (El hombre más tonto de la tierra) porque hay mucho de eso en estos versos cuyo tema principal, el amor, y alrededores “poemas sobre el matrimonio, la rutina, las obligaciones, la diferencia de edad” (p. 11). Con una estructura narrativa vamos a asistir al relato de cómo chico conoce a chica, como surge una historia y se desarrolla, con sus altibajos y con un profundo amor a la poesía. No veo más remedio que seguirla nos dice desde el principio, “En el mismo ritual poético de siempre / sobre las sombras del teatro solo ella respira en libertad: / hace que ocurra algo extraordinario” (El prisionero). La fascinación por esta poeta es irrenunciable y, por supuesto, llega El camino de Angi.
Es una historia de redención. Cuando admite que “Todo mi pasado lo están cerrando / y lo están alquilando a mi futuro” (La llamada) y confiesa que “Yo quiero ser el viento que juega / entre sus preciosas manos y su risa” (La llamada). El poeta ha pasado años muy duros y “Ella es un ángel / y no conoce querer en vano” (El camino de Angi). El momento inicial es descrito como “Dos amores platónicos / que se dan la mano por vez primera” (Lo que hace el amor). El riesgo, el enorme riesgo de un poemario como este es el rubor, que el poeta sepa contener la muestra de intimidad. Nos abre, no su corazón, no el corazón de ambos, se abren sin rastro de vergüenza aquello que parece privado, íntimo incluso, como si nos descorrieran las cortinas y pudiéramos asomarnos a la vida cotidiana, al amor cotidiano, a las palabras que se susurran en el oído y se dicen por teléfono los amantes, los cariños, las caricias: Los sitios más hermosos del mundo están en el cuerpo de mi mujer. Y, sobre todo, un inmenso agradecimiento: “Gracias por salvarme del fin de mis días” (Son para ti mis ojos); “Si no fuera por ti, / que me salvas literalmente la vida / manteniéndome sobrio, / quizás pensaría que vendí mi alma / al nombre abstracto equivocado / y que hubiese sido mejor/ entregárselo a la música” (Yo te di mi sangre para que mi sangre sobreviva).
Entre los versos se cuelan imágenes que recuerdan a la música, a los boleros, a jazz, a rock, incluso. “La lluvia es un buen lugar donde esconderse” evoca una preciosa balada de Captain Beefheart y, como no, a Morrisey y The Smiths: “hay una luz que nunca se apaga”. Paisajes de lluvia (“Igual que bajo la lluvia / siempre hay un cielo que mira a un hombre”, Nada tan tierno como la auténtica fuerza) y paisajes nocturnos (“Cada noche cerrada es un buen trato / que amanece de nuevo”, Una época generosa). Todo ello, comprobamos en una celebración de la ternura: “Porque a mí lo que me escandaliza es la ternura, // que alguien sea tan valiente / como para convertirlo todo en un hogar” (Largo recorrido). Sin embargo, no todo es una eterna luna de miel, están las querencias antiguas, el destino apartado que amenaza en la sombra (“Cómo explicare / que el ser humano nunca abandona / ese peligrosa edad / en la que puede ver caer sus sueños. / Porque despertarse es eso que siempre cumplen / los sueños por cumplir”, La mejor versión; “Yo ignoraba la nostalgia / y la locura y la ruina y los excesos / por los que iba a pasar”, Rompe el papel). Se contrarresta en los poemas donde se describen esos pequeños júbilos cotidianos que los jóvenes amantes conocen: “Esta mañana, en el primer tren, / no hay diferencia entre mirar recuerdos en el móvil / o la solitaria oscuridad del túnel / que todos atravesamos buscando una luz” (Soñar es lo más bello de la nada); “Y con alas en las cicatrices / voy hacia el encuentro de esa locura, que nunca falla, que siempre deja / mejor sabor de boca que la razón” (Alas en las cicatrices); “Nunca creí que sería tan difícil escribir / sobre el lugar donde habito mis sueños” (Este sueño que somos).
Abel Santos sitúa la narración dentro de un contexto, del espacio laboral (“Es el trabajo perfecto para un poeta: / hay que ser buen conversador / y, al mismo tiempo, mantener la boca cerrada / (sobre lo que pasa en tu escalera)”, El conserje), del espacio físico de la pareja (“Yo sé que no les saldrá bien: / a estos muros solo los mantiene el corazón / la elegancia secreta del erizo. /…/ Yo también vengo con dos amigos: / con mis dos pares de cojones. / Creo que me he explicado bien”, Un hogar a nuestra altura). La descripción de un momento vital pleno: “son las ganas que tiene el tiempo / de seguir viviendo” (Noche de poetas); “así lo siento: los poemas ya no me bastan / para atrapar en el tiempo instantes de mi vida” (El regreso).
Este nuevo Diario de un poeta recién salvado deja un resquicio al pasado looser, al reconocimiento de un yo que fue y que ahora no sale a la superficie (“la sensibilidad es / la mancha de algo que limpia / y no deja mancha. / La soledad solo existe si le das tu vida”, Despiértame cuando te vayas). Y un miedo, no solo a volver, sino a todo lo que se intuye en el futuro: “Te buscaría entonces en este libro / para que sigamos hablando dentro de un momento” (Diario de un poeta recién casado); “Yo sé que cuando sea mayor no leeré versos / porque tendré tanto que contarme” (El detalle); “No creo en el futuro. Yo creo ahora” (Un minuto y algo más).
por verme correr tan solo el riesgo
de vivir no sé qué vida que no amas,
tristemente con mis cosas bajo el cielo” (El último gesto antes del abismo)
El espíritu que anima este poemario es de celebración del amor, de elogio de la amada y de confesión, de reconocimiento de este milagro que ha sucedido y seguirá sucediendo: “No hay mayor intimidad con el cielo que esa. / Ya sabes. El extraño / camino azul de los poetas” (El extraño camino azul). Y aunque los poemas tienen un valor en sí mismos y no solo como testimonio, no puedo dejar de sonreír y alegrarme con la complicidad a la que asistimos: “Tú querías un poeta loco en tu vida, y aquí me quedo” (El principio de todo). Y, sobre todo, porque, cerrando el círculo que comenzó en una lectura de poemas, “Me gusta el poeta que ahora eres / el hombre en el que te has convertido // lo dice todo el mundo” (Café recién hecho). Yo también.
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